Como el estalinismo a Rusia, el castrismo impuso a Cuba un impresionante costo en vidas rotas. El inventario de las inteligencias y los talentos malogrados, desgracias a la revolución de Castro, no va a la saga a la pesadilla eslava de Stalin.
Nelson Rodríguez Leyva, nació en 1943 en la antigua provincia de Las Villas. En 1971 murió fusilado en los fosos de
Los 24 cuentos que componen la entrega, son expresión palpable de lo que prometía como creador. Por momentos, están recorridos por la influencia de la cuentística norteamericana, aunque se impuso el aliento alucinante de la obra de Kafka y el magisterio de su amigo y mentor Virgilio Piñera.
Son breves, simbólicos y elípticos. La mayoría realiza la parábola perfecta del comienzo adecuado y el cierre que convence.
En otro orden de cosas, quizás hayan sido pioneros de actuales cubanerías literarias. Eso a que hoy llaman de forma pretensiosa, “descontextualización pos modernista”.
Nelson, con otras perspectivas y seguro sin pretensiones elitistas, quiso como todo creador, anotar su gol y burlar la censura. No olvidar que tres años antes, en 1961, Castro –pistola en mesa- anunció las llamadas “Palabras a los intelectuales”. A tenor de esto, sus cuentos aluden simbólicamente, pero nunca señalan de forma explícita.
El primero y que da nombre a la entrega, El Regalo, consigue la magia de una narración sugerente que nos alerta: ¡Cuidado con lo que pides, puede serte concedido! El simbolismo de la bicicleta fue premonitorio. Los creadores artísticos de aquella época, que soñaron una revolución y ciertamente la tuvieron. Conocieron lo que representa ser devorado por un sueño, a partir de que este deviene pesadilla.
Nelson entregó su obra de estreno a los 21 años. Nació con el don de los buenos narradores, pero tuvo poco tiempo para madurar. No le fue dado decantar un oficio por maduración. El resto de la muestra, nos pone frente a temáticas que el realismo socialista que se impondría más adelante, satanizaría de forma indefectible.
Por esos misterios de la creación, el último relato, La casa, fue otro de esos relatos premonitorios que aportan el cierre perfecto para el libro y deja percibir el aliento de su mentor literario, Virgilio Piñera. La casa anuncia la pesadilla que vivimos y a la que Piñera vislumbró cuando expresó que tenía mucho miedo.
Como el relato de Nelson, hoy Cuba, la casa mayor, construye y construye planes y escaleras sin sentido que no conducen a parte alguna. Se marcha y se construye en un círculo sin fin. Cercados por toda clase de muros y por la falta de alimentos prevista por Nelson; así llegamos al futuro.
“Almanaques”, habla de aislamientos y diferencias. Mientras, se nos escapa la recompensa gratificante de vivir plenamente la etapa de juventud. Ante tal imposibilidad, el protagonista del relato se venga no envejeciendo. Al final perece y termina en un “cul de sac”, inevitable.
La entrega del joven escritor fusilado por los fusiles de la dictadura estalinista de Fidel Castro, pudiera ser un alerta y lo es de hecho. Sus cuentos son redondos, breves y tan fantásticos como amanecer en Cuba. No fuimos cuidadosos con nuestros deseos, nos perdimos en el tiempo y marchamos por marchar sin conocer exactamente hacia donde nos dirigimos.
Nelson y las vidas rotas de pintores, soñadores y artistas sacrificados por nada y para nada, son los muertos que cuentan. Son los muertos de mi felicidad y de la felicidad que se sueña en silencio y que algunos se llevan maltrecha, por muchos caminos de este mundo.
Que el lector recorra avisado el alerta que este artista cubano nos dejó en
Lawton, 2007-04-21
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