jueves, 3 de septiembre de 2009

PELEAS DE GALLOS Y BAÑOS DE RÍO, Juan González Febles

Un taxi amarillo de Panataxi con aire acondicionado en agosto, es algo más que una ilusión. Aquel se desplazaba con la velocidad especial con que los choferes dan a conocer su disposición a recoger pasaje. Ni veloces ni lentos. Lo adecuado para detenerse a la primera señal sin aspavientos y hasta con cortesía.

El chofer era fornido y achaparrado. Con rasgos aindiados o achinados de nativo de la zona oriental. No necesitaba hablar con el acento típico de esa zona de la Isla. Todo en él proclamaba que procedía de alguna parte o alguna de aquellas provincias.

Dijo llamarse Balbino y para variar o marcar la diferencia, que no le gustaba La Habana. El pasajero sonrió. No quiso responderle con alguna mordacidad.

-¡Qué carajo! –Pensó- Esta gente es capaz de cualquier sacrificio con tal de vivir en La Habana y dicen a quien se lo crea, que ‘Palestina’ es lo mejor…

-¿Y por qué no se va para su tierra?

El chofer sonrió con el ingrediente agregado de algo parecido a la tolerancia o quizás el cansancio. Sorteó un gigantesco bache y sin dejar de atender la conducción del vehículo, dijo:

-Llegué a La Habana en 1959 con la columna 1 de Fidel. Tenía 15 años…

-Ya sé, un héroe…

-Nunca peleé ni participé tan siquiera en una escaramuza. Estaba en una escuela de cadetes y nos designaron para acompañar a Fidel. Esa guerra no la peleé. La orden fue que éramos niños y tenían que cuidarnos. Después, me llevaron a Girón, participé en la Limpia del Escambray y estuve en Angola. Ahí fue que me licenciaron al concluir la misión. No soy héroe. Me tocó y ya.

Si alguien en la calle Tercera de Miramar, a la altura de los complejos hoteleros ubicados en la vecindad del Comodoro, dice que no le gusta La Habana, debe ponerse en duda su salud mental. Este es uno de los espacios más hermosos de una muy hermosa ciudad.

-Estoy aquí luchando para reunir un dinerito y cuando lo tenga, me compraré un ranchito allá en mi tierra. Yo soy de Rio Cauto de donde nunca debí haber salido. Estoy cansao de tanta mierda y de tanta gente mala. Me iré al carajo de aquí. ¿Sabe? Nunca había visto tanta gente mala junta. Se denuncian para subir. No les importa hacerlo con un viejo amigo, con un hermano o un familiar. El lio es subir…De veras que hay gente muy mala en La Habana. No siempre fue así, ahora no tiene remedio. Todos los hijos de puta del mundo se mudaron para La Habana.

-¿No tiene familia? Quiero decir, no tiene hijos, mujer, ¿no hay algo que te ate a La Habana?

-Mis hijos nacieron aquí. Esto es lo de ellos. No son como su madre o como yo. Este es el mundo de ellos. Quizás no los supe criar. Cuando complete el dinerito necesario me iré sin mirar atrás. Bueno, si quieren que nos visiten por allá. Voy a morirme con tranquilidad, a pelear gallos, pescar y bañarme en el rio. Eso es lo que tendré: una vida sin sobresaltos y aire limpio con mi vieja.

Se puso serio y dijo con gravedad: -La vida se puesto muy cara. Ahora todo es muy difícil. Allá es diferente. Tienes tus animales, puedes sembrar algo y si uno lleva un dinerito y cosas necesarias como una plantita eléctrica, algunos efectos eléctricos, pues vives. Puedes organizar las cosas con más calma y lo mejor: sin tanta maldad y sin tanto egoísmo.

El hombre sudaba profusamente a pesar del aire acondicionado. Usaba sólo una mano para manejar con una destreza notable. Con la otra, se secaba el sudor con una toalla recortada que mantenía sobre su cuello. Lo hacía para no manchar de sudor el cuello de su camisa. Era un chofer excelente. Tenía la destreza, pero además contaba con el instinto y el olfato. Conocía perfectamente la ciudad.

Dejó caer que había sido chofer de un general. Pero no quiso hablar de ese asunto. Prefirió burlarse de dos policías que se escondían en un punto de la calle que conocía, con el propósito de pescar infractores y poderles multar. Explicó que los policías tenían que cumplir con una cuota de multas a imponer. Cuando andaban cortos, y temían no poder cumplir con la cuota, multaban a cualquiera por cualquier cosa.

-La mayoría de ellos vienen de tu tierra-dijo el pasajero.

-Sí, es cierto. Pero ya pertenecen a la tuya. Allá no hay gente así. No quedan. Vinieron para acá amigo. Ahora son habaneros. Más habaneros que tú. Estuve trabajando en el turno de la madrugada porque a esa hora no hay muchos policías. Se gana más, pero el desgaste es mucho mayor. Las putas pagan bien. Sacan para ellas, para sus chulos y para los policías. Algunas tienen chulos y otras no, pero todas tienen policías. Los hay de aquí de tu tierra. ¿Sabes? Según las putas, los peores entre los policías son habaneros…

El pasajero se negaba a creer que estaba en presencia de un oriental deseoso de regresar a su tierra. Pero aun así, parecía sincero. Dudó por unos instantes, pero decidió ser generoso con la propina. No siempre se encuentra un oriental deseoso de volver a su tierra. No en estos tiempos.

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