Algo demasiado doloroso estaba ocurriendo. A los vecinos no les dejaban entrar al funeral en aquella casa cubana, ubicada en el reparto “La Chirusa” de la ciudad de Santa Clara. La dirección particular en donde todo aconteció, nadie en el barrio la podrá olvidar nunca. Fue en la calle Alemán # 562 entre las calles, Tomas Estrada Palma y Misionero.
Los desgarrados familiares se debatieron entre lágrimas. Sentían miedo y lamentaron no poder gritar contra el asesinato perpetrado en las horas de la madrugada de aquella oscura noche del mes de febrero del año 1976. Les destrozaba, aún más, estar en el velorio de un joven de solo 17 años. Este, había sido ametrallado, al querer salir de la unidad militar en donde era un simple soldado obligado.
Le llamaron “Pellejo”. Lo heredó de su progenitor, ya que ambos eran sumamente delgados, con marcadas y notorias arrugas en la cara, así como en los brazos. Marcas que cualquier médico bien graduado diagnosticaría con una única frase profesional y exacta: “Los pacientes tuvieron sufrimiento fetal al nacer”.
Pellejo hijo, se educó con su abuela materna, la vieja Ana. La anciana desde 1953 simpatizó con el asalto de Fidel Castro al cuartel “Guillermón Moncada”. Después ayudó dentro del frente católico del Movimiento “26 de Julio”. Cosió voluntariamente y a escondidas, brazaletes y uniformes para las guerrillas, además de comprar medicinas y alimentos para los combatientes.
En 1959 fue unas de las primeras ingenuas, que puso en la puerta de su humilde casa, los promocionados carteles de aquella época, que rezaban con inocencia: “Fidel, esta es tú casa”. Su ruptura con el barbudo gobernante se produjo al ser expulsado el clero extranjero, compuesto fundamentalmente de curas españoles. La isleña Doña Ana era muy cristiana.
No por gusto en la Escuela Primaria “Leoncio Vidal” situada en las esquinas que conforman las calles Ciclón y Tomas Estrada Palma y que fue conocida anteriormente como la Escuela de Arturo, la maestra Teresita “La Quemada”, pasó trabajo, para que Willians Viera el verdadero nombre de Pellejo, le repitiera el lema: “Pioneros por el comunismo, seremos como el Ché”.
La vida pasó como una ráfaga de viento de cuaresma y el niño se convirtió en un espigado jovencito. A los 16 años resultó requerido al Servicio Militar Obligatorio (SMO). Tras pasar una previa de 60 días en un polígono del norteño y costero municipio de Corralillo, lo destinaron a la Brigada de Tanques de “Quemado Hilario” al sur de Santa Clara.
Discurría aparentemente tranquilo el año 1976 en Cuba, pero miles de cubanos se encontraban matando y muriendo en una tierra lejana y ajena, de la República Popular de Angola. Los periódicos y las emisoras radiales y televisivas “Fidelistas”, trataban de convencer a los nacionales, de que la sangre derramada y las vidas truncadas no eran en vano. Para ello se aferraban al concepto marxista-leninista “Internacionalismo Proletario”.
El oficial jefe de la Sección Política de la brigada de tanques, pidió a los soldados que no desearan participar en la contienda bélica de Angola, que diesen un paso al frente. Por supuesto Pellejo estuvo dentro de los que no aceptaron viajar a matar. Los oficiales de la Contra Inteligencia Militar (CIM) fueron los que se encargaron de aislarlos, para preservar el secreto del traslado militar.
A las 48 horas los aislados se enteraron, por un oficial con grados de Teniente Coronel y de apellido Tamayo, de dos cosas, la primera era que no podrían salir de las instalaciones de la brigada de tanques, por un espacio de 45 días, porque era el tiempo en que quienes marcharon a guerrear estarían en plena disposición combativa en las lejanas tierras africanas.
La segunda de las cuestiones les fue mucho más sorprendente, pues los 257 reclutas que se negaron a marchar seguirían allí en la unidad, porque a partir de ese momento, se confinarían en un Batallón Disciplinario, una especie de cárcel militar, por no querer ir “voluntariamente” a aplicar el internacionalismo bélico cubano, a los hermanos africanos.
No obstante se les mantuvo la promesa de que tendrían pases reglamentarios como todos soldados. Por eso, a los dos meses de encierro en aquel infierno castrense Pellejo le pidió al Teniente Coronel Tamayo que le permitiera ir a su casa, porque tenía problemas familiares. Tamayo le contestó que a él no le importaban los cobardes, que no poseían coraje para ir a la guerra.
Ante tamaña ofensa Pellejo le informó, ante unos 25 reclutas, que él se iba aunque violara la ley militar. No dejarlos salir a visitar sus seres queridos, era sólo la venganza, debido a que ellos se negaron a pelear por los ideales comunistas. Acto seguido atravesó la barrera de la posta de guardia, en desafío a lo ordenado.
El Teniente Coronel Tamayo ordenó al recluta que cubría la posta de salida, que le disparara al desarmado Pellejo. El soldado se solidarizó con su compañero de armas y desgracias, por lo que optó por incumplir las ordenanzas. Fue entonces que Tamayo le arrancó el AKM-47 al soldado y de una ráfaga segó la vida de Pellejo que se alejaba sin miedo.
La familia hizo el mortuorio en la sala de la casa, la caja vino sellada con clavos, ni el padre, la madre, la hermana y mucho menos la abuela Ana pudieron verlo, aunque fuera por última vez, antes de ser enterrado. A los vecinos nos les fue permitido entrar al hogar de los Pellejos. La habitación donde estaba el féretro la ocupaban los oficiales de la Contra Inteligencia Militar, Ibrahím, Toledo y Carlos Valdés.
En “La Chirusa” cuando el programa televisivo “Mesa Redonda” trata sobre la guerra de los países democráticos y civilizados, encabezados por los Estados Unidos de América en Irak y Afganistán, los chiruceros más suspicaces dicen: “Esta bueno ya, a Pellejo, por su pacifismo, tuvimos que velarlo en la calle”.
Villa Clara, 20/02/2008
cocofari62@yahoo.es
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