jueves, 4 de septiembre de 2008

Autoestima de un ladrón, Juan J. Almeida

Dice la gente que un ladrón es un experto. ¿Un experto? Esa noche de viernes estaba yo acostado al lado de mi esposa. Habíamos cenado temprano para ver la televisión. A mi me encanta sentir su calorcito en la cama porque su olor y temperatura son los mejores. Me levanté, fui al baño porque la yuca de la cena me había caído un poco fuerte en el estómago. Regresé y volví a recostarme a su lado. Había terminado la primera película del canal 6, y antes que comenzara la segunda, me acurruqué un poquito más a ella e intenté acariciarla con uno de esos antojitos repentinos.

Gorda, por qué no me haces un café.

Un café, -me contestó- no jodas viejo, no seas imbécil, en la casa no hay café. ¡OH!, mi esposa como siempre tan agradable y cariñosa. No está lejos el día que respete mi talento. ¡Me voy a trabajar!

La gente dice que un ladrón es un tipo frío y calculador, que estudia minuciosamente sus víctimas para no cometer errores. ¿Errores? Eso serán los ladrones de los cines y las pantallas porque los reales tienen que vivir ensillados como la yegua pinta del rodeo, lista para el jaripeo.

Esa noche, después de la amable respuesta de mi esposa, antes de comenzar la segunda película del viernes, salí del edificio a luchar la calle. Acompañado de las herramientas necesarias para cumplir bien con mi viejo oficio. Ropa oscura, mochila y zapatos cómodos. No es por hacer propaganda; pero esos Nike son ideales.

Yo vivo en La Habana, en Nuevo Vedado, en uno de los edificios de la calle Tulipán cerca de la Plaza. Uno de esos edificios feos pero modernos. Dice la gente que las personas que vivimos en edificios modernos padecemos del síndrome del edificio moderno. Parece redundancia pero en eso puede que tengan razón. Cada vez que entro o salgo de mi edificio, en cada piso, en cada pasillo, por cada ventana y por cada puerta voy sintiendo los diferentes olores, los constantes cambios de iluminación, los choques de colores, y los diferentes ruidos que salen de cada uno de los apartamentos se unen en el ambiente formando un zumbido atormentante que nunca cesa. Lo que comen, lo que hablan, lo que gritan, lo que gimen, y las diferentes músicas que en una guerra de volúmenes destrozan el límite de los decibeles que soporta el oído humano.
Es todo un terremoto de sensaciones.

Ya casi estoy sordo y he perdido la capacidad sensorial para diferenciar olores. Una rosa, un chocolate, una guayaba, el café o el excremento. Olfatísticamente hablando, para mi son lo mismo. Es por eso que quiero mudarme de aquí; pero para lograrlo tengo que meter un buen tablazo y coronar, para dar una buena diferencia de dinero que me haga aterrizar de un tirón en un apartamento frente al mar.


Dice la gente que los ladrones son gente tan entrenada como los ninjas. Oiga, mire que la gente habla bobería. Esa noche salí a caminar y llegué sin proponérmelo hasta uno de esos edificios viejitos pero bonitos de los que, sin que nadie se diera cuenta se involucraron en una competencia destructiva junto a los feos y modernos, diseñando en la ciudad la estampa de un campo de batallas.

Entré por un costado y trepé por la pared auxiliándome de un tubo de gas. Ya sabes que los edificios de ahora tienen mas tubos por fuera que las piernas de una gorda con varices.

¿Ya le dije que yo padezco de vértigo? Y se preguntará usted ¿Quién ha visto un ladrón con miedo a las alturas? Pero bueno, de algo hay que morirse. Además, dicen los que saben que el vértigo se combate no mirando para abajo. Y así lo hice, a la altura del segundo piso vi una ventana abierta por donde cabía mi cuerpo. Con ilusión, y con una tremenda descarga de adrenalina, me introduje hasta entrar en el baño de uno de los apartamentos de ese edificio.

Dice la gente que los ladrones somos hábiles. Ja, cuando logré entrar resbalé y caí justo dentro de una bañadera seca. Por suerte estaba seca porque si hubiese tenido los salideros que tengo en la casa me hubiera matado. De pura casualidad pude agarrarme de la cortina de baño y no hice mucho ruido. En cuanto logré estabilizar mi cuerpo, escuché una voz de muchacha decir, Mamá, ¿que tú haces en el baño, te cayó mal la yuca?

A decir verdad me pareció bastante inoportuna la preguntica de la muchacha; pero bueno solo Dios sabe porque hace las cosas, incluyendo la casualidad de que como yo, estos también hubiesen cenado yuca. Bueno eso no es casualidad, es solo coincidencia de bodega.

Me quedé tranquilo e inmóvil. Mas quieto que las fotos y las estatuas esperando un no sé qué, hasta que nadie contestara. Por un segundo llegué a pensar que la voz era la de una de esas tontas alarmas que gritan ¡Intruso en casa, intruso en casa! Pero no. Por desgracia estaba equivocado.

No hija, le contestó seguramente la madre, yo no estoy en el baño, debe ser el viento, voy a ver.

Dice la gente que los ladrones son valientes. ¿Valientes? Un frió inesperado salió desde el centro de mí y fue recorriendo cada milímetro de este cuerpo. Contrariamente a la lógica, el frío me hizo sudar y me invadió la fatiga, casi me desmayo, pero no me puedo desmayar en una casa ajena donde no estoy de visita. Se imagina, ¿que hace un graduado de nivel medio desmayado en el baño de un edificio extraño? Tuve que reponerme, y respirar profundo; pero nada, hasta los latidos de mi corazón me delataban, sonaban tan altos como los redoblantes de la banda nacional de conciertos. Claro, un poquito más afinados porque mi corazón marcha al kilo. Para encontrar la tranquilidad, la serenidad y el autodominio necesarios, busqué entre mis recuerdos una de las lecciones de control mental que aprendí en alguno de los libros que leí de Deekpa Chopra; pero no funcionaron porque esta vez, los nervios clavaron un fuerte retortijón de estomago que provocaron un maloliente pedo y un viscoso chisporretazo.


¡Perdón la grosería!; pero como dice el dicho, éramos pocos y parió Catana. En fracciones de segundo decidimos mi estómago y yo abandonar la escena y abortar la operación. Se hacía imposible continuar en tales circunstancias. Entonces, en menos de lo que canta un gallo, agarré el jabón y un pomo de champú para no irme en blanco. Salí por la ventana y bajé por el tubo casi sin tocarlo, jugándome la vida, porque bajar es más difícil que subir. Al tocar el suelo corrí como el descocido de una blusa y cuando llegué a mi edificio, me tropecé en la escalera con el Chato, un colega que vive cerca y al verme dijo, Mal día hermano, todo el mundo sabe que te fuiste a meter en el lugar equivocado. Oye rata, en ese apartamento viven militares. ¿Qué tal si te hubieran sacado una pistola y te hubiesen enfriado? Ahora estaríamos todos juntando para la corona. ¡Ponte búho, chico!

No terminé de escuchar porque realmente llevaba buen apuro por llegar al baño y lo tuve que dejar con su experimentada palabra en la boca. Solo cuando estuve limpio y listo para hacer reflexiones pensé.

¡Que va! Tengo que dejar el robo; pero…. ¿de qué voy a vivir? Si dejamos de robar se jode el país. Ese día me fue mal; pero con un poco de suerte y agua, hago de un poco dos pocos y los vendo como nuevos en el mostrador de la tienda donde trabaja Ursula la prima de Nuria, la esposa de Julito, el nieto de Pedro, el viejo que vende afuera de la tienda lo que la propia Ursula se roba de adentro ¿Quien para eso?

Mejor cambiamos el tema porque dice la gente que los ladrones somos inteligentes. ¿Inteligentes? Se equivocan, los ladrones somos, como dice mí mujer, unos imbéciles.

Frustrado por mis realidades me acosté a dormir. Mañana será otro día, intentaré descansar.

¿Descansar? Dice la gente que los ladrones duermen la mañana como los lirones ¿Lirones? En el apartamento que da justo detrás de la cabecera de mi cama, rozando con mis oídos, vive una señora que cuida niños. Ella se cree que su casa es un jardín infantil, yo creo que su casa es algo así como un enorme tanque de basuras donde van a parar todos los niños que no soportan ni en sus casas. Se pasan horas y horas intentando lograr un coro:

EL PATIO DE MI CASA
ES PARTICULAR
LLUEVE Y SE MOJA
COMO LOS DEMÁS.
AGACHATE NIÑO
VUELVETE A AGACHAR
QUE SI NO TE AGACHAS
NO SABES BAILAR
DOS Y DOS SON CUATRO
CUATRO Y DOS SON SEIS
CUATRO Y DOS SON OCHO
Y OCHO DIECISEIS.

Así pasan horas y horas. El patio se moja, el niño se agacha y los números ruedan y ruedan indeteniblemente. Si alguien puede dormir con eso le doy un premio en metálico; pero le regalo un avión al ser humano que pueda soportar los constantes gritos que se dan entre la aprendiz de maestra y Carlitin Rodríguez, un niño que de seguir como va, terminará como yo, de ladrón e intolerante. Pero coño, yo me pregunto si nadie le podrá decir: Carlitin mijo, deja ya la bobería y ponte a estudiar.

No, es más fácil que sus padres lo abandonen a la suerte de una maestra Improvisada que vive de robar meriendas. Carlitin crecerá seguramente siendo un imbécil, echándole la culpa al gobierno de su desdicha. Se burlará de sus maestros creyéndose simpático, se fugará de la escuela haciéndose el centro de atención, y se fijará en los exámenes imaginándose listo hasta que un día, terminará ratereando. Con unos días muy malos y con los otros peores.

¿Qué te diga mi nombre? ¿Chico tu estas loco? Ya te dije que soy ladrón. Y no como los ladrones de arriba que no roban pero disfrutan de recursos que no piden porque son hacedores de la ley. No mi hermano, yo soy de los ladrones de abajo, de los que sin quererme justificar perdió la fe en toda la pirámide, de los que el no irme me convirtió en delincuente, de los que devora el miedo y prefiere ir preso por ladrón que por levantar la voz. Si digo mi nombre me agarran los azules me encierran y tú ni me vas a sacar, ni me vas a llevar cigarros. Además, para la próxima no le hagas mucho caso a la gente porque la gente habla mucha mierda y te contagia.
primaveradigital@gmail.com

No hay comentarios: