jueves, 13 de marzo de 2008

CULTURALES, Hasta siempre brother, Juan González Febles








La noticia de la muerte de Jorge Conde llegó por dos vías el mismo día. Una de ellas fue la carta que circuló por Internet y llegó a mi correo, gracias a la gentileza de un viejo y buen amigo, Ricardo Oramas. La otra, un trabajo publicado en el diario oficial Juventud Rebelde, en su edición del 6 de marzo de 2008. El trabajo aparece firmado por Joaquín Borges Triana en su columna, ‘Los que soñamos por la oreja’.

Recordé como allá por los años 60 y los 70 del mítico siglo XX, en la Escuela Vocacional Vladimir Ilich Lenin y en otros centros de ese corte, una de las preguntas de rigor en aquellas famosas entrevistas ‘políticas’ era: “¿Conoces al Conde?”

Responder afirmativamente podía ser motivo para causar baja por ‘problemas ideológicos’ y cargar con una ‘mancha en el expediente’ de las difíciles de lavar. Jorge Conde era un proscrito y sólo eso. Alguien que animó en su momento una zona prohibida y no ‘una escena que no por ignorada deja de ser importante’.

El rock and roll, fue para los mandamases verdeolivo, zona prohibida y diversionista, no zona ignorada. La intolerancia del régimen de la familia Castro, abarcó al rock, a la moda y a cualquier estilo de vida independiente de su ortodoxia.

Lamentar la pérdida o rendir tributo a los iconos prohibidos de nuestra generación desde la prensa oficial, constituye, algo más que hipocresía. Referirse desde el periódico de la Unión de Jóvenes Comunistas, al siempre proscrito Jorge Conde, da la medida del vacío político en que se debaten los manganzones de esta vieja dictadura cubana de crueldad, corrupción, intolerancia, incompetencia, presidente y consejero.

Jorge Conde, al igual que otros muchos fue desarraigado de su tierra. Se marchó a los Estados Unidos, porque no le dejaron vivir la vida en paz en Cuba. No regresó de visita, porque los mismos desalmados que no le dejaron vivir, exigen permiso para entrar y salir de este país que no es libre. Decimos que no es un país libre aquel en el que sus ciudadanos, no lo son.

Personalmente, pienso que quizás Conde hubiera sido una de nuestras estrellas de rock nacional en los 60 y los 70. Tenía un timbre muy especial en su voz y el carisma. Había nacido para cantar en el lenguaje juvenil de su época. Esto le convirtió en una figura de relieve para su generación, la nuestra.

Esa generación que muchos con sobradas razones llaman perdida, antecedió a la generación Y. Nosotros fuimos los de los nombres castizos y anglosajones. Los Luís, los Wichy o Wicho, las Carolinas, las Catalinas, las Cathi. Los Ricardos, los Ricky, los Jaime, los Jimmy, los Juanes o los Johnnys, los Daniel o los Dannys.

Fuimos dejados de la mano por las generaciones de nuestros mayores, que se vistieron de verdeolivo o se marcharon del país. Como a muchos, la dictadura nos robó los sueños. Sólo que en este caso, no se trató de engaño, fue mero pillaje.

De vuelta con el Conde, él integró el grupo de los que fueron asaltados violentamente en la intimidad de sus más caras ilusiones. Él no entregó cosa alguna; fue despojado y nada más.

La dictadura fue y sigue siendo estéril. Se trata de un monstruoso ente parasitario, que mata lo que no puede limitar o fagocitar. Desde el rock and roll hasta las Navidades, desde Celia Cruz hasta Jorge Conde. Nada cambió, las persecuciones continúan, sólo cambia el sujeto a perseguir, este puede ser político o económico.

Que descanse en paz Jorge Conde, la voz mágica de cada noche de sábado para cada Tomy, Ricky, Micky, Willy, Cathi, July, Wichy, Wicho, Mary o Cary que por ahí anda, peina canas, hurta el abdomen o enmascara calvicies. Sigue adelante y no mires atrás. Ah, y no te desgastes en esfuerzos por perdonar a los malos, sólo olvídalos, con eso basta.

Asciende por las ‘Escaleras al cielo’ construidas por los que nos regalan momentos mágicos e irrepetibles, dedicados a los que aun mantienen la capacidad de soñar. Avanza con el eco y los trémolos de la guitarra de Pepino y el bajo de Oliva, que se fue primero y te espera. Con Jorgito el baterista de los DaDa que está allá lejos, o quizás cerca. Con El Talle, que desde una moto, dejó los sesos en un contén de La Habana, con el sonido de Los Kent reverberante en sus oídos. Desde La Habana, Miami, Madrid o París, sin distancias: Hasta siempre brother.
Lawton, 07/03/2008
jgonzafeb@yahoo.com
http://prolibertadprensa.blogspot.com/

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