jueves, 21 de agosto de 2008

La verdadera historia del Mercado Único, Oscar Mario González


Playa, La Habana, agosto 21 de 2008, (SDP) El Mercado Único o de Cuatro Caminos ha sido uno de los sitios más asediados durante la presente ola represiva emprendida por el gobierno de Raúl Castro contra la economía informal.

La prensa oficialista venía sirviendo de caja de resonancia a los diferentes operativos policiales realizados en el lugar durante todo el primer semestre del actual año. Los periodistas, más temidos por la población que los propios policías, arremetían en sus crónicas y reportajes contra los revendedores y buscavidas.

El ensañamiento tenía sus bien fundadas razones. El sitio era un verdadero emporio del “invento” criollo. En los portales que dan a las calles Monte y Cristina y en las aceras opuestas de las calles Matadero y Arroyo pululaban todo tipo de vendedores y revendedores.

Por sus cuatro costados y aún mas allá, se podía encontrar de todo lo pensable en un régimen como el cubano, donde la cabalgadura del mercado y el consumo, frenados por el gobierno, no hace sino desbocar el trapicheo y el contrabando ilícito de bienes y servicios que el oficialismo no garantiza ni tampoco permite.

Allí no sólo concurría el clásico ancianito con sus ofertas de pastillas de sopa de pollo, palillos de tendedera y pellizcos de plástico para sujetar el pelo largo, sino el vendedor de productos marcadamente ilícitos, como langosta, carne de res y camarones, por solo citar tres ejemplos. Bienes, cuya presencia en el congelador representa no solo una ilegalidad de primer orden sino además, una deslealtad a la patria revolucionaria y socialista gestada con el sacrificio de sus dos padrecitos fundadores.

Pero también surgía el contacto para negocios de mayor calibre, tales como la compra de un cuarto, el alquiler de una vivienda de modo permanente o bien de una habitación para un encuentro amoroso ocasional. Los “conectos” para comprar un carro y la adquisición por vía directa de una bicicleta a precio módico eran hechos frecuentes.

Tales propuestas no eran abiertas y declaradas, por razones obvias, pero con alguien que nos introdujera en este mundo particular del negocio subterráneo podíamos encontrar propuestas a tono con nuestros deseos y posibilidades. Como es de esperar las particularidades de tal anomalía comercial, propiciaban la estafa y el timo. El terreno demandaba andar con cuidado y precaución.

Los animales para ensalmos y fiestas de santos se ofrecían a más bajo precio y más variada oferta. En franca competencia con la oferta legal y autorizada que de tales productos hace el gobierno, en el referido mercado.

Algo similar ocurría con los productos alimenticios, refrescos de latica, emparedados envueltos en papal celofán y muchos otros tipos de alimentos. Productos y espacios donde el vendedor furtivo y ambulante, competía exitosamente con el comercio estatal allí establecido.

En el Mercado Único, evidentemente, se resolvían muchas cuestiones que a través del gobierno no se resuelven o su adquisición resulta más difícil y onerosa.

En días recientes pasé por el lugar y vi sus portales sumidos en el silencio y la modorra. Como si una desgracia reciente hubiese apagado el ímpetu anterior. La ausencia del bullicio surgido al calor del regateo y el pregón y mezclado con la música del audio, el abandono de la risa, el grito, el regaño, el saludo y la despedida, todo ello, aporta una sensación de vacío y ausencia. Similar a la de esos pueblos que ven partir a sus hijos a otras tierras.

No veo bien las ilegalidades ni gozo con la energía de un comercio cimentado en la sustracción de los recursos estatales, pero no puedo ser sordo a los lamentos del hombre de la calle. Mucho menos, sumarme a las maledicencias de las autoridades contra quienes no tienen otra opción para sobrevivir. Allá el tonto útil que quiera apoyarlas.

El Mercado Único permanece callado y tranquilo. Con esa quietud uniforme y monótona que tanto gusta al totalitarismo. No creo que tal estado dure mucho.

Pero yo sueño verlo como lo conocí de muchacho. Enérgico, bullicioso, repleto de cosas de comer y vestir; sin miedos ni zozobras. Donde todos vendían y compraban como algo natural. Como un enjambre de seres humanos luchando en una competencia tan legítima como necesaria. Como lo que era: el centro comercial más importante de Cuba. En el cual libraban su sustento, directa o indirectamente, miles de habaneros con el esfuerzo honrado de sus brazos y de su inteligencia.
osmagon@yahoo.com

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