jueves, 15 de enero de 2009

OMAR MOINELO, Ramón Díaz-Marzo

Habana Vieja, La Habana, enero 15 de 2009 (SDP) En el primer lustro del decenio de los años 80 del siglo XX, tuve un encuentro mágico con un actor cubano. Se trató de Omar Molinelo. Yo lo veía por la televisión cubana en programas como “Todo el mundo baila” y la sensación que me dejaba era la de un joven caminando sobre un campo minado; o de alguien que no estaba preparado para sobrevivir en el ambiente tenebroso de la televisión cubana. Sentía hacia él un sentimiento parecido al que siente un padre por su hijo. No lo conocía, ni tenía forma de contactarlo. No era el caso de otros actores que en cualquier época saben vivir. En una palabra: yo percibía que Omar Molinelo estaba desprotegido y por pura suerte no le explotaba una mina antipersonal al dar un paso.

El encuentro mágico se presentó al final de una tarde en los Baños (individuales) de Vapor de Neptuno y Águila, en Centro Habana, meses antes de que el lugar lo cerraran por peligro de derrumbe. Ese lugar era mi segunda casa debido a que su administrador era un padre para mí.

Los Baños tenían un salón de espera. Esa tarde no había nadie en el salón, excepto Omar. Había que esperar a que Hipólito llamara a quien sería ese día el último cliente, el cual tenía derecho, por un peso cubano, a darse vapor y ducha fría durante 30 minutos. A cada cliente se le entregaba un pequeño jabón, un par de chancletas, y una toalla. Este lugar era uno de los pocos lugares que había sobrevivido a la destrucción sistemática del Estado Socialista de todo cuanto recordara “cuando Cuba Reía”.

Yo era de la casa y me daba vapor mucho después de las 7 de la noche, pues allí mismo Hipólito tenía su casa donde yo comía junto con su amigo Damián, que vivía en el piso superior de los Baños.

Así que viendo a Omar Molinelo solo en el salón, nació en mí el deseo de conversar con él en la medida que yo viera si estaba preparado para conocer la verdad.

Omar era un tipo accesible. De inmediato iniciamos la conversación. Desde el principio me prestó mucha atención, como si él supiera de antemano que yo tenía algo importante que decirle. Recordé que recientemente lo había visto en una película, con el veterano actor Miravalles, cuya historia era la de un viejo loco que pretendía elevarse de sobre la faz de la tierra en un globo aerostático. El hilo narrativo era un disparate que por momentos parecía que le iba a mentar la madre a alguien pero sólo era baba, como casi todas las obras de arte que se hacen sin libertad. Sentía entonces más pena por Omar.

Durante la conversación, Omar me habría dicho algo que ahora no recuerdo y fue cuando consideré que el tipo estaba preparado para conocer la verdad.

Le dije que el edificio de radio y televisión (ICRT), la antigua CMQ, era un cuartel de la policía política. Le dije que el proyecto social de la Revolución cubana era una utopía negativa y estaba condenado al fracaso. Le dije que no podía confiar en casi nadie dentro y fuera del ICRT. Le dije que de cada 10 actores, a 4 la Seguridad del Estado le había metido el pie. Le dije que él aún era un hombre joven y si algún día tenía la oportunidad de viajar fuera de Cuba, no regresara jamás. Que reiniciara su vida en cualquier lugar del mundo para que como persona, y quizás como actor, alcanzara la plenitud de la existencia. Que este país se había convertido en un infierno y era el manicomio más grande del mundo.

Durante años dejé de verlo en la televisión. A ratos me acordaba de aquella conversación que nunca comenté con nadie y sólo ahora por primera vez la menciono de forma pública.

Como nunca tuve el modo de frecuentarlo, olvidaba al actor por años. De cuando en cuando me preguntaba qué habría sido de la vida de aquel joven que intuí como un buen hombre. Siempre me extrañó el por qué de todo lo que le dije aquella tarde, pero recuerdo que era una fuerza independiente de mi conciencia que me obligaba a hablarle con el corazón. Y me decía que ojala, donde quiera que estuviera, le fuera bien.

Pues el año pasado en casa de una amiga, que tiene “antena”, lo vi en el programa de Carlos Otero, “Pellízcame que estoy soñando”, originado en Miami, E U A, y sentí una contentura que es el origen de este comentario.

Estimado Omar, si llegas a leer este texto quizás no te acuerdes de aquella tarde, pero quiero que sepas que me siento realizado viéndote fuera del manicomio. Sólo te pido que continúes defendiendo la bondad de tu corazón y no te conviertas en una mala persona. Pienso, mientras te veía en el programa de Otero, que continúas siendo un buen hombre. ¡Felicidades y éxitos en el 2009! Y ojala puedas llegar a Hollywood y alcanzar el nivel de un Andy García.
primaveradigital@gmail.com

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