jueves, 15 de enero de 2009

HISTORIA DE UNA CONCIENCIA, Ramón Díaz-Marzo

(del libro inédito “Fragmentos de un Naufragio”)

Habana Vieja, La Habana, enero 15 de 2009 (SDP) Algún día tengo que narrar la historia de mi conciencia. En cada etapa he sido diferente. La realidad ha llegado a mí de distintas maneras en cada etapa del crecimiento de mi conciencia. Tendré presente como siempre que en las diferentes etapas de mis disímiles conciencias han estado presentes sentimientos, deseos, y aspiraciones de modo permanente. Pero esos sentimientos, deseos, y aspiraciones, aunque en esencia se han mantenido sostenidos por una causa desconocida, han variado en su interrelación con la realidad.

Mi conciencia de 19 anos, cuando decidí que seria escritor, no es la misma conciencia de los 49 anos que tengo ahora y continúa deseando ser escritor. Explicar las grandes o pequeñas diferencias de esas conciencias que están unidas por una misma aspiración, terquedad, o fijación síquica, será la tarea casi imposible que me propongo.

Mientras escribo estas notas (contra el olvido) me sorprende como la idea de la muerte, después que salí de la juventud (donde la muerte no existe) adquiere importancia real. Pues cuando tenia 19 años, como todo buen romántico, pensaba en la muerte. Pero ahora, a los 49 años, aspirando a vivir 49 años mas, estoy comenzando a sentir (no a comprender) lo importante que es la edad (el tiempo) para escribir mejor. Por supuesto, tipos como Mozart, Radiguet, y muchos mas, siendo jóvenes, pudieron escribir cosas importantes y serias. Por ello seria muy substancial distinguir cómo el tiempo puede tener en una persona diferentes formas de transcurrir. Estoy pensado que para Mozart y Radiguet el tiempo de su conciencia no tenía una relación común con el tiempo de su cuerpo. Pienso que cuando esto sucede es que nos encontramos ante eso que denominamos: genio. Para el resto de los mortales como uno, es imposible escribir algo de valor cuando joven. Ahora recuerdo como algunos amigos en aquellos años 70 del siglo pasado me decían que la buena prosa surge después de los 50. Y confieso que ello me consolaba. Pues mas que escribir, lo que me importaba era vivir, quemar aquella fuerza de juventud que devoraba mi cuerpo si no le daba salida. Calculo que si en aquellos tiempos hubiera amordazado mi vehículo físico, intentando liberar tanta energía a través de la escritura, me habría vuelto loco.

Enero 5, 2002

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