jueves, 7 de febrero de 2008

Vivir del pene, Juan González Febles



Cuba es un país polisémico. Las cosas que parecen iguales, en realidad no lo son. Víctor (el nombre es supuesto) es un negro joven y bien proporcionado. Gusta ser llamado “Negrón”.

Una memorable oportunidad que emergía lúcido de una gratificante resaca de marihuana. Me explicó la diferencia entre ser un pobre “negrito” y ser un orgulloso Negrón. -Un Negrón -me dijo- es alguien digno de respeto. A los “negritos” nadie les respeta…

Mi interlocutor, es rastafari. Habla con lentitud en un ritmo regular y con una reconocible cadencia melódica. El timbre de su voz es grave. Vive, o se ayuda para vivir, con las atenciones que le prodigan turistas del primer mundo. Él no las acosa. Ellas acuden a su humilde domicilio inmediatamente que tocan tierra cubana y se hospedan con él.

Prefieren su compañía y la humildad de su entorno a los hoteles y albergues preparados para extranjeros. Parafraseando al poema: “La barbacoa de Diezmero, las complace más que un bar”.

Lo visita un promedio de diez desoladas europeas al año. Son mujeres prósperas y solitarias. Le conocieron en visitas previas a La Habana o a través de la red de redes. Esa misma red que algún anciano en su delirio llamó “arma de exterminio”. Algunas entre ellas, arreglan sus cabellos lacios al estilo africano, hasta se peinan con trenzas o dreadlocks.

Se afanan por solearse y por pasar inadvertidas en La Habana. Algunas lo han conseguido tan bien, que hasta terminaron por dormir en alguna estación de policía habanera. Pero se ha tratado en todos los casos de lamentables confusiones.

En Cuba, los nacionales disfrutamos en exclusiva de ciertos privilegios. La atención y el maltrato policial es uno de ellos.

Víctor me explica que nunca pide cosa alguna: el sólo da. Dar es mejor que pedir. Víctor no pide, sólo regala amor. Amor ilimitado en el mejor estilo promovido por el difunto Barry White. Sus amigas del primer mundo, le dejan euros y alguna que otra regalía. Esto le permite mantenerse a buen recaudo de la hostilidad de una sociedad que le rechaza por más de una razón.

Cuando le dije que practicaba la prostitución masculina, permaneció un rato en silencio, dio un respingo y dijo: – ¡Yo vivo de la *pinga! No soy una puta. Yo doy lo que ellas necesitan, lo que vienen a buscar…
-Eso es exactamente prostitución. Comercio sexual- le dije.
-Entonces, que me juzgue Jah- concluyó.

Hay que admitir que los rastafaris no delinquen. Al menos no en las forma clásica que prescriben los códigos en los países occidentales. Pocos o ninguno roban, ni agreden, ni son proclives a los escándalos.
Todos rechazan en bloque la violencia. El gobierno para reprimirlos se apoya en figuras de delito como la peligrosidad social y en contadas ocasiones, tenencia y consumo de marihuana.

No olvidar que en Cuba no está contemplada la prostitución como delito reconocido por su Código Penal. Entonces, por ser la cubana una sociedad machista por antonomasia, es otro el elemento que en realidad molesta a las autoridades y a los factores sociales y políticos más influyentes. Se trata de que Víctor y otros rastafaris, vivan del pene.

Ningún rastafari o cualquier otro figurín negro por cuenta propia, es arrestado o acusado por ejercer la prostitución. Demasiados machistas por acá, para aceptar el éxito “profesional” de estos singulares “gigoloes”.

Los rastafaris se agrupan ante el hecho de que son discriminados. Esta discriminación originalmente es por ser negros. Pero dentro del universo de la secta, ellos sostienen verdades que contradicen a las oficiales.

Para la mayoría de ellos, nuestro país está maldito. Lo está por apoyar la obra del diablo contra el emperador Haille Selassie, el Negus de Etiopía. Afirman que los soldados cubanos pelearon para Babilonia contra Jah. Esto para ellos es más que suficiente.

Su peculiar religiosidad busca los estados alterados de conciencia. Así alcanzan el estado de gracia con un Jehová que encontró a su profeta en el jamaicano Bob Marley. Hallan a Dios en medio de nubes de color, entre ángeles que se mecen a ritmo de reggae.

Los rastas viven con nosotros en esta hermosa ciudad y no son violentos. Son francos y respetuosos. Hasta caminan diferente. Lo hacen con un ritmo interno muy especial. Como si al hacerlo, escucharan música. Vivir del pene no es todo, sólo les imprime otro de sus rasgos esenciales.

Como dice Víctor con los ojos semi cerrados y el alma y el corazón lejos: “Lo que está bien, siempre está bien”. “Cuando los hermanos son hermanos de los hermanos, no hay problemas”.
Lawton, 2007, 27/12/2007
jgonzafeb@yahoo.com
http://prolibertadprensa.blogspot.com/
*Pinga-vocablo usado en Cuba en el habla popular para designar al miembro viril masculino, pene.

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