jueves, 10 de abril de 2008

Creer o no creer en el Dalai Lama, Luis Cino





La segunda parte de la reflexión de Fidel Castro titulada La victoria china, me desconcertó. No entendí a que “victoria china” aludía.

Primero pensé que se refería al desarrollo impresionante alcanzado por el gigante asiático con el socialismo de mercado de los mandarines herederos del camarada Mao. Todavía me niego a aceptar que alguien pueda calificar como una victoria la reciente matanza de tibetanos en Lhasa.

La llama olímpica llegó a Beijing a pesar del escándalo internacional que provocó la masacre. No hay que asombrarse. El mundo se hace cada día más pragmático. Es el modo post moderno de referirse al cinismo.

Es comprensible que Fidel Castro (que un día justificó las invasiones soviéticas de Checoslovaquia y Afganistán) considere una victoria lo que el Occidente democrático perdona y olvida rápido.

La magnitud del mercado chino, entre otras razones, hace que Occidente perdone cualquier desliz a China: la carnicería de Tiananmen, la persecución a los adeptos de la secta Falun Gong, el encarcelamiento de ciber disidentes, las miles de ejecuciones al año, la ocupación del Tíbet…Por menos que eso, Estados Unidos mantiene un embargo económico contra Cuba desde hace 48 años.

No obstante, como si el coloso asiático necesitara defensores, una declaración del gobierno cubano expresó su apoyo categórico a China en la cuestión del Tíbet. La versión cubana culpa a la CIA y a Radio Asia Libre de lo que ocurre en el Tíbet. Una versión simplista y parcializada en pro de los poderosos camaradas chinos, que del color que sean, cazan ratones.

Fidel Castro afirma en su reflexión que “en el curso de dos siglos, ni un solo país en el mundo había reconocido el Tíbet como nación independiente”. Olvidó que el Tíbet era una nación independiente desde mucho antes del siglo X. Lo fue hasta que se produjo la invasión china en 1950.

Dice poco el hecho apuntado por Fidel Castro de que India, Inglaterra y Estados Unidos conceptuaran hace más de 60 años al Tíbet como territorio chino. La India lo hizo para zanjar litigios fronterizos, Inglaterra a cambio de una fuerte indemnización y los Estados Unidos movidos por intereses geoestratégicos. Razones todas que no debieran tener mayor significación para un líder revolucionario como Fidel Castro.

¿Para qué engañarnos? Tíbet duele poco a Occidente. No tiene petróleo, no amenaza con la guerra santa ni dispone de armas nucleares. Los tibetanos son asiáticos y budistas. ¿Qué pasaría con las Olimpiadas si en lugar del Tíbet el territorio ocupado desde hace 58 años donde ocurrió la masacre fuera el Vaticano? ¿Y si el líder espiritual fuera el Papa católico en vez del Dalai Lama?

En 1959, la represión de las autoridades chinas en el Tíbet arrojó el saldo de 87 000 muertos y decenas de miles de refugiados.

En marzo de 1959, el Dalai Lama huyó a Dharamsala, en el norte de la India, y creó un gobierno en el exilio. Los chinos impusieron a Panchen Lama como jefe de estado fantoche. En 1965, declararon al Tíbet región autónoma de la República Popular China.

Fidel Castro elogia el esmero de la legislación china en “el respeto al derecho y la cultura de las minorías étnicas”. Con la minoría tibetana parecen haber hecho una excepción.

La persecución religiosa en el Tíbet ha sido constante desde 1950. Fue particularmente cruel durante los años de la Revolución Cultural. 2700 monasterios budistas fueron destruidos. Con el asentamiento de colonos chinos se intentó la limpieza étnica.

El mundo tiene otro motivo para abochornarse. A pesar de la sangre vertida en Lhasa, la llama olímpica ardió en Beijing.

Fidel Castro no está obligado a creer en el Dalai Lama. Socio estratégico de los camaradas chinos, marxista-leninista, con formación jesuítica, está en su derecho de no creer. O de creerse a pie juntillas el cuento de los escuadrones suicidas y “el lobo disfrazado de monje” que dicen los camaradas de Beijing.

Por mi parte, aunque católico al modo cubano de serlo, estoy en todo mi derecho de creer fervientemente en Tenzin Giatso, el Dalai Lama número 14, encarnación del Buda de la Compasión y Premio Nóbel de la Paz. Es uno de mis pocos héroes en estos tiempos de orfandad y escepticismo.

Tal vez me marcaron los libros de sabiduría de Geshe Rabten y Geshe Dhargyey. De cualquier modo, siempre estoy del lado de los perdedores. Por ello, prefiero un mandala budista antes que los ideogramas del comunismo de mercado de los acaudalados camaradas que dieron la orden de matar en la Plaza Tiananamen.

Para mí, si hay alguna victoria es la del Dalai Lama y los monjes del amor y la compasión que no renuncian a la libertad del Tíbet.
Arroyo Naranjo, 2008-04-05
luicino2004@yahoo.com
http://prolibertadprensa.blogspot.com/






2 comentarios:

Anónimo dijo...

iamLuis: Esa masa enajenada y heterogénea llamada la "juventud" es muy poco lo que sabe del Tibet o de China. Para ellos los "narras son narras", razón por la cual le entran a pedradas a las guaguas Yutong; la sociedad comunista le ha quitado a ellos todo y reciben guaguas Yutong a cambio. ¿Nunca vistes a tus hijos rompiendo un juguete? Déjame decirte que ese es sólo el comienzo... antes de que pase mucho tiempo dejarán atrás el ron barato y los prajos de marihuana para aspirar a integrarse al hampa habanera. Muchos de ellos no se tatuarán con imágenes pendejas, sino que llevarán en sus pechos tatuado "NO HAY AMOR COMO EL DE MADRE". Solamente hay una clase de preso que se puede tatuar la palabra "madre". Cuando se cansen de tirar piedras, le van a meter la "espina" a alguien. Cuídate, socio, para ellos tú no eres nada más que un "ocambo".

Anónimo dijo...

Hablando en serio ahora, Luis, esos mamotretos llamados reflexiones, no son otra cosa que bolas de humo. El ocambo ese está total e irremisiblemente chocho, y ya no sabe ni limpiarse las nalgas, mucho menos escribir "Reflexiones". Sabe Dios quien sea el bemba'e'perro que escribe esas porquerias.