Vestía un t-shirt blanco y un pantalón amarillo de los que llevan los alumnos de secundaria.
El adolescente delgadito sostenía con sus dos manos una bandeja de aluminio con cinco tatianof de chocolate (¡de aspecto riquísimo!).
El chofer había detenido el auto para preguntarle adonde iba. La mujer que ocupaba el asiento al lado del chofer, se viró y le abrió la puerta trasera para que entrara al auto.
Pero fue la golosina del dulce más fuerte que mi cansancio, la que me empujó a aguantarle la bandeja antes de subir y luego a proponerle la compra de uno de los ladrillos de chocolate que llevaba hacia no se dónde.
La respuesta a mi demanda no se hizo esperar y anunció decididamente que los vendía a $ 40.00 MN cada uno. Enseguida aclaró que en la shopping valían “tres fulas y medio” (tres dólares cincuenta). ¡Buena gestión de venta!.
Mis glándulas salivares activadas me hicieron notar que llevaba unas cuantas horas sin probar bocado.
En un segundo, visualicé cómo envolver el dulce en un papel cualquiera extraído de mi maletín. Pero recordé que en un compartimiento traía una jaba plástica. Seguidamente eché mano a la billetera para hacer un balance económico, ¡mierda! Solo tengo 30 pesos, y de ellos, diez para pagarle al chofer. Con veinte pesos no puedo comprar el Tatianof. Deseché la idea de darme un gustazo a pesar de las libras demás.
Pregunté al muchacho donde reencontrarlo, pero respondió con que ya tenía los dulces vendidos. A guisa de consuelo, agregó que todas las semanas vendía cinco. Con una sonrisa añadió: “Puro, hay que luchar”.
El chofer y la mujer que lo acompañaba no abrieron la boca. Sólo escuchaban. El muchacho indicó que lo dejaran en la esquina próxima. Antes de salir del vehículo, me señaló la calle transversal porque vivía a mitad de cuadra, en la casita del portal.
Luego de proseguir la marcha, el chofer fue capaz de pronunciar no más de tres palabras: “Es un luchador”.
garvecu@yahoo.com
http://prolibertadprensa.blogspot.com/
El adolescente delgadito sostenía con sus dos manos una bandeja de aluminio con cinco tatianof de chocolate (¡de aspecto riquísimo!).
El chofer había detenido el auto para preguntarle adonde iba. La mujer que ocupaba el asiento al lado del chofer, se viró y le abrió la puerta trasera para que entrara al auto.
Pero fue la golosina del dulce más fuerte que mi cansancio, la que me empujó a aguantarle la bandeja antes de subir y luego a proponerle la compra de uno de los ladrillos de chocolate que llevaba hacia no se dónde.
La respuesta a mi demanda no se hizo esperar y anunció decididamente que los vendía a $ 40.00 MN cada uno. Enseguida aclaró que en la shopping valían “tres fulas y medio” (tres dólares cincuenta). ¡Buena gestión de venta!.
Mis glándulas salivares activadas me hicieron notar que llevaba unas cuantas horas sin probar bocado.
En un segundo, visualicé cómo envolver el dulce en un papel cualquiera extraído de mi maletín. Pero recordé que en un compartimiento traía una jaba plástica. Seguidamente eché mano a la billetera para hacer un balance económico, ¡mierda! Solo tengo 30 pesos, y de ellos, diez para pagarle al chofer. Con veinte pesos no puedo comprar el Tatianof. Deseché la idea de darme un gustazo a pesar de las libras demás.
Pregunté al muchacho donde reencontrarlo, pero respondió con que ya tenía los dulces vendidos. A guisa de consuelo, agregó que todas las semanas vendía cinco. Con una sonrisa añadió: “Puro, hay que luchar”.
El chofer y la mujer que lo acompañaba no abrieron la boca. Sólo escuchaban. El muchacho indicó que lo dejaran en la esquina próxima. Antes de salir del vehículo, me señaló la calle transversal porque vivía a mitad de cuadra, en la casita del portal.
Luego de proseguir la marcha, el chofer fue capaz de pronunciar no más de tres palabras: “Es un luchador”.
garvecu@yahoo.com
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