-Déjenme tranquilo, coño, que yo lo que me quiero morir- dijo cuando vio la ambulancia. Se lo llevaron vomitando sangre.
Cuando llegó el padrastro del hospital y avisó que se había muerto, Luis Miguel veía la telenovela brasileña.
El muchacho no quiso ir al entierro. Pasó la tarde en el terreno deportivo. Era un campo rodeado por árboles de tamarindo, a un lado de la carretera, donde terminaba el reparto. Lo cruzaba una zanja de agua verde lechosa y medio pie de profundidad que siempre apestaba a mierda. Entre su orilla izquierda y los tamarindos, si alguien no le daba candela, crecía la hierba y se amontonaba la basura.
Era un buen lugar, no sólo para jugar pelota, football, beber, templar o pajearse. También para estar tranquilo y pensar, sin que nadie viniera a joder. Esa tarde nadie jugaba. Sólo estaban él y su perro. Al fin pudo llorar. En la funeraria no lloró. No quería que lo vieran llorar. Además, no le salían las lágrimas. No valía la pena. El viejo siempre lo decía: estaba cansado de pasar trabajo y vivir en la mierda. Todos lo dijeron: ya descansó.
Lo único que consolaba un poco a Luis Miguel es que el cuarto con dos camas que compartía con el abuelo, ahora sería para él solo. Su hermana ya casi nunca dormía en casa. Andaba por ahí, en la lucha. Cuando venía, él tenía que dormir en una colchoneta en la sala. Cuando eran pequeños, dormían bien apretados bajo la colcha verde olivo llena de agujeros. No quiso más compartir la cama con él desde que lo agarró una madrugada botándose una paja.
Pensaba en todo eso cuando llegó Cristian. Tenía dos años más que él, pero eran casi del mismo tamaño. Incluso se parecían. Sólo que Cristian tenía la piel más tostada y el pelo un poco más rizado. No se notaba, porque los dos se cortaban el pelo bien rebajado.
Cristian se sentó a su lado sin hablar y le tendió la botella. Estaba por la mitad. Al segundo trago, le habló del negocio. Le hacía falta que lo ayudara a vender el maní. Del bueno, traído de Baracoa. Nada de hierba de parque ni un carajo. Se lo soltó Wampa, el del callejón.
-Con él, no hay casualidad- le dijo- Pero es mucho y me hace falta soltarlo rápido. El barrio está malo.
Luis Miguel no respondió. Sólo se empinó la botella.
-¿No te hacen falta unos pesos, chama?- dijo Cristian mientras enrollaba un pito. Para pegarlo, le pasó la lengua al borde del papel y luego se relamió los labios, antes de encenderlo: -Vaya, para que calientes los motores y no pienses tanto.
Luis Miguel aspiró hondo y se tragó el humo. Hondo, hasta los cojones. No le gustaba mucho fumar, prefería el alcohol, pero no le disgustaba la marihuana. Empezó a fumar el día que cumplió los 14. Fue el regalo de Roberto Carlos, su mejor amigo desde la primaria. El humo ya no le daba picazón en la garganta. Lo ponía bueno y lo hacía reír. Para andar con Cristian y Roberto Carlos, había que fumar. ¿Qué iban a pensar, que él era un niñito comemierda?
Se fueron cuando empezaba a oscurecer. Recogieron la carga en casa de María La Soya. Era la madre de Roberto Carlos. Una mulata achinada, de 42 años, teñida de rojo. El marido llevaba 5 años preso por robo con fuerza. La mitad de la condena. Ya no lo visitaba en la cárcel. Lo suyo era buscarse la vida. María lo mismo vendía marihuana que picadillo. O echaba un palo por 30 pesos. Estaba un poco gorda, pero todavía conseguía clientes. Antes que se fueran, se la mamó a Cristian en el baño. Entró detrás de él cuando fue a mear. Luis Miguel no estaba hoy para eso. A ella, cualquiera de los dos muchachos le venía bien. No se templaba niños, pero la leche fresca no se puede desperdiciar, decía.
Esa noche se buscaron 80 pesos. Compraron dos pizzas y media botella más. Se la tomaron en el terreno y luego se fueron a dormir.
Dos días después, se llevaron preso al padrastro de Luis Miguel. Los tres policías y el presidente del CDR llegaron al amanecer. Luis Miguel se iba para la secundaria cuando tocaron a la puerta.
-¿Quién es el dueño de la casa que toca así?- gritó el padrastro, poniéndose el pantalón, antes de abrir.
Registraron la casa sin mucho entusiasmo y haciendo muecas, como si olieran mierda. Encontraron seis libras de carne de res. Se lo llevaron esposado. La madre de Luis Miguel lloraba y repetía: Ay, dios mío, verdad que las desgracias nunca vienen solas…
La marihuana estaba en el palomar, envuelta en dos bolsas de nylon. Allí no buscaron.
El sábado por la tarde, ya la habían vendido toda. Gastaron casi toda la ganancia esa noche. Cuando iban por la primera botella, Roberto Carlos habló por primera vez de su problema con Yuniel. Le había tumbado dinero en un negocio. Luego, empezó a regar que él había puesto a hacer tortilla a María La Soya. Estaba acomplejado. Juró por su madre que se lo iba a bailar. Nadie le hizo mucho caso. Siempre había problema con alguien. Por dinero, por jebas, por cualquier cosa. Cristian cambió el tema y propuso ir a buscar a unas putas.
La primera no hubo que buscarla. Vino sola. Cuando llegó, estaban solos en casa de Luis Miguel. La madre había ido al DTI para averiguar por su marido. Era una amiga de su hermana. Andaba buscándola, pero nadie sabía donde estaba. Cristian, siempre rápido, se la llevó para el cuarto. Luis Miguel miró por un hueco en la pared de tablas. Vio poco. Sobre la cama, el culo prieto de Cristian subía y bajaba rítmicamente, las piernas de ella alrededor de su cintura. Se le puso dura, pero no valía la pena rallarse una yuca. Era mejor guardar energías para después. Salieron sudados, envueltos en una sábana y se metieron en el baño. La muchacha quedó en encontrarse con ellos más tarde en la casa de la cultura.
Cumplió. Llegó con otra amiguita, que enseguida empezó a darse la lengua con Roberto Carlos. Cuando llegó Luis Miguel con Yuleisy, la novia de Yuniel, ya la mesa estaba llena de latas de cerveza.
Luis Miguel fue a buscar a Yuleisy a su casa. Yuniel vivía con ella, pero se fue para El Vedado y no quiso llevarla. Ella estaba loca por coger calle. Luis Miguel llevaba un par de meses templándosela. A ella le gustaba Luis Miguel, decía que era un loco. No le importaba que fuera dos años menor que ella. Sólo se quejaba a veces de su peste a grajo. A veces. Otras, el olor agrio de su sudor la excitaba.
La primera vez, el padre de Luis Miguel lo cuadró todo sin que el hijo lo supiera. Sólo tuvo que pasarle dos fulas a Yuniel. Todos sabían en el barrio que, además de ser pinguero, ponía a su novia a putear, pero lo respetaban. Sabían que era peligroso.
La primera vez, Yuniel los dejó solos en la casa. La segunda, Luis Miguel se templó a Yuleisy con Yuniel delante. Pidió que lo dejara mirar, porque a él le gustaba ver a su jeba templando con otro.
-Asere, sin líos, esto es entre hombres. Nadie se puede enterar- fue la única condición que puso.
El lío empezó cuando Roberto Carlos lo vio llegar con ella. Luis Miguel fue a mear y Roberto Carlos fue con él.
-Asere, ¿Qué tú haces con la jeba de Yuniel?
-Na, ahí, estoy descargando con ella.
-Pero, ven acá, ¿él lo sabe?
-Asere, ¿tu eres policía o qué?
-Chama, tu estás loco. Te van a matar…
-Oye, ya, viejo…
-Oye, mi hijo, tú sabes que yo estoy en guerra con él. Cuenta conmigo para lo que sea. Pero ven acá, ¿a ti te interesa mucho esa jevita o la estás cogiendo para tus cosas?
- Y, ¿a ti que pinga te importa?
-A mí me importa todo lo que sea contra Yuniel, consorte…
Terminaron todos templando en los matorrales. De lejos llegaba la música de la Charanga Habanera. Las hormigas y los mosquitos los picaban sin piedad.
-Vamos para mi casa- propuso Roberto Carlos- La pura ya debe estar dormida.
Entraron sin hacer ruido. María La Soya dormía en el cuarto abrazada a un negro enorme. Los dos roncaban, desnudos. Parecían muertos. Roberto Carlos cerró la puerta del cuarto de su madre, les hizo señas para que entraran al suyo y se empinó lo que quedaba de la botella que había sobre la mesa. Siguieron la fiesta cerrados con pestillo y con la luz apagada.
Yuleisy se fue primero. Quería llegar a casa antes que Yuniel. Nadie la acompañó. Todos estaban demasiado en nota para acompañarla. Antes de irse, se agachó a mear en el jardín. Cuando se levantó, tropezó con el negrón de María. El tipo la agarró por el brazo. Ya tenía la portañuela zafada.
-Oye, tranquilo, no quiero bateo entre hombres- dijo Yuleisy. Se templó al negro, recostada a la cerca. El tipo se vino rápido. A ella le daba igual. Casi disfrutó. La excitó que la cañoneara un negro. Luego se fueron. Cada uno por su lado.
Cuando se fueron Cristian, Luis Miguel y las dos muchachas, La Soya seguía durmiendo. Dejaron a Roberto Carlos desmayado. Antes de irse, se tomaron un pomo plástico lleno de refresco gaseado que encontraron en el refrigerador.
-No, coño, no te lleves el picadillo, que eso es mariconá- le dijo Luis Miguel a Cristian.
Luis Miguel durmió hasta después del mediodía. No durmió más porque lo despertó la música del radio. Su hermana estaba en casa. De todos modos, el hambre no lo hubiera dejado dormir más. Algo le jalaba las tripas. La madre le preparó pan con tortilla. Terminó de comérselo en el inodoro. Tanta cerveza siempre le daba diarrea.
Cristian vino a buscarlo al mediodía. La amiga de su hermana los esperaba en la esquina. No quería que la vieran en la casa. Hacía calor. Buen día para ir a refrescar a la presa. Cuando llegaron, no había nadie por los alrededores. Cristian enrolló y prendió un pito. Se lo fumaron sentados en una piedra de la orilla, con los pies en el agua. Luego, nadaron desnudos. Cuando salieron del agua, se alternaron en templarse a la muchacha. Primero, ella no quería. Después preguntó por que no habían invitado a Roberto Carlos.
Robert Charles apareció por la noche. Chifló por la cerca del patio para llamar a Luis Miguel. Venía con aire misterioso. Le dijo que tenía un negocio bueno, pero Cristian no podía enterarse.
-Se acompleja y se pone pesado, tú sabes que él no entra en volá de cuadros… Es un ganso que paga bien. Va a llevar a un extranjero. Quiere dos muchachos y una jeba. Yuleisy, tú y yo. Lo de ellos es mirar, volá de video y esa descarga, más nada…
-¿Y por qué tiene que ser Yuleisy?
-¿Y a quien tu quieres llevar? Oye, mi hijo, esto es de nivel, yo no voy a cargar con ninguna peste a culo del barrio…Oye, piénsalo, chama, métele moropo, que son 50 fulas por cabeza, más la bebida.
Logró convencerlo. Sería el miércoles. Luis Miguel habló con Yuleisy. Yuniel no podía saber nada. Menos todavía si Roberto Carlos estaba en el asunto.
El miércoles, Luis Miguel se bañó en casa de Roberto Carlos. Siguió sus consejos al pie de la letra. Bastante agua y jabón. Se restregó bien debajo de los brazos, para eliminar la peste a grajo. Se cepilló los dientes. Se vistió con ropa de su amigo. Recogieron a Yuleisy en la parada del camello.
La casa era en El Vedado. El maricón se parecía a Mister Bean. Los recibió envuelto en una bata de felpa. Cuando llegó el alemán, blanco y velludo como un oso polar, se quedó en trusa. El alemán también. Entraron a un cuarto y los tres muchachos se quedaron bebiendo whisky en la sala.
-Esto sabe a madera- dijo Luis Miguel.
-Asere, verdad que tú no sabes nada de la vida- respondió Roberto Carlos, y se quitó la camiseta.
El alemán salió del cuarto, puso un disco de Celine Dion y palpó el pecho y los brazos del muchacho.
-Coño, asere, que lindo, la música del Titanic- dijo Roberto Carlos y se quedó en trusa.
-Ach so –dijo el plantígrado germano y le amasó los huevos.
Yuleisy había empezado a bailar y a quitarse la ropa. Movía la cintura en círculos y con el brazo derecho abrazaba un poste imaginario. Con la mano izquierda, se masturbaba despacio, la vista fija en Roberto Carlos.
Cuando Mister Bean los pasó al cuarto, esnifaron la coca. Suave, porque ellos no estaban acostumbrados. Después, cayeron en la cama. Los tres desnudos. Mister Bean y el oso blanco, los vasos en las manos, miraban desde un sofá en la esquina del cuarto.
-Mi hijo, esto es sin complejos- advirtió el Robert Charles a Luis Miguel. Lo sabía. Ya se le estaba pasando. No era la primera vez que lo hacía en grupo. Ver a los demás haciéndolo, lo ponía loco. Los dos maricones eran la diferencia. Lo acomplejaban un poco. Sólo un poco. No era para tanto. La bebida y la coca ayudaban.
Se la metió a Yuleisy y ella se la empezó a mamar a Roberto Carlos. Se tragó la leche y se relamió. Le tenía ganas. No paró hasta que se le encaramó encima del pecho. El Robert Charles la penetró pensando que jodía a Yuniel. El oso y Bean se besaban.
Lo hicieron tres veces. Refrescaron con cerveza mientras se vestían. Luego, cobraron su dinero y se fueron. Cansados, en nota y cada uno con un billete de Franklin, calvo y cabezón.
-OK, thank you and good luck- les dijo el alemán en la puerta- I love Cubans. I love Fidel and Compay Segundo… Cubans are beautiful people. Ach so. Petria ou muerrti, vincerremos…
En el camello, se sentaron en el asiento trasero. Yuleisy y Roberto Carlos hicieron el viaje abrazados, besándose y riendo. Luis Miguel dormía.
La tragedia empezó esa madrugada. Alguien le dijo a Yuniel que había visto, en la ida o la vuelta, a Yuleisy en la guagua con Roberto Carlos. Con otro lo habría perdonado. Con Roberto Carlos, no.
Yuleisy desapareció del barrio. La abuela dijo que volvió a Manzanillo. Fue después de la bronca con Yuniel. La vieja se despertó con los gritos. Se había vuelto a dormir después que abrió la puerta a Yuleisy. La muchacha le dio un billete americano que ella nunca había visto.
-Guárdamelo hasta mañana, abuela- le dijo antes de entrar en el cuarto.
Los gritos se oían en todo el vecindario. Yuniel era muy violento, pero la vieja nunca lo había visto así. Pensó que mataba a Yuleisy. La golpeaba como si fuera un hombre.
-Déjala, maricón, y vete de mi casa antes que te descojone – le gritó con el machete en la mano. Lo persiguió hasta la puerta.
-Piérdete de todo esto, puta, que te voy a matar. ¡Putaaa!-gritó Yuniel. Yuleisy le lanzó un ladrillo y chilló:
-Tú lo que eres maricón. ¡Yo me cago en la resingá de tu madre!
Roberto Carlos estaba hecho una fiera. Salió a buscar a Yuniel y no lo encontró. Tampoco halló a Yuleisy. Quería llevársela a vivir con él. La abuela le dijo que había ido para casa de una tía en Centro Habana porque tenía miedo que Yuniel cumpliera sus amenazas:
-Mira, lo que han buscado todos ustedes por estar atrás de la chiquita como una partida de perros ruinos…¡Qué cojones te voy a dar su dirección para que sigan jodiendo!
Al final, logró convencerla. A la que no logró convencer fue a Yuleisy. Pasó horas hablando con ella en un parque de la calle Zanja. Le tenía mucho miedo a Yuniel. Decía que no quería buscar un problema entre hombres. Yuniel era capaz de hacer cualquier cosa. Le pidió unos días para dejar que se refrescara el ambiente. Luego, se iría a vivir a casa de Roberto Carlos.
El muchacho se lo contó a Luis Miguel esa noche. Lo fue a buscar cuando regresó de ver a Yuleisy. Le dijo que tenía que hablar con él. Se sentaron en un muro. Prendieron un prajo y lo compartieron. Halando fuerte el humo, sin dejarlo escapar. Desde la calzada, Mantilla era como un balcón a las luces de La Habana.
-Dime la verdad, de a hombre, ¿a ti no te importa que yo me quede con Yuleisy?
-Claro que no, asere, ¿por qué me iba a importar?
-Bueno, porque tú estabas primero con ella…
-Sí, pero yo te dije que aquello era descarga, más nada…Pero ven acá, ¿tu estás enamorado de ella o lo que quieres joder a Yuniel?
Robert Charles decía que estaba enamorado de Yuleisy, que se quería casar y tener hijos con ella. Luismi no podía creer lo que escuchaba. No se atrevió a decirle lo que el otro sabía: que uno no se enamora de las putas. ¿O sí? En eso estaban, cuando después del segundo cigarro, el Robert Charles le habló de la pistola. Era una Makarov y la tenía escondida en casa de Cristian. María La Soya se atacó cuando la descubrió en su casa. Con la marihuana ya había bastante peligro.
-Era del puro. Se la escondí cuando cayó cana. Yo tenía 13 años y le juré que no buscaría líos con ella, que sólo la usaría para un problema de moral. Y la voy a usar ahora, asere. A Yuniel yo me lo tengo que quitar del medio…
-Ah, ¿pero tú estás loco o qué? Ese tipo no vale ir para el tanque, ese es una rata…
-Es una rata, por eso me lo tengo que bailar… Yo lo que quiero, mi hermanito, que pase lo que pase, que no se pierda la pistola. Yo confío más en ti que en Cristian. Él cuando está pasmado, es capaz de vender a su madre. Nunca te dije nada porque eras el más chama de los tres, pero ya eres un hombre. Yo quiero entregársela al puro cuando salga. O que se la devuelvas tú si yo no estoy…
Luis Miguel le juró que se ocuparía de cuidar la pistola pasara lo que pasara. Al día siguiente, irían a buscarla a casa de Cristian.
No hubo tiempo. La policía llegó al amanecer a casa de María y Roberto Carlos. Venían buscando drogas. Trajeron los perros y una orden de registro. Lo viraron todo al revés. Dentro de una colchoneta encontraron la marihuana. Esposaron a Roberto Carlos. A María La Soya no se la llevaron. El muchacho dijo que la marihuana era cosa suya.
-Oigan, pero él sólo tiene 18 años – argumentó en vano La Soya. Le dijeron que se lo llevaban incomunicado para el DTI. La mujer, llorando, se paró en el centro de la calle y gritó que se cagaba en la madre del que chivateó a su hijo.
-Porque yo sé, cojones, que esto fue un chivatazo de Yuniel. El muy maricón no tiene pinga para dar el frente…
Durante varios días, el barrio se llenó de policías. Registraron varias casas pero no encontraron marihuana, sino carne robada del frigorífico y antenas satelitales.
Una semana después, cuando Luis Miguel fue a avisar a Yuleisy, la tía de Centro Habana le dijo que la muchacha se había ido para Oriente.
-Se fue con su novio, que maneja un camión y vive en Manzanillo –le explicó- Me dijo que le digan a Roberto Carlos que deje eso y no se busque problemas…
-Puta- pensó Luis Miguel.
Roberto Carlos nunca lo supo. Estuvo preso por poco tiempo. Al cuarto mes, lo mataron a cabillazos. Un oficial de la prisión le dijo a la madre que fue en una reyerta entre presos. Ella sabe que lo mataron los guardias.
Luis Miguel llegó a casa de Cristian a buscar la pistola, la tarde del primer día del año. Esa noche, había bailable en el cine. Anunciaron que iba a tocar Bamboleo.
-Dame la pistola- dijo entre dientes.
-¿Qué tú dices? ¿Te volviste loco o que pinga te pasa?
-Que me la des, Cristian, cojones. ¿Para quien te dijo Roberto Carlos que era la pistola?
-Sí, asere, para ti, pero no para esto… aquello va a estar lleno de fianas, ¿para qué pinga tú quieres una pistola? ¿Para desgraciarte? ¿Estás muy apurado en ir para el tanque?
-Oye, está bueno ya. No me puedo meter el singado día discutiendo contigo. La necesito hoy y ya. Es mía. Dámela. No va a pasar nada. Es por si las moscas.
Cristian la sacó del fondo del closet. Su padrastro era militar. Nunca temió un registro en la casa. Ahora sí tenía miedo. La mano le temblaba cuando se la dio a Luis Miguel.
-¿Para qué la quieres?
-Manda pinga, Cristian, ya te dije que por si las moscas…
Luis Miguel se metió la pistola entre la cintura y el pantalón, se acomodó la camisa y comprobó que no hacía demasiado bulto. Luego, sentado en la cama, terminó el trago que le trajo Cristian y encendió un cigarro.
-Voy echando. Ya tu sabes…
-Yo voy contigo- dijo Cristian, agarró la botella y salió con él.
Caminaron en silencio por la carretera. Sólo se pasaban la botella y se daban tragos largos. Había oscurecido y empezaba a hacer frío. Empezaron a discutir después del puente. Cristian quería virar y guardar la pistola. Trató de arrebatársela a Luis Miguel. Se entraron a golpes en el borde de la carretera.
-Dámela, cojones- decía Cristian.
-Acábale de dar el culo, yegua- le gritaron de un camión que pasó.
Fue entonces que rodaron por el talud. Era alto y muy empinado. Luis Miguel cayó en la tierra y se aguantó de la hierba. Cristian fue dando traspiés hasta abajo. Sólo lo detuvo la torre de alta tensión. Con un ruido seco, su cabeza chocó contra el poste de metal.
Cuando Luis Miguel llegó abajo, ya su amigo no respiraba. De la herida en la cabeza brotaba sangre y una masa gris.
-No, cojones-gritó Luis Miguel y lloró. Lloró porque Cristian era su amigo y porque nadie lo veía. Y si lo veían, no le importaba. Ya nada le importaba. No le quedaban amigos. Volvió a pensar en Roberto Carlos. Se lo imaginó tendido en un charco de sangre, en un pasillo del Combinado del Este.
La música se sentía varios cientos de metros antes de llegar al cine:
Qué clase de loco tú eres
Qué clase de loco más loco…
Luis Miguel entró en la plazoleta mezclado con un grupo de muchachos. Había policías en la puerta, pero no lo registraron. Su principal preocupación era que nadie entrara al bailable con botellas de cristal. Después de los operativos, el barrio estaba tranquilo. Los policías se meneaban con la música y hacían señas a dos muchachas que se contoneaban al ritmo del tumbao.
Olía a cebollas podridas. Luis Miguel creyó que era peste a grajo. Se olió. No era él. Por la mañana, un camión había estado vendiendo viandas y vegetales en la plaza donde, apenas sin barrer la tierra colorada, habían montado la tarima para que tocara Bamboleo.
Que lástima,
Tenía un sueño y era de cristal
Quise conservarlo pero se rompió
Daría todo por no despertar…
Una muchacha lo miró y le sonrió. Luis Miguel le guiñó un ojo, se rascó los huevos y escupió. Entonces, vio a Yuniel. Vestido de blanco, risueño. Los dientes de oro brillaban en su sonrisa. Hablaba con otro tipo y una rubia flaca vestida de negro. Gesticulaba con una mano. En la otra, tenía un vaso plástico lleno de ron.
-Yuniel- lo llamó Luis Miguel. Quería que lo viera. Yuniel miró justo a tiempo para verlo sacar la pistola y disparar. Cuando cayó, le volvió a disparar. Las detonaciones se confundieron con los metales de Bamboleo. La rubia del vestido negro empezó a gritar. La música se detuvo.
Luis Miguel se apoyó en el muro y pensó en su abuelo. Recordó que cuando niño, quiso ser pelotero y jugar con Industriales. Viajar por el mundo. Dedicar sus medallas a su mamá y a Fidel. Le dio risa… Qué lástima, tenía un sueño y era de cristal…Qué lástima. No pudo ser. No sirvió.
Dos policías corrían por el medio de la plazoleta. Le apuntó a la cabeza al más alto y disparó. Una vez. Y otra más. Como en las películas americanas.
Arroyo Naranjo, diciembre de 2007
1 comentario:
Luis, el cuento es bueno, pero no me gustó el título. Cuando oigo la palabra "blues", instintivamente, pienso en madrugadas neblinosas y llenas de tragedia, pero no de Mantilla, sino de St. Louis o Kansas City. La juventud alienada ya no sabe ni de chulería; no saben de nada. Como diría un comerciante: "échalo a pérdida". Yo, coño, si hubiera narrado el cuento, le habría dado una pistola a cada uno.
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