jueves, 17 de abril de 2008
Baño de espumas, Juan González Febles
Bebito salió pelaó del burle. Mala suerte o se trata de que Mermelada lo tiene salao. Perdió doscientos fulas, no es fácil asumir esa pérdida. Camina hundido en sus pensamientos, como recogido dentro de si mismo. No tener un centavo en el bolsillo es una sensación muy especial. Tener una deuda que no se sabe como o cuando pagará, lo hace aun más difícil. Ahora siente el sol como un castigo adicional. Camina por la calle Dolores, hacia arriba o hacia abajo. Nadie se pone de acuerdo sobre donde es arriba o donde es abajo. Arriba puede ser en dirección a la Avenida de Diez de Octubre, pero eso también puede ser abajo. Depende de quien camine y con que presencia de ánimo lo haga. A la altura del Cupet, apura el paso. No quiere pensar que tienen cerveza bien fría, a fula. ¿Para qué? El lo perdió todo jugando. La culpa la tuvo Mermelada. La dejó furiosa en el cuarto. Ella no quiere que vaya al burle. Dice que jugar es una mierda. ¡Que sabe ella lo que es la vida! Pero fue como le advirtió su padrino: La peor brujería, la peor salación, es el pensamiento de una hembra furiosa arriba de uno. ¿Cómo no iba a perder?
Bebito le debe mucho a Mermelada. Lo “salvó” cuando salió la última vez del Combinado. Lo metió en su cuarto y le dio todo lo que necesitaba en ese momento, en que acababa de salir del Tanque. Tenía al jefe de sector arriba y ella lo dejaba en el cuarto y salía a luchar para los dos. Después, fueron juntos a ver al Taita y el jefe de sector explotó. No hay quien pueda con ese pichón de haitiano. Su gente le fue arriba porque agitó al hijito de un coronel y el chiquito lo echó palante. Era un palestino equivocao que se creía muchas cosas. Le tenía jiña a los habaneros. Lo trajinaron mucho cuando llegó de “Palestia”. Pero después el tipo se desquitó. ¡Que policía más hijo de puta!
Mermelada vive en la casita pequeña con jardín de dos habitaciones que su abuelo construyó para su abuela. Allí nacieron su madre, sus tías y sus tíos. Hasta 1980, estuvieron apretados. Cuando sucedió lo del Mariel, todos se fueron y la casita se convirtió en una guarida cómoda para su abuelita y para ella.
La vieja nunca le perdonó a su madre eso de irse detrás de un macho y abandonar a un “angelito” de apenas un año. Pero con el tiempo, para Mermelada las cosas no fueron así de malas. Vivió bien y con mucho espacio con su abuelita sólo para ellas. Todos sus tíos, incluyendo a su madre convirtieron la casita en un lugar muy acogedor. El lugar más acogedor de todo Juanelo. Todos tributaron sus dólares y la bisutería milagrosa de los libres a la madre y la sobrina que quedaron varadas en Cuba.
Hasta con el tiempo “ese sinvergüenza” de su padre apareció, orgulloso y asombrado de tener una hija tan linda. La abuela lo trataba de usted en presencia, en ausencia sólo: “ese sinvergüenza”.
Bebito saludó a la abuela y siguió directo hasta la habitación. Desde que vivían juntos, redujo su mundo a las cuatro paredes de esa habitación. Sólo aspiraba a vivir tranquilo. Aunque sus relaciones con la vieja no eran del todo malas, prefería mantener una saludable distancia.
Mermelada cosía y aparentó no darse cuenta de su llegada. Le gustaba que él la sorprendiera con un beso. No darse cuenta de su llegada era muy adecuado a sus fines de ser sorprendida. Era una criatura dulce, fogosa y dependiente. Una real hembra o quizás sólo una mujer. Alguien en el barrio la bautizó como Mermelada porque todo en ella era dulce y desde ese entonces, dejó de ser Danita.
La habitación estaba presidida por dos afiches, uno del cantante mexicano Luis Miguel y otro del grupo americano Back Street Boys. Un televisor a color de 14 pulgadas, un equipo reproductor de cassetes y CD y un equipo de video, llenaban todas las necesidades materiales de la pareja. El circuito de confort, se completaba con dos ventiladores, de los cuatro en existencia en toda la vivienda.
Aunque Mermelada era celosa, sus preocupaciones no tenían faldas ni forma de mujer. El problema residía en que a Bebito le atraía compulsivamente el juego. El “Burle” que es como se llama al lugar donde se juega ilegal era la única sombra para su felicidad.
Bebito anda preocupado. Debe pagar los doscientos fulas que debe antes de la medianoche del próximo jueves. De no hacerlo, la deuda que asumió el Burle, se doblará. Si el plazo se vence y aun no ha satisfecho la deuda, vendrán los matadores y la cobrarán con sangre. O lo matan o toman de su casa lo que valga doscientos fulas. Anda muy preocupado, no quiere que Mermelada lo note. Ella mientras espera…
-¿Y mi beso?-preguntó.
Menos mal que no habló de Burle, pensó él. Pero lo hará, no hay dudas de que lo hará.
-Déjame llegar, quería echarme un poco de agua- dijo mientras se inclinaba para besarla.
Mermelada era una trigueña de estatura más que regular, con unas piernas bien formadas, culo de negra y senos redondos copudos. Senos breves como los de las estrellas de la película del sábado. Breves y bien formados. Su talle es fino y su risa una incitación. Ríe siempre y por cualquier cosa. Esa risa y su disposición para hacerlo, es más de lo que cualquier hombre necesita para soñar.
Hacía menos de dos años que viven juntos. Su aporte a la vida en común fue la bañera. La construyó con mosaicos de shopping. Se esmeró en el sistema de drenaje, porque quiso hacer un “jacuzzi” cubano. No lo logró. No había motor para poner el agua en movimiento. Tampoco conocía cómo hacerlo. Se conformaron con el baño de inmersión. Con eso, juventud, amor y con deseo, no se precisa de más.
-¿Vas a darte una ducha?
-Voy a llenar la bañadera. ¿Qué te parece?
Ella lo mira y no responde, sólo sonríe con toda la picardía del mundo. Es como la poesía. Parece que la hubiera escrito sólo para él. Le regalaron el libro en un intercambio de regalos en la última escuela a que asistió. Fue la secretaria de la Juventud Comunista. Andaba medio enamorada de él. Le aclaró que el poeta era comunista. Esto era una novedad. A los comunistas de carne y hueso no les interesa la poesía. No a los que conocía bien. El poema decía: “Me gustas cuando callas porque estás como ausente”. Era lo único que conseguía recordar, porque quizás era lo único que le interesaba recordar. Las mujeres cuando callan son muy interesantes. Hacer el amor en una bañadera llena de agua tibia es algo verdaderamente especial. Bebito decidió no hacer caso de la ginecóloga. Esta le advirtió a Mermelada, que la inmersión y el sexo en esas condiciones, podría convertirse en riesgo de infección vaginal. El baño estaba pintado de blanco como el resto de la casa. Estaba adornado con envases vacíos. Pomos de perfume rellenos con agua coloreada. Envases vacíos de desodorante, lociones y champú caros. Parecía un baño de afuera o de otro mundo con muchas posibilidades. En el extremo estaba la bañadera. Ella la mantenía limpia y muy seca. Sin musgo ni suciedad alguna. Tenía el trabajo de lavarla después de cada uso y secarla y mantenerla seca.
Bebito seguía preocupado. Esperaba a los matadores o al matador. Conocía a muchos, pero no a todos. No quería ser sorprendido, necesitaba tiempo. Pero no se lo concederían. Nunca hay prórrogas. Si no pagas, mueres. Todo es muy sencillo. Bebito creía firmemente en el proverbio que aplicaba rigurosamente en su vida. El proverbio decía: “Si tiene solución, no te preocupes; si no hay solución, no te preocupes. Ocúpate siempre”.
Bebito pidió que llenaran la bañera. Mermelada lo hizo todo lo antes que pudo. Con agua tibia y espuma de la Shopping. Mientras lo hacía se humedecía, embriagada de placer y con erizamientos epidérmicos espontáneos e involuntarios. Quizás no tan involuntarios, pero sí, sinceros y muy adecuados a su momento y temperamento.
Con Mermelada, Bebito consiguió imprimirle belleza a una vida gris y sin matices.
Ahora estaban desnudos y a solas. Vivían su fantasía de Jacuzzi, su baño de espuma en Juanelo y todo corría mejor. Como de costumbre, le hizo el amor sin pausas pero con mucha ternura. Con la fuerza y la aplastante lentitud de un tren lechero. Cuando ella pensó que todo había concluido, le pidió que se virara para sodomizarla. Mermelada no se cansaba de repetir que el culo era para “el hombre de su vida”. No a cualquiera ni en cualquier momento. Era su “prueba de amor”. Así al natural, sin lubricación ni vaselinas artificiales, mucha saliva y más amor…
Bebito era suficientemente joven como para entregar su ofrenda de varón dos veces casi seguidas. Mermelada lo merecía…
El que entró a matarlo lo hizo con la cabeza cubierta con una capucha de nieve tejida, roja, blanca y amarilla. Le asestó dos puñaladas en el pecho, ambas mortales. Todo fue muy rápido. Luego, se detuvo unos minutos para disfrutar la desnudez mágica de Mermelada antes marcharse. Ella no gritó, lo hizo al cabo de largos minutos. El agua de la alberca se tiño de rojo. El asesino llegó en una moto que le esperó hasta que completó su faena. Subió al vehículo que ronroneaba apremiante con el motor encendido. El conductor se alejó a toda velocidad. Eran profesionales.
Lawton, 2006-11-12
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario