jueves, 3 de septiembre de 2009

DE MATANZAS ME HAN DADO UN RECADO, Antonio Conte


Miami, USA, septiembre 3 de 2009 (SDP) Pipo Valencia murió de un ataque de hipo el 21 de abril de 1957, en Matanzas. Su muerte fue reseñada en varios periódicos de circulación nacional, entre ellos El Crisol, matutino de La Habana. En su edición del 23 de abril apareció en la página 8 una nota a 4 columnas titulada “El hipo se llevó a Pipo”, firmada por Euclides Ramos:

“Artemio Valencia, conocido como Pipo, profesor de literatura en el Instituto de Segunda Enseñanza de la ciudad, leía diariamente a sus alumnos un fragmento de Hamlet. La mañana del 18 de abril, después de recitar el final de la obra, “Now cracks a noble heart. Good night, sweet prince; and flights of angels sing thee to thy rest”, le dio la sirimba hípica que se mantuvo intermitente durante tres días con sus noches. No valieron hilos en la frente, cocimientos de granada, amansaguapo, apasote, sustos con hormigas bravas que metió la mujer en los calzoncillos de Pipo, ni las inyecciones de arañuela y abedul cada 4 horas. Al amanecer del 21 de abril se fue el Profe, cuando estaba entrando la primavera por la ventana de su cuarto, frente a la bahía de Matanzas.”

Fue el segundo caso de muerte por hipo en Cuba. El anterior ocurrió el 31 de diciembre de 1937; el desdichado, Juan Francisco Martínez, de Pontevedra, que se atragantó con una uva cuando empezaron a descontar los últimos segundos del año que se iba. Sólo alcanzó a hipar tres veces, se puso morado como casulla en misa de difuntos y cayó redondo sobre las baldosas del salón principal del Casino Español, en Prado y Ánimas, antes que el reloj diera la primera campanada anunciadora del nuevo año.

El periodista no ahonda en los detalles clínicos del caso, pero el doctor Fidencio Cárdenas, del departamento de gastroenterología del hospital provincial de Matanzas, afirmó a la radio local que Pipo había guardado el carro debido a una crisis hipal producida por una emoción fuerte, tal vez la resurrección de la primavera o el adiós a las armas del príncipe de Dinamarca.

Lo que no era probable, pues Pipo estaba acostumbrado a esos trotes impuestos por él mismo. Recitaba de memoria al inglés, sin omitir puntos ni comas, en el mismo tono que se hablaba durante el reinado de Isabel I, período que va de 1558 a 1603, y que termina con la muerte de Jacobo I en 1626. Shakespeare, que murió en 1616, el mismo año que Cervantes, era un isabelino que bien bailaba, lo que conocía al dedo Pipo Valencia, por lo que se descartó la muerte por emoción shakesperiana. Lo de la primavera nadie lo creyó porque en Matanzas no hay.

La pasión del profe por William lo llevó a escribir un ensayo de 3 000 palabras sobre la relación Ofelia-Hamlet, que no vacila en calificar de mojigata, dentro de la tragedia que vivía el príncipe debido a la calentura de tiempo completo que provocaba en la reina Gertrudis el mediocre de Claudio, el rey tío.

“La cumbancha entre el tío y la madre transformó al príncipe en un pelele”-afirma Pipo- “a lo que se sumó más tarde la aparición del rey muerto (su padre) en la explanada norte del castillo. Ese trauma, antes que convertirlo en un pedante me hago el loco, debió llevarlo sin escala a los pechos y muslos rosados de Ofelia (y no a insultarla en repetidas ocasiones) y atacar a la moza en su propio cuarto a la hora del baño, cuando la ninfa estaba fresca como una lechuga de Odense”.
El ensayo se publicó tres meses antes de la muerte de Pipo en la revista de la sociedad cultural José Jacinto Milanés, del municipio Bolondrón. Matanzas era conocida entonces como la Atenas de Cuba.

La esposa de Pipo, actriz del grupo Las Cuevas, con sede en el barrio Bellamar, representó a Gertrudis el año anterior en una versión moderna de Hamlet adaptada por el marido, donde la reina madre no sólo se empata con el cuñado, sino que coquetea en el parque de las mil taquillas de Varadero con Laertes, Rosencrantz y Guildestern, que en la versión de Pipo se llamaron Miguelón, Rodolfo y Machito, como los tres Villalobos.

La Sociedad Económica de Amigos del País, por medio de su director, el doctor Bonifacio de la Luz, envió una corona y una esquela mortuoria: “Al gran Pipo, divulgador excelso de la obra de William Shakespeare en la Atenas de Cuba. Descansa en paz, hombre de bien”. Por su parte, el embajador británico se presentó en la funeraria a las 9 en punto de la noche, entregó a la viuda una estatua de bronce de Pipo y Shakespeare estrechándose las manos y una caja de 50 por 20 centímetros de chocolates suizos Gysi.

Ningún otro profesor de literatura se atrevió a recitar fragmento de obra alguna de Shakespeare en el Instituto, sobre todo los versos con que, en boca de Horacio, se le dice adiós al príncipe. El miedo a morir de un ataque de hipo invadió la ciudad. Dicen los deslenguados que cuando en alguna tertulia se hacía referencia al inglés sin pronunciar su nombre, los tertulianos respiraban profundo y cruzaban sin recato el dedo del medio sobre el índice, como advirtiendo: Lo que es a mí, el hipo no me jode.

NOTA: Este trabajo no hubiera sido posible sin los testimonios de varios alumnos de Pipo, ya veteranos, residentes en Savannah, Providence, Pensacola, y las informaciones de la época, recogidas en los periódicos locales El Matancero y Valle Plateado de Luna, y en alguno que otro de circulación nacional como el mencionado El Crisol, Información, El Mundo y Prensa Libre.
ACONTE1812@aol.com

1 comentario:

Maria dijo...

Genial, Conte, te leo de vez en cuando con placer pero esta historia me ha recordado a las historias de la Matanzas antigua de una tía mía cubana, a la que echo de menos tanto desde que murió.
¿Podrías decirme el título de esa historia que escribiste hace tiempo de unas Misladys y Marilynes que desvalijaron a una pobre tía en Miami en una orgía consumista? Me gustaría mandárselo a una cubana inglesa de Londres que tiene ganas de reirse un poco.
Un abrazo,
María, Sevilla.