jueves, 21 de agosto de 2008

Mesa sueca con bolitas de carne, (cuento), Juan González Febles


Pasar hambre es toda una experiencia. Quien la vive, no la olvida jamás. Tampoco se olvida donde, cuando y por qué. Todo se queda en un rincón del alma, o del ADN, que es algo más científico.

Caqui pasaba hambre. No la necesaria para morir o para enfermar. Sólo la que provoca insomnio de duerme-vela y lo mantiene a uno, todo el puñetero día y hasta la noche, pensando en cuando, donde, cómo y que, se va a comer. Es la condición de soñar y pensar en comidas.

Su trabajo no era agotador, extenuante o de mucha responsabilidad. Era sencillo. Se desempeñaba como un humilde e innecesario Especialista Municipal de Cine. Esto poco más o menos quiere decir, que los empleadores hacen como que pagan y Caqui hace como que trabaja.

Lo único que apartaba los pensamientos de Caqui de la gastronomía, eran las mujeres. Fornicar hace olvidar el hambre. Por esto su lema diario era: “templar para despejar”.

En Cuba, en los 90, hubo mucha hambre. Pero quizás, haya sido el periodo histórico en que más y con mayor variedad se fornicó. Se disparó el adulterio y nacieron las jineteras. Más por hambre que por lujuria o quizás, por la conjunción adversa de ambas. El hecho fue que en Cuba en ese periodo, a todo o a casi todo el mundo, le dio por fornicar.

Por supuesto que esto trajo consigo una sublimación del viejo arte de la seducción. Aunque con una tonalidad amarillenta en la piel, nos pusimos más sexy. Tanto los hombres como las mujeres. En esto de las tonalidades, funcionó la cosa étnica. Los blancos y los mulatos, tomaron en la piel un tono amarillo pergamino, los negros por su parte, se pusieron cenizos y sin brillo.

Las lesbianas y los gays se destaparon a la vez.
Algunos y algunas trocaron sus roles en la afirmación plena de una identidad, anteriormente negada, más de tres veces.

Los Testigos de Jehová, afirmaban triunfales que era el principio del fin. Creyeron ver su esperado Armagedón. Los paleros, más escépticos decían que sólo se trataba del infierno. Nada nuevo, siempre estuvo allí. Lo único novedoso sería que su reino en Cuba se acababa y ahora, al Diablo viejo y cansado le había dado por terminar con los cubanos. Eso era todo.

Caqui depurando su hambre cotidiana, refinó el arte de seducir y lo elevó a cumbres exquisitas de preciosismo. Tenía métodos y sistemas para todos los casos –heterosexualmente hablando- casadas, solteras, viejas y jóvenes, medio tiempos y adolescentes precoces, etc. Aunque el único objetivo a perseguir era el placer, en ocasiones se permitía combinar lo útil con lo agradable. Cama y mesa, gozadera y buena digestión, gozadera y aprendizaje.

Aprendió a discriminar entre situaciones. Las había de alto riesgo. Entre las situaciones de alto riesgo más destacadas estaban:
1) las casadas de todo tipo.
1.1.a. las casadas con macetas
1.1.b. con militares
1.1.c. con altos funcionarios del Partido del anciano
1.1.d. gerentes de corporaciones (tienen amigos militares, dispuestos a hacerles favores)
1.1.e. abakuás, guapos, etc.
2) las madres de, tías de, hijas de, hermanas de, etc.
El resto era pan comido. Cosa fácil, rutina diaria, en fin: boberías.

En aquel momento, existían pocos o casi ningún lugar para la distracción y el contacto social. Uno de esos pocos lugares era, La Peña de Cuso. Este era un sitio alternativo. Surgió por la iniciativa de Cuso, que era un promotor incorregible de causas perdidas. Un visionario que dirigía un septeto típico de guaracha satírica. Lo hacía en un lugar, en que los que mandaban, nunca aprendieron a sonreír.

Caqui asistía sábado por sábado a La Peña de Cuso. Allí se daban cita trovadores, poetas, actores, actrices, bailarines y cualquier fracasado que apareciera con inclinaciones artísticas. Era además, el lugar de convivencia y contacto con budistas, místicos, adivinos, astrólogos y ocultistas. La gente dejaba fuera sus diferencias y compartía sanamente la música, el ponche y el ron barato. En ocasiones alcohol legítimo de hospital y una que otra vez, marihuana, campana o el hongo místico de los indios yaquis nahuales, de México.

Allí siempre había mujeres. Se las podía encontrar de todo tipo. Insatisfechas y aburridas. Sin saber qué hacer con sus vidas. Esa noche Caqui le daría seguimiento a un flirt. No era algo relevante. Se trataba de una divorciada gorda de 40 años o quizás un poco más. Tenía hijos jóvenes que no vivían con ella. Trabajaba en un hotel de lujo de la capital. Aunque las gordas según el decir popular, no tienen sentimientos, esta tenía ese atractivo especial.

Situada en un primer piso, la casa de Cuso siempre tuvo su encanto. No era espaciosa, pero lo parecía. Era una especie de estudio con una terraza, una sala amplia, baño y cocina. En la sala, Cuso mandó a construir una barbacoa. Esto es, un falso techo de madera, que funcionaba como buhardilla. Se accedía por una escalera, más o menos incómoda, también de madera. Allí se instaló el dormitorio. La sala quedó presidida por el piano, una guitarra, un contrabajo, bongoes y unos pocos muebles. Este era el escenario consagrado de las peñas.

Esa noche Cuso hizo un esfuerzo adicional con las luces. La peña tenía el aspecto de un motel de mala muerte, parecía una posada. Tres bombillos con una modesta mano de pintura roja, pretendían aportar un aspecto romántico, pero esto no estaba muy bien logrado.

Cuso andaba enamorado de una adolescente precoz que escribía versos con talento desusado. Era pecosa y pelirroja, vivaz y generosa, pero despiadada como se suele ser a los dieciséis, si se hace buena poesía. Caqui por su parte, estaba condicionado mentalmente para su cetáceo cuarentón.

La gorda representaba comer y hacerlo muy bien. La primera vez, le hizo el amor con prisa y sin gusto bajo la escalera de su casa. La gorda se quejó de que ya no era una adolescente. Era una mujer madura y las mujeres maduras merecen como mínimo una cama. Caqui se acostaba con ella una vez por semana. Lo hacía como quien cumple un deber. Con técnica y una pericia irreprochable, pero sin emoción.

La recogía en el hotel y ella le pasaba, como quien no quiere la cosa, a la Mesa Sueca. Comía una cantidad incalculable de albóndigas de carne de res. Las acompañaba con bolitas de queso y cerveza fría. No el producto bastardo y anónimo que se vende a la población. Era una cerveza con pedigrí, con nombre y apellido reconocido, reflejados en una etiqueta representativa de marca, prestigio y calidad. Aquello era lo más parecido al paraíso, bolitas de carne, de queso, cerveza e incluso café, ¿se puede pedir más por una exigua donación de semen excedente?

La gorda ya había llegado. Vestía un blue jean ajustado que no le sentaba bien y una blusa rosada con una llamativa rosa roja. Llevaba el pelo corto, al golpe de viento y le sentaba bien. Enmarcaba un rostro redondo, que conservaba intacta su belleza original. Tenía hecho los rayitos.

En un ángulo, Toño Peláez afinaba su guitarra. Boris, un poeta sin obra reconocida tocaba al piano viejas canciones de los Beatles, a ritmo de jazz, logrando inspiradas improvisaciones. Adita y Eva, dos lesbianas adorables, compartían con Gustavo y Arce, dos gays viejos y sabios, la condición de parejas más estables de la peña. Trabajaban en una fábrica de ron y siempre aportaban una botella a las peñas. Eran una de la otra y curiosamente no les gustaba frecuentar los círculos de gays y travestis.

Gustavo y Arce no faltaban jamás a la cita. Trabajaban en un hospital especializado de la capital. Uno era médico y el otro se desempeñaba como laboratorista clínico. Arce escribía canciones que Gustavo interpretaba acompañado al piano por el propio Arce o por cualquiera, dispuesto y preparado para ello.

Los habituales de las peñas eran un círculo afín y bien llevado. Caqui les saludó a todos y ocupó su lugar junto a la gorda. Notó que la pelirroja le miraba. Podía ser mera curiosidad, pero podía haber algo más. Cuando se pasa de cuarenta, dieciséis años pueden ser muy especiales.

Marty, que así se llamaba la pelirroja provenía de la Lenin. La Escuela Especial Lenin, era un buen lugar para el entrenamiento precoz en todo tipo de perversiones. De ella se decía que además de hacer una poesía exquisita, conocía el secreto y la técnica del más depurado sexo oral. Aunque era virgen, se consagró a esa práctica. Mamaba como una diosa.

-¡Hueles bien! ¿Qué es?- Caqui sabía decir lo adecuado. No se excedía ni se quedaba corto. La gorda lo miró y se tomó su tiempo para contestar.
-Charlie. Regalaron un pomito a todos los trabajadores en la javita. ¿Te gusta?
-Mucho. ¿Es americano o francés? Los franceses tienen la llave para los perfumes y los vinos.
-También para los quesos. El hotel quiere enviar a algunos de nosotros para pasar un curso sobre gastronomía. Se trata de quesos y vinos…A mí no me interesa. No soy joven. Cuando una mujer encuentra lo que le cuadra a mi edad, lo cuida. No me interesa perderte por el vino y el queso de Francia…

Mientras, Cuso y Carmenate cantaban a dúo una canción escrita por Carlos Puebla. Era de la época en que se dedicó a componer canciones de amor que se hicieron inmortales. Mucho antes de fabricar bodrios para la propaganda política de los comunistas. La canción hablaba de un amor contrariado y la necesidad de hablar una última vez.

El título de la composición era “Quiero hablar contigo”. Se acompañaban con guitarras. Carmenate era un adefesio. Sufría severas limitaciones físicas que lo colocaban en el lugar de los impedidos. Pero era un extraordinario músico. La naturaleza le premió con un oído exquisito y una voz de terciopelo a la que los místicos que acudían a las peñas atribuían misteriosas propiedades afrodisíacas.

Mientras cantaban, Caqui acariciaba a su gorda y calibraba a Marty. Ella recostaba la cabeza en su pecho, Caqui le mesaba los cabellos y consiguió la coincidencia visual con Marty, que también le miraba.

-Voy hasta la cocina por un poco de ron. Espérame y pórtate bien.
La gorda asintió y Caqui se alejó hasta la cocina fuera de la vista y los celos de su pareja. Allí estaba Marty.
-Me han dicho que haces poesía…-dijo Caqui con ánimo de entablar conversación.
-A mi me dijeron que tú eres chulo- dijo ella por toda respuesta.

Caqui la miró, sonrió y abandonó la cocina, después de servirse ron. No le respondió, pero sabía que la pelirroja iba a premiarlo en una forma especial e inolvidable.

De regreso ocupó su lugar junto a su gorda. Se enfrascó en una discusión sin salida sobre la naturaleza diabólica o no de la Regla de Palo. Los budistas afirmaban que era cosa del submundo. A la gorda eso no le importaba mucho. Estaba convencida que arribaban a la Nueva Era y que esta resolvería todos los problemas.

Marty la pelirroja en su afán de ser distinta, era la única católica del grupo. Al menos eso decía. Pero era sólo fachada porque nunca asistía a una misa y era muy liberal en lo que a sexo respecta. Guardaba la virginidad de su entrepierna, pero oralmente no se abstenía de nada, como ya se dijo.

La gorda había bebido cerveza antes de llegar a la Peña. Caqui lo sabía y la invitó a vino de arroz. La mezcla de cerveza, vino y ron barato era certera. Con la anuencia de Cuso, la acostaron a dormir la mona en la cama de Cuso. Caqui estaba libre y disponible.

-¿Tú crees de veras que soy chulo?
-Eso es lo que dicen. Pero a mí no me importa lo que seas o no.
-¿Te quieres revolcar un rato conmigo, niñita?- La llamó niñita con toda la intención de provocarla.
- Me iré a la cama con el hombre que ame, cuando ame a alguien. No quiero revolcarme contigo, aunque eres lindo…
-No me gusta andar con niñas, no, aunque se trate de niñas perversas con nivel y talento para rimar.
Ella se acercó a él y lo miró con detenimiento. Pasó su mano por su cara y le reconvino porque tenía los cañones de una barba necesitada de cuchilla. Caqui se apresuró a explicar que pensaba dejarse la barba.
-No me gustan los barbudos-dijo sin dejar de acariciar su barba- ¿Y tu mujer? ¿Se fue y te dejó solo?
-¿Te importa?
-No, era curiosidad…
Caqui con atrevimiento y destreza metió su mano debajo de la blusa y acarició sus pezones. Eran duros y provocadores. Con seguridad, bajó el ziper y se inclinó para besar y chupar los pezones de la adolescente que de repente había enmudecido. Hizo descender la mano hasta la entre pierna pero ella rechazó vivamente el contacto.

El se inclinó otra vez para besarla y esta vez no fue rechazado. Mientras la besaba, llevó la mano de ella, con gentileza hasta su portañuela. Ella le dejó hacer y suavemente como quien no se percata, dirigió la boca hasta su miembro. La dejo hacer.

Mientras disfrutaba uno de los mejores sexos orales de la vida, pensó en la gorda. No era justo que una mamada como aquella, estuviera en contradicción con las deliciosas bolitas de carne y las cervezas rubias y congeladas de la gorda. Pero que puede hacer uno. Cada momento trae sus exigencias. Le tocó esto y sólo esto tendría. Una gorda cuarentona y la oportunidad de mesa sueca con bolitas de carne, queso y cerveza, de vez en vez. Esto sería todo. Ninguna pelirroja valía el riesgo. Pero lo asumía. Cuidaría la mesa sueca y las bolitas de carne. Le amasaría las tetas a la gorda, eso lo daba por descontado. Pero la pelirroja mamaba como una diosa y sólo se vive una vez.
Fin. Lawton, 2006-04-20

No hay comentarios: