jueves, 3 de abril de 2008

SOCIEDAD, El gran error de Pepe, Yoel Espinosa Medrano




En el artículo 17 de la Declaración Universal de Derechos Humanos se lee: Toda persona tiene derecho a la propiedad individual y colectiva. En Cuba se pasa por alto desde hace un gran tiempo, a pesar de que se trate de demostrar lo contrario.

José Almentero Alemán es un guajiro, nacido en una ladera del lomerío del Escambray, en la porción sureste de Villa Clara. Su rostro refleja el peso inocultable de 83 años. Una vida que llevó siempre al frente de una familia, con la labranza diaria entre cuestas espinadas. No sabe leer ni escribir, y jamás le interesó. Aún y cuando muchos alfabetizadotes deambularon por la zona, allá en los años 60.

Sin embargo, siente predilección, por tomar un café fuerte al amanecer, disfrutar de la pureza del aire, de la soledad de su morada y sobre todo: decir dicharachos.

Hace unos años vino a residir a las afueras de Santa Clara. La angustia y la reflexión comenzaron a azotarlo por dejar atrás muchas cosas que todavía golpean sus recuerdos: la pequeña casa, el campo abierto, animales sueltos, el tintineo de los cencerros de las arrias y…la muerte de su esposa.
Después que ella murió, la soledad se apoderó completamente de él, sólo sale de su casa a comprar los productos alimenticios que le venden en la bodega y el primer día de cada mes a cobrar la pensión de 156 pesos que recibe de la Seguridad Social. Eso, apenas le alcanza para adquirir los productos de primera necesidad.

Una tarde del mes de agosto, cuando el sol azotaba, sin piedad, tomó un taburete y se recostó a la sombra de una mata de mango que tiene en el patio, detrás de su casa, en calle 3ra del reparto Riviera, en la ciudad capital. Allí dejó fluir los recuerdos.
El árbol también sirve de cobija a tres vecinos que tienen como hobby escuchar las anécdotas de Pepe, como le llaman en la vecindad.

En esta ocasión su mente, bastante lúcida aún, fue a sus años de mozo. Contaba que en el año 1952, cuando vivía con sus padres, cerca de “La Moza”, en el Escambray, el viejo le compró una yunta de bueyes y regaló diez cordeles de tierra.

Desde entonces se dedicó a la agricultura, ahorró y llegó a comprarse siete caballerías de buen suelo. Fue el momento para cultivar y pensar en una familia. Lo último, excepto la compañía de la esposa, no vino. Jamás sintió resentimiento por la ausencia de hijos, y un poco que aceptó la voluntad del destino…

Hizo un breve silencio y encendió un tabaco que llenó de humo a los contertulios. Entonces continuó, dijo que se dedicó a la cría de ganado vacuno. Que antes de 1959 no estaba prohibido matar alguna res y que puso una casilla para vender carne: “¡Todo me iba muy bien!

Espetó que, un médico amigo de él llamado Lozano, allá en el Escambray, le habló para que cooperara con el Movimiento 26 de julio y aceptó. Apagó el tabaco y lo puso a un lado.
Revisó con la vista a los muchachones y dijo:
“Esta gente me engatusó. Me jugué el pellejo varias veces, escondí perseguidos por la gente de Batista, en mi casa y mira como me pagaron.

Cuando comenzaron a intervenir las propiedades en 1960 Lozano vino a verme y me dijo que recogiera los tres pesos que tenía para irnos hacia los Estados Unidos porque la cosa se estaba poniendo fea.
-Pero usted se quedó, señaló uno de los muchachos,
-Si ese fue mi gran error, acotó Pepe.
-¿Por qué? Preguntaron otra vez.
-Ya había vendido las tierras, solo tenía media caballería, compraba ganado y lo vendía en la carnicería, pensé que no habría problemas - Respondió.
Volvió a prender el tabaco y dijo:”Pero no fue así, me quitaron la casilla, la tierra les hizo falta para realizar una cooperativa y también me la intervinieron. No me indemnizaron nada. El tiro de gracia fue que me congelaron los tres quilos que tenía en el banco.

Soltó una buchada de humo y acotó: “Para rematar cuando comenzó el traqueteo con los alzados, en el Escambray, me sacaron de allí porque era un posible colaborador ya que tenía motivos para ello.
“En un pestañazo me desterraron de donde siempre había vivido y fui ubicado en este pedacito de tierra donde al parecer me voy a morir”, dijo y suspiró.
Ya con el viejo taburete en sus manos hizo que los acompañantes se retiraran y entró a su despintada morada.
Villa Clara, 24/03/2008
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