jueves, 19 de febrero de 2009

EL QUE NACE PARA PERRO, Alejandro Tur Valladares


Cienfuegos, febrero 19 de 2009, (SDP) Dice el proverbio popular que: “Dios aprieta, pero no ahorca”, y tengo que admitir que parece ser cierto, pues no han sido pocas las ocasiones en que hallándome en apuros, he sentido como la mano divina me levanta del lodo.

Fue esto precisamente lo que le ocurrió, el pasado mes de diciembre, a Roberto Santiesteban, vecino del reparto La Juanita, en la ciudad de Cienfuegos. Encontrándose agobiado por la falta de dinero con que satisfacer sus necesidades de fin de año, uno de esos “camellos” que traen encargos del extranjero – por supuesto que no me refiero al corpulento rumiante oriundo del Asia central- tocó a su puerta, e inesperadamente realizó el milagro, dejó caer en sus nerviosas manos un Washington, es decir, un billete de cien dólares que le mandó de regalo el hermano que vive en Miami.

Tras agradecer al Altísimo, Roberto se encerró en la más profunda de las cavilaciones. ¿Qué me compraré?, se preguntó la cucarachita Martina. ¿En que gasto los verdes? Fue la pregunta retórica que se le ocurrió a Roberto, mientras percibía el comienzo de un terrible dolor de cabeza provocado por el esfuerzo mental que implicaba responder tal incógnita.

Reconociendo su incapacidad para lograr un consenso entre su Yo emocional, que le pedía gastase el dinero en darse una buena fiesta, para despedir al gastado 2008 y su Yo racional, que le instaba a que lo usase en resolver viejas necesidades materiales, decidió apelar a los consejos de Dora, su mujer, por aquello de que las damas poseen un sexto sentido.

Dora, compañera de 20 años, guardiana insomne del bienestar del hogar, fue precisa, como un cirujano ante el quirófano, a la hora de declarar. “Lo primero en el orden de prioridad debe ser la turbina del agua; hace meses que tenemos problemas con el abasto. Lo segundo es reparar los muebles del hogar. Luego, si sobra algún dinero, lo gastamos en comida.

Y dicho y hecho fue lo mismo. Jacinto salió por el barrio y en menos de lo que canta un gallo – que ya se sabe que con dinero todo se consigue- apareció la anhelada turbina. Aunque era de uso, los 60 dólares que pedía el vendedor a Jacinto le pareció un precio justo. Los billetes restantes fueron consumidos por un carpintero que se comprometió con la reparación de los muebles.

La semana que siguió, fue la temporada más alegre que recuerde aquel hogar. Ahora podían bañarse a sus aires, sin el temor de quedarse enjabonados en la bañera por el corte del fluido acuoso. Cada noche, después de comer, Jacinto y su mujer se sentaban en el renovado sofá a ver la telenovela brasileña.

Parecía que por fin habría gloria en el cielo y paz en la tierra. Pero como la dicha dura poco en casa del pobre, la turbina resultó ser un fraude, ya que antes de venderse había sido enrollada con un alambre inadecuado, por lo que al dársele uso, terminó quemada. Los muebles por su parte se despegaron pues, aun cuando el carpintero trabajó a conciencia, la cola estaba vencida y en cuanto se sentaron tres o cuatro veces, aquello fue el acabose.

Compungido, y sin esperanza de resurrección, Jacinto ha comenzado el 2009 suspirando y diciéndole a todo el que se acerca a consolarlo: “el que nace para perro, del cielo le caen las pulgas”.
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