Para esos que a lo largo y ancho de este mundo proclaman 2008 ‘año guevariano’, vaya esta historia que pudo haber sido escrita a cuatro manos y en concierto armónico, por Edgar Allan Poe y Stephen King. Está calzada con la firma de la Sra. Carmen de Carlos. Su título: La historia oculta de las manos del Che. Su tema, el destino corrido por las manos del condotiero y verdugo argentino, luego de su muerte
El trabajo pone de manifiesto la incapacidad de los mandos militares bolivianos para lidiar con situaciones políticas complejas. También el acento de comedia de humor negro o la impronta carpenteriana, en un suceso histórico y verídico en todas sus partes.
La Sra. de Carlos relata como el general Alfredo Ovando llegó incluso a ordenar que le fuera cortada la cabeza a Guevara. Pensó mandarla metida en formol a La Habana. Era su forma de que Fidel Castro aceptara la muerte de su lugarteniente en la selva boliviana.
Por suerte desistió, persuadido para ello por Félix -el Gato- Rodríguez Mendigutía, el oficial CIA cubano, que llevó este caso a su conclusión satisfactoria. Dicen que a Rodríguez, le pareció muy macabro eso de andar por el mundo con la cabeza de alguien metida en formol.
Pero de todos modos, se impuso el horror -cosa lógica tratándose de Guevara- la solución fue cortar sus manos y echarlas en un pomo con formol. Del lobo un pelo.
Según relata la Sra. de Carlos, el pomo con las manos, junto a una mascarilla mortuoria cayó en poder de Antonio Arguedas Mendieta, ministro de Gobierno de Bolivia. Ovando aquejado de una úlcera y de pésimo humor le dijo que “hiciera lo que le diera la gana” con el paquete.
Arguedas entre las cosas que hizo, envió el diario del guerrillero al Comandante en La Habana. Producto de este gesto, tuvo que marchar al exilio en México, en donde vivió de sus rentas. Aun es un misterio si “sus rentas” fueron engrosadas de alguna forma por alguien, a partir del gesto “generoso” antes apuntado.
El ministro lo había enterrado todo en su casa, en un hueco en su dormitorio. Todo parece indicar que el hoyo se encontraba bajo su cama. Se ignora cuanto tiempo durmió sobre sus trofeos.
Es a partir de este instante que el relato de la Sra. de Carlos alcanza sus puntos culminantes. El comandante Ernesto Guevara recomendó poco antes de morir, que sus seguidores o los seguidores de sus ideas, debían convertirse en “frías y eficientes máquinas de matar”.
Siguiendo la linea de este discurso y siendo como fue, un extraordinario y rígido esclavo de sus palabras, resulta fácil inferir que antes de morir, él mismo se convirtiera en la máquina de matar que aconsejó. Sus manos en formol, por tanto serían las mismas de matar, -así las cantó el trovador en jefe, curiosamente también de apellido Rodríguez -tan frías como el resto de la máquina, aunque ya no tan eficientes.
Arguedas a través de terceros, contactó a Víctor Zanier, quien tenía vínculos con el Partido Comunista -PC- de Bolivia. El PC designó a dos de sus militantes para llevar adelante esta inquietante gira por Europa del Este. Serían portadores de la mascarilla y las manos de matar de Guevara.
Jorge Sattori y Juan Coronel en aquel entonces de 39 y 32 años respectivamente, asumieron la tarea. El periplo les llevó a través de La Paz, Lima, Guayaquil, Bogotá, Caracas, Madrid, París, Budapest y finalmente, Moscú. Ninguna entre las aduanas de estos lugares, se percató de algo.
En Moscú contactaron con la embajada cubana. No les trataron bien. En la sede diplomática le dijeron -a Coronel- que no sería bienvenido en La Habana. Los castristas consideraban al Partido Comunista de Bolivia traidor, por sus diferencias y rencillas con Guevara.
Coronel se quedó anonadado, pero decidió entregar el encargo. Pensó que Che había amado mucho al pueblo cubano (¿?) y además: ¿Quién era él para negarse a entregar el encargo?
Hoy con más de 70 años, rememora los hechos y quizás lamenta la oportunidad perdida de conocer La Habana. A modo de compensación, conoció en su tournée europea a la Jet Set del comunismo en aquel momento. Desde Pasionaria, Berlinguer, Carrillo y el resto de aquel elenco que tanto costó y aun cuesta al mundo.
No ha vuelto a hablarse de las manos de Guevara. Quizás estén en el mausoleo villaclareño, o en manos de algún coleccionista de objetos macabros, en alguna nevera secreta o quizás las enterraron. Cuando se puso en boga, allá por los 90, el trapicheo del oro y la plata y el gobierno lo vendía todo, escuché decir que un coleccionista saudita se había llevado las manos. Pero no me hagan caso, es historia no confirmada.
Las manos de Ernesto Guevara, las mismas de matar, ocupan un lugar entre los mitos y la saga macabra de los violentos. Es símbolo primado de aquellos que esgrimen la muerte ajena, las banderas y las boinas negras con estrella como emblema. ¡Solavaya!
Fin. Lawton, 2006-04-27
jgonzafeb@yahoo.com
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