jueves, 13 de marzo de 2008

Barbas y cachuchas, Luís Cino


Fidel Castro nunca tomó en serio a José Figueres. Error. No supo que un día precisaría de sus servicios. No imaginó que, por motivos distintos y salvando las distancias, estarían alguna vez del mismo lado de la barrera.

De saberlo, hubiera evitado el enojoso incidente en que lo ridiculizó en público endilgándole el mote de Pepe Cachucha. Para que interrumpiera su discurso, azuzó contra él al líder sindical y futuro preso político y desterrado, David Salvador.

Ocurrió en 1959, a pocos meses del triunfo revolucionario, durante una multitudinaria concentración en el Prado habanero. El presidente costarricense estaba sentado en la tribuna, a la izquierda del jefe de la revolución cubana.

Tratar de explicar el modo costarricense de hacer una revolución socialdemócrata, anticomunista, sin ejército, tocados con feos gorros y con los norteamericanos como “buenos aliados” fue el pecado que le costó los micrófonos, la humillación y la ira del Comandante.

¿Cómo iba a perdonar Fidel Castro que un Pepe, por muy Figueres que fuera, homologara su revolución de melón verdeolivo, siquitrilladora y barbuda, con la revuelta de las cachuchas reformista y pequeño burguesa? ¡Jamás!

El intempestivo choque frontal con Figueres, junto al casi pugilístico encontronazo con el embajador español Lojendio, ambos ante las cámaras de la televisión, fueron resultado de los ímpetus juveniles del entonces flamante campeón de la Sierra Maestra.

Así lo reconoció el propio Comandante en un mensaje a Figueres a fines de los 7O. El gobierno cubano necesitaba desesperadamente su colaboración para lanzar la ofensiva final de los sandinistas contra el régimen de Somoza en la vecina Nicaragua.

En Figueres pesó más el rencor contra los Somoza que el mal rato que le había hecho pasar Fidel Castro 18 años atrás. Era su oportunidad de cobrarle a Somoza la cuenta por la guerra chapucera de 1955, apoyada por los norteamericanos, “buenos aliados” de ambos. De paso, también mortificaría a Jimmy Carter. O lo complacería, que con los yanquis nunca se sabe.

Figueres cedió con entusiasmo a Cuba la frontera tica con Nicaragua para el trasiego de armamentos y hombres. Su gesto fue decisivo para la victoria sandinista de julio de 1979.

En La Habana, desde el puesto de mando de la Dirección General de Operaciones Especiales, Fidel Castro se dio el gusto de dirigir la primera guerra por control remoto en América Latina.

Figueres le cobró al Comandante pasándole la papa caliente de Robert Vesco. Ya le había sacado al estafador y narcotraficante dos millones de dólares por salvarlo de la justicia estadounidense. En 1972, había aprobado una ley para impedir su extradición de Costa Rica a los Estados Unidos.

No podía hacer más por Vesco. Que Fidel Castro se las arreglara con él. No le importó que su destino final, luego de Cayo Largo, fueran las prisiones cubanas.

Lo que ignoraba el Comandante fue que Figueres, durante su presidencia de 197O a 1974 también recibió sustanciales sumas de dinero nada menos que de la KGB. Sabrá Dios a cuenta de qué favores. Pudo ser una suerte de pago adelantado y premonitorio por el derrocamiento de Somoza y otros favores.

Un largo camino recorrió Pepe Figueres desde sus tiempos de idealista revolucionario, honesto y demócrata, hasta los de protector de gringos mafiosos y agente del Kremlin.

De cualquier modo, tuvo sus méritos. Sin excederse con los tiros, dio a Costa Rica la más sólida democracia de América Latina, con ejército abolido, prosperidad económica y justicia social. Pero esos meritos no cuentan para el Comandante. Más bien son deméritos.

Figueres sería buen tema de una de las nostálgicas Reflexiones que escribe para Granma, pero “el Compañero Fidel” sigue negado a admitir a Don Pepe, ni siquiera de manera póstuma, en el Olimpo de los líderes revolucionarios.
Arroyo Naranjo, 2008-03-09
luicino2004@yahoo.com
http://prolibertadprensa.blogspot.com/

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