jueves, 6 de marzo de 2008

La decepción del reverendo Billy, Luis Cino




Alguna vez, el cantante y compositor Bruce Springsteen describió certero el comienzo de Like a rolling stone, la más popular de las canciones de Bob Dylan: “un golpe seco, como si alguien hubiera abierto de una patada la puerta de tu mente”.

Nos ocurrió así, en los años 60, a toda una generación arrullada por los “oh, yeah baby” de los Beatles y los Stones. De pronto descubrimos que había todavía más.

Un tipo de voz nasal y desafinada parecía cantarnos desde el centro del Averno. Mezcla de James Dean, Jack Kerouac y el Holden Caufield de J. D. Salinger, metafísicamente se enfrentaba al mal. Armado de guitarra y armónica, nos inundaba con un torbellino de versos apocalípticos y surrealistas.

También llegó a Cuba el contagio. Ni la revolución de Fidel Castro, celosa hasta la aberración de la pureza ideológica, logró librarnos del genio de Duluth, Minnesota.

Por desgracia, aún no sabía inglés. Recuerdo la cara atribulada de mi profesor de inglés de Décimo Grado. Horrorizado, había descubierto las canciones de Dylan copiadas con faltas ortográficas en hojas de cuaderno escolar. Eran Like a rolling stone, Sad eyed lady of the Lowlands y Just like a woman.

Me costó ir a ver al director. El pobre teacher apenas entendía una palabra. Sus conocimientos idiomáticos estaban en peligro. Para él, aquello no era inglés sino cosas de peludos. Sólo sabía que aquello era diversionismo ideológico y grave.

Lo era. Presentíamos en Lawton y La Víbora, que Dylan decía en inglés exactamente lo que hubiéramos querido decir nosotros en cualquier idioma. Nos hacía sentir que no estábamos solos en el mundo. Que existía vida más allá de los círculos de estudio, los muros de la escuela, los cortes de caña y las consignas que hablaban de muerte.

En tiempos en que la era paría corazones y convidaban a creer en el futuro, sin que supiéramos mucho inglés, Dylan creó la paradoja de estar más cerca de nosotros que Atahualpa Yupanqui, Daniel Viglietti y otras prescripciones de los comisarios culturales.

La nueva izquierda americana y europea de los 60 creyó haber hallado en Bob Dylan a su vocero. Desde el comienzo, Dylan les advirtió de su error. El no era portavoz de nadie. Sólo quería cantar lo que sentía. Reflejar su visión del mundo. Hacer música con los sonidos que bullían en su mente como mercurio salvaje.

Los tiempos estaban cambiando. Los que no supieran nadar no flotarían. Se hundirían como piedras. No hicieron caso a sus avisos de que el Titanic zarpaba al amanecer.

Bob Dylan se ha pasado la vida escandalizando a la más rancia izquierda. Además de las canciones protesta, cantó baladas de amor. Luego, electrificó su guitarra y tocó rock y música country. Se convirtió al judaísmo de sus antepasados. Pese a los cantos de las langostas, aceptó doctorados universitarios.

En el año 2005, vendió la distribución de los productos de la nueva fiebre Dylan a Starbuck, una empresa de café considerada uno de los símbolos de las grandes corporaciones transnacionales.

Starbuck ganó miles de dólares distribuyendo No direction home, la película de más de 3 horas sobre Dylan de Martin Scorcese, su soundtrack y el disco Live at the Starlight, además de posters y camisetas.

Esto, en una era de ascenso de los movimientos anticapitalistas fue visto por la izquierda como una herejía imperdonable. Dylan apuñaleó sus tiernos corazoncitos cuando más lo necesitaban de su lado zurdo.

Varios blogs de Internet dieron una tregua a Bush, la guerra de Irak y la globalización para enfilar sus baterías contra Dylan.

El reverendo Billy Tallen, predicador de secta neoyorquino y ferviente activista anticonsumo, comunicó a Dylan en una carta abierta, firmada entre otros por el escritor Kurt Vonegut: “nos decepcionaste y debemos esperar ahora que alguien revolucionario venga a reemplazarte urgentemente”.

Al reverendo Billy le propongo a Bruce Springsteen, con sus canciones de sueños destrozados y amores obreros, para cubrir la plaza. Pero el eterno heredero al trono de Dylan, también está domesticado por el star system. Me temo que el reverendo preferirá un cantor más radical.

En lo que espera al cantor revolucionario sustituto, el reverendo y los otros decepcionados, amén de piquetear contra la sociedad de consumo, para que no sufran con las canciones de Dylan, pueden buscar otras diversiones. Ver documentales del grácil Michael Moore, leer las ocurrencias horripilantes de Chuck Palahniuk o estudiar a Noam Chomsky.

También pueden apuntarse en la Brigada Venceremos y venir a Cuba. Apuesto que no están decepcionados con la revolución de Fidel Castro.

Puedo entender bien la decepción del reverendo y sus acólitos. Suele ocurrir cuando uno pone demasiada fe a cantautores que abruman con su poesía. A veces no son lo que uno piensa.

Me pasó con Silvio Rodríguez. Compraba sus discos e iba a sus conciertos. Un día, se convirtió en disciplinado diputado de la dictadura. Aún me dura el desencanto.
Arroyo Naranjo, 2008-02-28
luicino2004@yahoo.com
http: prolibertadprensa.blogspot.com

No hay comentarios: