Playa, La Habana, enero 15 de 2009, (SDP) El guardabolso, como su nombre sugiere, es aquel lugar perteneciente a los comercios minoristas destinado a guardar los bultos, envoltorios y paquetes de mano de los clientes previo a la entrada de éstos al local de venta.
Su presencia se hace indispensable en los comercios destinados a la oferta en convertibles, por ser allí donde la sustracción de productos tiene mayor incidencia. El público no siente simpatía alguna por estos guardabolsos donde, con frecuencia, se impone la cola. Sobre todo cuando llega alguna mercancía que goza de preferencia.
La tarea, casi siempre, corre a cargo de una “guardabolsera” de mediana edad, circunstancia esta muy atinada por cuanto el oficio requiere cautela, prudencia y buena dosis de responsabilidad. El trabajo tiene el grave riesgo de un reclamo falso y mal intencionado por parte de un timador. En tal caso sería un duelo de alegatos sin otra circunstancia que palabras de incriminación a falta de pruebas.
Pero el enorme compromiso del puesto de trabajo no está en correspondencia con el bajo salario. Mas aún teniendo en cuenta el bajo nivel de “invento” de la actividad “guardabolsera” por la ausencia de contacto con la mercancía o el dinero. En el guardabolso no hay nada que robar y los que dejan caer su monedita de propina no abundan.
A las tiendas en moneda fuerte hay que entrar con las manos libres de envoltorios. La medida, no obstante su impopularidad, es comprensible si se tiene en cuenta la proliferación del robo entre la población. No digamos ya el hurto de recursos al estado por parte del trabajador como medio de subsistencia o del faltante en el pesaje del producto a cargo del comerciante, nos referimos al robo directo, común y corriente.
Potenciado por una sociedad de miserias y carencias y estimulado por la pérdida de valores derivada de un materialismo y un ateismo inducidos, el robo o sustracción de bienes ajenos es algo tan común en esta sociedad que quienes de tal práctica se abstienen pasan a formar un grupo aparte de “bichos raros”. Desde pequeño, el niño trae cosas robadas al hogar no sólo con la anuencia del progenitor sino con su reconocimiento por tal gesto de solidaridad para con la familia.
Es por ello que buena parte de la empleomanía de estos comercios tiene como función la vigilancia. Algo para lo cual el cubano es muy eficiente luego de medio siglo entrenándose en las filas de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR).
Adicionalmente los espacios interiores están monitoreados por un sistema de cámaras ocultas y a la salida del local de expendio se aposta un grupo de inspectores que revisan el contenido de las jabas para confrontarlo con el vale de compra extendido por la cajera . En fin todo un sistema de vigilancia y protección aparentemente invulnerable del cual no podría librarse ni “Rafles”, aquel ladrón de las manos de seda cuyas aventuras televisadas tanto fascinaban a nuestros padres.
Pues bien, a pesar de tan aparatoso y aparentemente perfecto sistema de protección contra ladrones, éstos se las ingenian para burlarlo.
Más no a todos convence la aparente habilidad de los ladrones. Muchos atribuyen los robos a los propios empleados o a un convenio secreto entre ladrones, dependientes y centinelas. En fin que por acá la imaginación tiene alas potentes y ligeras y al pensamiento lo cubre un manto de paranoia que siempre cree ver “gato encerrao” o intenciones ocultas en cada suceso de la realidad.
Como quiera que se le mire, el guardabolso cumple una función esencial en un país donde casi todos están obligados a robar y donde la generalización de tal práctica va relegando a un segundo plano a cualquier otro entretenimiento, incluida la pelota o béisbol, clasificado como nuestro pasatiempo nacional.
primaveradigital@gmail.com
Su presencia se hace indispensable en los comercios destinados a la oferta en convertibles, por ser allí donde la sustracción de productos tiene mayor incidencia. El público no siente simpatía alguna por estos guardabolsos donde, con frecuencia, se impone la cola. Sobre todo cuando llega alguna mercancía que goza de preferencia.
La tarea, casi siempre, corre a cargo de una “guardabolsera” de mediana edad, circunstancia esta muy atinada por cuanto el oficio requiere cautela, prudencia y buena dosis de responsabilidad. El trabajo tiene el grave riesgo de un reclamo falso y mal intencionado por parte de un timador. En tal caso sería un duelo de alegatos sin otra circunstancia que palabras de incriminación a falta de pruebas.
Pero el enorme compromiso del puesto de trabajo no está en correspondencia con el bajo salario. Mas aún teniendo en cuenta el bajo nivel de “invento” de la actividad “guardabolsera” por la ausencia de contacto con la mercancía o el dinero. En el guardabolso no hay nada que robar y los que dejan caer su monedita de propina no abundan.
A las tiendas en moneda fuerte hay que entrar con las manos libres de envoltorios. La medida, no obstante su impopularidad, es comprensible si se tiene en cuenta la proliferación del robo entre la población. No digamos ya el hurto de recursos al estado por parte del trabajador como medio de subsistencia o del faltante en el pesaje del producto a cargo del comerciante, nos referimos al robo directo, común y corriente.
Potenciado por una sociedad de miserias y carencias y estimulado por la pérdida de valores derivada de un materialismo y un ateismo inducidos, el robo o sustracción de bienes ajenos es algo tan común en esta sociedad que quienes de tal práctica se abstienen pasan a formar un grupo aparte de “bichos raros”. Desde pequeño, el niño trae cosas robadas al hogar no sólo con la anuencia del progenitor sino con su reconocimiento por tal gesto de solidaridad para con la familia.
Es por ello que buena parte de la empleomanía de estos comercios tiene como función la vigilancia. Algo para lo cual el cubano es muy eficiente luego de medio siglo entrenándose en las filas de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR).
Adicionalmente los espacios interiores están monitoreados por un sistema de cámaras ocultas y a la salida del local de expendio se aposta un grupo de inspectores que revisan el contenido de las jabas para confrontarlo con el vale de compra extendido por la cajera . En fin todo un sistema de vigilancia y protección aparentemente invulnerable del cual no podría librarse ni “Rafles”, aquel ladrón de las manos de seda cuyas aventuras televisadas tanto fascinaban a nuestros padres.
Pues bien, a pesar de tan aparatoso y aparentemente perfecto sistema de protección contra ladrones, éstos se las ingenian para burlarlo.
Más no a todos convence la aparente habilidad de los ladrones. Muchos atribuyen los robos a los propios empleados o a un convenio secreto entre ladrones, dependientes y centinelas. En fin que por acá la imaginación tiene alas potentes y ligeras y al pensamiento lo cubre un manto de paranoia que siempre cree ver “gato encerrao” o intenciones ocultas en cada suceso de la realidad.
Como quiera que se le mire, el guardabolso cumple una función esencial en un país donde casi todos están obligados a robar y donde la generalización de tal práctica va relegando a un segundo plano a cualquier otro entretenimiento, incluida la pelota o béisbol, clasificado como nuestro pasatiempo nacional.
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