jueves, 7 de febrero de 2008

El síndrome de Caperucita Guillermo Fariñas Hernández. Cubanacán Press.


A ninguno de los marginales jóvenes vecinos del barrio La Chirusa, le quedan dudas. La declaración del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República de Cuba, publicada por el diario Granma el pasado 17 de julio del 2007, era el preludio de una nueva ola migratoria. Sería similar a las acaecidas por los puertos de Camarioca en 1965, El Mariel en 1980 y la Base Naval de Guantánamo en 1994. En un final, lo último que se pierde, es la esperanza.

Existe una campaña represiva solapada y silenciosa. Está dirigida contra todos los ciudadanos de esta capital provincial central, que sean menores de 45 años. En la jerga del barrio se le dice sólo “El Peligro”. Esta no es más, que la aplicación de una sanción penal, por un delito no cometido. Para vergüenza del Código Penal cubano vigente, este la recoge con la rimbombante denominación jurídica de Peligrosidad Social Pre-Delictiva.

A partir del día 18 del mismo mes y el propio año, ocurrió el gran milagro entre los chiruseros. Sin presión alguna de la siempre amable Trabajadora Social asignada a la barriada y mucho menos del cada día más hosco, amenazante y prepotente Jefe de Sector de la Policía Nacional Revolucionaria, comenzaron a buscar trabajos en entidades del estado, esa mañana.

La inmensa parte de los hijos de La Chirusa recién contratados, fueron a parar a las brigadas de higienización de la Empresa de Servicios Comunales del municipio Santa Clara. A pesar de los malos sueldos, el rudo y agotador trabajo, la falta de utensilios de labor y medios de protección física adecuados, se sienten muy bien donde están ubicados. A los que preguntan mucho sobre su actitud sólo le dicen: “Que te explique Caperucita, mi hermano”, y sonríen con picardía.

Caperucita es un hombre muy flaco y sumamente enfermo. Reside en la laberíntica cuartería semidestruida, que le da el nombre a la barriada tan conocida. Se caracteriza por caminar con muchas dificultades y de una forma demasiado aparatosa para pasar inadvertida. Cada vez que da un paso, su boca refleja un dolor insoportable. Caperucita padece de callosidades plantarias en sus enfermos pies, por eso es que casi no puede andar.

La Caperuza, como le dicen sus vecinos de más confianza, tiene ahora unos 53 años de edad, pero cualquiera se confunde y piensa que es un anciano de 65 abriles. Las recurrentes prisiones lo han acabado. Está “tanqueando” desde los 12 años en los Centros de Reeducación de Menores del Ministerio del Interior. En Cuba a la cárcel se le dice “El Tanque”. Desde el lenguaje de los presidiarios, se ha convertido en parte del idioma popular.

Aunque es un hombre de pelo en pecho y nunca nadie le ha sabido nada de tendencias homosexuales, un apodo tan femenino para un delincuente tan famoso como él, le viene porque siempre su fuerte dentro de los fuera de la ley, ha sido el asalto a personas y a casas habitadas. Para no ser identificado con facilidad, por los siempre vigilantes delatores de los Comités de Defensa de la Revolución, se ponía una camisa sobre la cabeza en forma de caperuza para que nadie lo reconociera.

El dice a los más jóvenes, que la vida sabe llevar recio a los hombres de respeto como él y que la suerte no le ha sonreído. La cosa que siempre ha querido, por sobre todas las demás, es vivir en la ciudad de Las Vegas. Quiere estar en el centro del juego, de la prostitución y demás vicios. Lo de él es una obsesión con la capital mundial del juego. Cada domingo en la noche, viajaba por televisión religiosamente llevado por el serial CSI-Las Vegas. Está molesto y ahora lo apaga, puesto que se trata de CSI-New York.

Cuenta que cuando abrieron la bahía matancera de Camarioca, él se encontraba en una cárcel para delincuentes menores de edad. Su hoy ya enterrada madre, no se fue, porque no lo quiso dejar atrás. Esa fue la mayor discrepancia, que hubo entre su progenitora y Caperucita. Su vieja murió de cáncer reprochándole, que por su culpa se hubiera tenido que disparar toda la película comunista de Fidel. Que no pudo ver cuando ponían “Fin” y encendían las luces, en ese gran cine que es Cuba.

Desgraciadamente se introdujo a robar en la casa de un Teniente Coronel de Seguridad del Estado en 1977 y fue apresado a las 72 horas. En 1980 abrieron el puerto habanero del Mariel y aunque de veras se limpiaron las prisiones de inadaptados sociales, para enviarlos al presidente de los Estados Unidos, James Carter, existía una orden especial. El asaltado oficial de la Policía Política, (rencorosos como son) la impartió para que a ‘Caperucita’ no le fuera permitido marchar hacia los Estados Unidos de América. Hoy dice medio en broma, medio en serio: “Me cogió la rueda”.

En 1994, preso en el penal de Manacas por un delito de Hurto y Sacrificio de Ganado Mayor, el gobierno no abrió las rejas de las prisiones a los encarcelados. Los pocos días que duró esta tercera apertura a la emigración, los pasó sufriendo. Dios esta vez tampoco le envió al “Yankee”. Ya perdió los deseos de visitar a la ciudad más importante del norteamericano estado de Nevada. No quiere morir de desengaño.

Las únicas veces que estudió en el sistema de educación de los comunistas, lo hizo, entre condena y condena, en las Escuelas de Idiomas de Santa Clara. Incluso dentro de las ergástulas, algo practicaba. Quería manejar perfectamente la lengua inglesa, para cuando arribara a la tierra de Washington. Por eso aconseja a los jóvenes en La Chirusa: ‘Pónganse a trabajar en cualquier cosa, para que cuando abran hacía Miami, no estén presos por “peligro”. Para que no los coja como a mí, el Síndrome de Caperucita’.
Villa Clara, La Chirusa, 03/02/2008
cocofari62@yahoo.es
http://prolibertadprensa.blogspot.com/

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