jueves, 3 de septiembre de 2009

LIBRETA O MISERIA POR LA LIBRE, Rogelio Fabio Hurtado


Marianao, La Habana, 3 de septiembre de 2009, (SDP) En las reguladas páginas de opinión del Granma de los viernes, ha vuelto a ventilarse el tema de la Libreta de productos alimenticios, una de las últimas promesas que lanzó el UNO antes de cambiar el traje de faena por el chándal, cuando oficiaba como agente vendedor exclusivo para Cuba de los artículos industriales chinos, en un postrer intento para desvincular a su Socialismo del siglo XX de la atmósfera de penuria y escasez que viene acompañándolo desde siempre.

Parecía anunciar con eso el advenimiento de una nueva etapa, que cancelase al interminable Periodo Especial. No se veían por ninguna parte los indicios de la prosperidad, esa blandenguería burguesa erradicada definitivamente a partir de que comenzásemos a construir de verdad el Socialismo, luego de pasarnos unos 25 años destruyéndolo bajo la guía del olvidado Leonid. Los optimistas apostaron esta vez por el potosí petrolero del ahijado venezolano, nueva versión del Situado de México que sacaría del callejón a los mandantes criollos.

Aunque sepamos ya a qué atenernos, algunos ciudadanos vuelven al asunto. El primero se declaró partidario de hacerla desaparecer, para liberar al Estado paternal de los costosos subsidios, que benefician aún más a los menos iguales que a los más pobres. Tampoco explicó detalladamente cómo podría hacerse la transición entre el racionamiento y la venta libre, a lo sumo recomendó proceder despacio y gradualmente, sin especificar tampoco de dónde sacaríamos la cornucopia de la abundancia.

Argumentó con razón que esa medida facilitaría suprimir toda una cantidad de compromisos absurdos que ha impuesto a lo largo de décadas el rígido control del mercado por los burócratas. Así, la tradicional acusación de irracional que le cargan al mercado libre resulta que no es ajena al teóricamente consumo planificado.

Uno de los más sobresalientes portavoces de la oposición de izquierda, el amigo Pedro Campos también hizo referencia a la supresión de la cartilla, asociándola en general al fomento de la socialización efectiva de la propiedad, a expensas del totalitarismo de estado, que invariablemente defienden los burócratas sin distinción de uniforme.

Ahora, sale a la palestra un defensor del continuismo de la Libreta, advirtiendo a propósito de los desórdenes que sobrevendrían tan pronto no llegasen a principio del mes los productos normados a la bodega obligatoria, donde el dependiente nos despacha a todos por igual. Otro de los dragones por venir sería la especulación, como si esta ya no existiese. A estos fanáticos de la escasez les parece imposible superar la Libreta, como si en el resto de los países desarrollados o sub, más o menos ricos o pobres la gente no viviese sin necesidad de ella. La inercia inmovilista ha paralizado a nuestro pueblo.

Tanto los defensores como los detractores reconocen la insuficiencia de los productos por libreta para satisfacer las necesidades reales de la población, que se resuelven mediante el mercado libre campesino y el llamado mercado estatal paralelo, que asimilan más del 50% de la demanda. No obstante, el patológico rechazo a cualquier cambio que pudiese acarrear consecuencias impredecibles, lo congela todo.

Aferrarse al abastecimiento racionado es parte del esfuerzo, destinado históricamente al fracaso, para que el país nunca pueda librarse de la asfixia totalitaria. Si los que detentan el poder tuviesen la sensatez mínima, pensarían en iniciar ese renacimiento ellos mismos, valiéndose de las ventajas que concede tener aún sujeto el mango del sartén.

Ellos conocen la gravedad de la crisis mejor que nadie y gozan entre sus partidarios conservadores de la credibilidad suficiente para persuadirlos de aceptar las reformas y que no repitan el error de sus camaradas rusos, quienes por sabotear la perestroika aún socialista, no pararon hasta la disolución del Pcus a manos de Boris Eltsin.

Es cierto que entre nosotros no ha surgido ningún Gorbachov, y que el depuesto Dr. Carlos Lage Dávila no lo era, pero puede que abunden los Boris Eltsin. Suprimir la condenada Libreta sería una buena manera de empezar y para eso lo mejor sería que empezasen por privatizar las bodegas, entregándoselas a sus actuales administradores, quienes recibirían un fondo bancario como financiamiento inicial.

El personal que quede sin contenido burocrático, por la desaparición de Oficodas, Zonas y demás instancias administrativas vinculadas a la susodicha Libreta, podría integrarse en cooperativas comerciales o productivas de probada utilidad pública. Si, por ejemplo, los parásitos del cuerpo de inspectores se convirtiesen en cualquier otra cosa honesta, la atmósfera ética del país lo reflejaría inmediatamente.
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