jueves, 22 de noviembre de 2007

Odas por La Bendecida, Amarilys Cortina Rey



Las cafeterías particulares surgieron en la Cuba revolucionaria debido al poco calor que el gobierno brindaba a sus homólogas estatales. Desprovistas de ofertas para calmar el apetito o de jugos y sodas para saciar la sed, esos establecimientos languidecieron durante muchos años, exhibiendo sólo los rostros aburridos de sus empleados junto a un pequeño letrero donde podía leerse: “No hay agua”.

En aquel tiempo, se comentaba, a modo de chiste, la posibilidad de estar todos contagiados de la rabia (hidrofobia) en las calles de este país por la carencia generalizada de algo que beber.

En la década de los 90, debido a la crítica situación creada por el derrumbe del campo socialista, el Estado comenzó a autorizar las licencias para trabajadores por cuenta propia.

Entonces, como en un acto de magia, comenzaron a surgir miles de pequeños y medianos establecimientos que ofertaban las desaparecidas golosinas y los necesarios vasos de agua fría.

Ese fue el momento en que surgió La Bendecida, una cafetería ubicada en la intersección de las calles Independencia y Lucha, en el poblado de Managua. Pero como se suele decir por acá, “la alegría en casa del pobre dura poco”. Un gran ejército de inspectores estatales fue enviado a las calles para fiscalizar, multar y restringir la floreciente iniciativa privada.

Las normas estrictas exigidas a los trabajadores por cuenta propia y las altas multas en miles de pesos impuestas por los inspectores ante cualquier incumplimiento detectado propiciaron que muchos cerraran sus negocios y entregaran las licencias, quedando en algunos casos las marquesinas de colores que anunciaban la venta, colgadas de los techos.

Esa también fue la suerte que corrió La Bendecida. Después de todo un año de trabajo y bienestar, una mañana no abrió sus puertas ni desplegó sus toldos ante las miradas interrogantes de quienes pretendían tomar una tacita de café.

Todo lo que se había construido para acondicionar el lugar, días después fue retirado con golpes y ruidos. El fregadero, los tubos para la conexión del agua, el mostrador, salían poco a poco, como en un triste retorno caprichoso. Sólo quedó el cartel de identificación jugando con el viento.

Miriam, la propietaria del frustrado negocio, dijo entonces, que la razón esgrimida por los inspectores era que ella no vivía en el sitio donde hacía su venta, algo indispensable entre las exigencias gubernamentales.

Hoy, en las ruinas de un antiguo comercio del siglo XVIII, La bendecida ha resurgido. Esta vez, quizás por actos del destino, frente al sitio donde fue desactivada. Su propietaria regresa con muchas más ofertas para un público que asiste asiduamente.

Pollo asado a la parrilla, dulces, helados y otras golosinas para degustar en mesas con sillas dentro de pequeños muros de piedra y canteros con flores.

Mucho ha tenido que trabajar esta emprendedora mujer junto a su media docena de empleados, quienes aseguran sentirse mejor tratados y remunerados que cuando trabajaban para el sector estatal.

Gracias a la iniciativa de este pequeño grupo, un sitio que se encontraba derruido se convierte en algo atractivo, útil y necesario para la sociedad. Lo que todos se preguntan es ¿hasta cuando les permitirán existir los inspectores del gobierno?

Sobre ese asunto, Miriam nos comenta: “¿Hasta cuando? Pues no sabemos. Tú conoces como son esta gente, pero mientras tanto, todos salimos beneficiados, bendiciendo a La Bendecida.

Managua, La Habana, 21/11/2007

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