jueves, 6 de marzo de 2008

ARTE LIBRE, Ella amaba a Salvatore, Cuento. Luis Cino


Me fui a vivir a casa de July el primer día del año 2000. Amanecí dándole consuelo en una funeraria. Nos despertaron de madrugada con la noticia. A la madre de July la había aplastado un camión.
Venía en bicicleta más borracha que de costumbre. Traía comida para July en una bolsa de nailon. Se la habían dado para su hija en la casa del pincho en que trabajaba. No como criada, a los pinchos no les gusta esa palabra. Le habían pedido que se quedara hasta después de la cena. Le pagarían unos fulas extra. De lo que sobrara, siempre se le pegaría algo. Casi tienen que tumbar la puerta para avisarnos. Si no llega a pasar lo que pasó, la vieja nos hubiera encontrado en cueros durmiendo la borrachera en su cama. Era la tercera o la cuarta vez que nos acostábamos. Siempre me iba antes que llegara, pero esa noche se nos fue la mano en el festejo. De todos modos sabíamos que llegaría de madrugada. Era tanta la curda que no entendimos lo que nos decían. Me asusté cuando vi al policía en la puerta. -¡No coño por qué!- gritó July antes de desmayarse.

Cuando regresamos del cementerio, me pidió que me quedara a vivir con ella. Al menos hasta que llegara Salvatore.
-Bueno-le dije. Ella no sabía cuanto había esperado por ese ofrecimiento. Las cosas de la vida. Con lo que esa vieja me odiaba y fue ella la que me tiró el cabo.
-Nos va a ir bien. Tú verás…

Cuando conocí a July, me estaba quedando casi todas las noches en casa de Elena. Era una peluquera divorciada y cuarentona que se gastaba los pesos para tenerme como un príncipe. No estaba mal y era una loca en la cama. Pero yo tenía sólo veinte años. Aproveché su primer ataque de celos, para gritarle que ya no me gustaba. Que era una vieja de mierda. Cuando quiso sujetarme, me zafé y la tiré contra el sofá. Me largué con un portazo que casi tumba el edificio.

July tenía diecisiete años, ojos azules, culo de negra y una cara de puta que mareaba. Al principio no quiso nada conmigo. Me dijo que lo suyo eran los yumas.
-¿Qué puede darme un cubano? ¿Dime?
-Pinga y sabrosura- le contesté- ¿Pa qué más?
-¿Pa qué más? ¡Pa más miseria!
Seguí insistiendo, no me la podía quitar de la cabeza. Tenía que ser mía. La cuadré un sábado por la tarde. Ella estaba en baja y me le colé.

Un canadiense que le prometió casarse con ella, la dejó esperando. En su lugar apareció Salvatore. Era un italiano medio temba, casi calvo que se veía muy bien. El tipo parecía un artista y presumía por aquello de la virilidad de los medio calvos. El tipo ofreció casarse y llevársela. Hacía un tiempo había partido hacia Milán.

Ella ya había gastado todo el dinero que le dejó. La necesidad es mucha. No hay dinero que la remedie. Ella decía que Salvatore sería su salvación. Sólo tenía que esperar.

Aquel día me dijo que tenía ganas de descargar conmigo. Nos echamos una botella y fumamos del material del Wampa. Una marihuana estelar, nada de hierba de parque de Oriente. July se apartó el pelo de los ojos y me dijo:
-¡Dale! Si vamos a templar tiene que ser antes que llegue mi mamá del trabajo. Primero déjame aclararte tu mente en dos cosas: La primera es que estoy enamorada de Salvatore, la segunda es que me lo hagas con delicadeza, con cariño. Se bueno conmigo…

Así fue que nos empatamos. Sería sólo hasta que llegara Salvatore para la boda. A mí no me hacía falta más. Yo soy una hoja y no creía en Salvatore italiano. Cuando probara mi gozadera, ella decidiría. La cosa estaba pa mí. Yo lo sabía desde entonces. Ella estaba tan segura que Salvatore volvería que iba a dejar la lucha, para vivir un romance conmigo. Cuando llegara el tipo, no podía haber majomía conmigo. Todo estaba claro.

Nunca trabajé tanto como los días después de la muerte de mi suegra. Cambié las tablas de las paredes que peor estaban. Tapé las goteras del techo. Limpié hierbas y escombros y además pinté. Desde que el viejo se fue, nadie le había pasado la mano a aquello. Además, levanté los corrales para empezar a criar puercos.

Tres meses después, July volvió a jinetear. Me convenció que hacía falta. Lo que yo luchaba no alcanzaba para vivir. Quería que me quitara de la venta de marihuana. Temía que terminara preso.

-Con el jineteo y los puercos, vamos a salir adelante-decía-levantaremos una casita de mampostería. Ya tú verás.

Casi siempre la acompañaba. La ayudaba a conseguir los puntos con un socio que trabajaba de carpeta en un hotel o con taxistas amigos míos. Gente que me compraba maní. Si había líos, yo estaba cerca para protegerla. Me adapté rápido. Los celos no eran lío. Me sentía seguro. July siempre decía que yo era un master en la cama. Que sólo me dejaba por Salvatore, y eso por lo que era.

Los extranjeros son muy raros. Lo menos que hacen es templar. A un alemán grande, gordo y colorao, lo que le gustaba era que le pegaran, le amasaran las nalgas, antes de meterle el dedo en el culo, ¡con uña y to! Otro, un español se pasaba horas hablando maravillas de Fidel hasta que ponía a otra gallega canosa y flaca que trabajaba con él, a revolcarse con July y conmigo, mientras él se botaba una paja. Todo era cosa de acostumbrarse, en definitiva era un negocio como cualquier otro.

Llevábamos dos años así, cuando llegó Salvatore. Lo hizo sin avisar y cargado de regalos. Cuando me vió, se le erizó hasta el bigote.

-Salvatore-dijo July- Te presento a mi hermano, el que vive en Camaguey. Vino a acompañarme para que no estuviera tan sola.

Al principio me sentí muy mal. Me vestí y empecé a recoger mis cosas. July entró al cuarto, me besó y me dijo que me dejara de boberías. La comida y los tragos me ayudaron a olvidar los celos.
Salvatore se la llevó una semana para Varadero. Me quedé cuidando la casa y los puercos. No faltaron socios para hacerme la media. Me ayudaron a terminar una caja de ron Havana Club Silver Dry. Regalo del italiano para su cuñado.

July volvió bronceada, más gorda, con quinientos dólares en la cartera y un trébol y el nombre Salvatore tatuado en la espalda.

La noche antes de la partida, Salvatore le confesó a July que se había casado en Italia. Su esposa estaba embarazada. Demoraría algunos años en volver a Cuba.

July lloró en mi pecho y no se acostó conmigo durante varios días. A fin de cuentas, no era una puta. Fueron tres o cuatro noches. Después me cayó arriba como una fiera. Lo cogió todo con resignación y espíritu práctico.

Llegó el momento de sacar cuentas. Juntamos los quinientos dólares que dejó Salvatore con los trescientos fulas y los diez mil pesos cubanos que reunimos entre los dos. Decidimos que no habría más jineteo. Volviera Salvatore o no, levantaríamos la casa y tendríamos un hijo.

Luego, la casa se quedó a medias. El dinero apenas alcanzó para fundir la placa. Antes de nacer el niño, tuvimos que habilitar un cuarto para instalarnos en el.

El primer cumpleaños del niño no pudimos celebrarlo como queríamos. Sólo le tiramos fotos. Tuvimos que pedir dinero prestado para pagarlas.

El niño se llama Salvatore. Le pusimos así por el italiano, hay que ser agradecidos en la vida. Era un tipo simpático y buena gente. Tremendo jodedor. Creo que nunca creyó el cuento de la hermandad. July dice que no, pero para mí, que se hacía el muerto para ver el entierro que se le hacía.

Todos los veranos envía una postal por el aniversario de su encuentro con July. Viene de lugares como Benidorm, Ibiza y Saint Tropez.

No hemos perdido la esperanza de terminar la casa. July está segura que Salvatore regresará. Cree que se la llevará a Varadero y traerá regalos para todos. Yo aquí. Si vuelve, bien y si no también. Ya vendrán tiempos mejores.
Arroyo Naranjo, 2006-06-08

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