jueves, 15 de enero de 2009

VESTIGIOS, Rogelio Fabio Hurtado


Marianao, La Habana, enero 15 de 2009, (SDP) Perduran solamente los nombres en el suelo. Sus dueños de antaño desearon que el sustento material de sus negocios resistiese al tiempo y sus desastres, por eso perpetuaron sus nombres en el granito. Hoy, en esta Ciudad sin dueños, el letrero ha quedado reducido al rótulo malamente pergeñado sobre un cartón, en el mejor de los casos. Acontece lo otrora inconcebible: el negocio, para medrar, no sólo no necesita del anuncio, sino que este puede perjudicarlo. Así, lo que entonces pasaba inadvertido bajo nuestros pasos, adquiere hoy prestigios pompeyanos.

En la gris actualidad, prolifera otro tipo de letrero, caracterizado por la tosca chatura. Así, es habitual que las instituciones y los organismos del estado prefieran pasar inadvertidos, para que sólo unos pocos iniciados sean capaces de identificarlos. Esa ausencia voluntaria de señales delata el carácter nada democrático del puñado de iluminados que nos mal gobiernan. Puesto que sus gestiones de administración no están sujetas a la aprobación periódica de la ciudadanía, sobre la cual ejercen dominio y control, hace muchos años, en nombre de un proyecto social que cada vez se aleja más de la realidad concreta, no quieren de ninguna manera que los ciudadanos sepan con exactitud las sedes desde donde ejercen su totalitarismo clandestino.

Al nivel más elemental, es casi lógico que a los compañeros administradores no les interese ni aprecien los beneficios de la publicidad. Muy al contrario, suponen que su ausencia denota sencillez y modestia, virtudes que los mandos superiores valoran más de lo que aplican, pues constantemente los medios masivos de difusión les proclaman y elogian sin medida. Al parecer, ellos están más allá de tales vanidades, y pueden soportar impávidos cualquier cantidad de prosopopeya sin merma de sus excelsas virtudes.

No olvidemos que vivimos dentro de un sistema donde los roles sociales son sumamente frágiles, excepto las poltronas vitalicias, que son inmóviles por definición constitucional incluso. De ellos para abajo, todos estamos sujetos a sus voluntades. De ahí que un viejo amigo afirmase con la certidumbre de quien estaba viviéndolo (que no leyéndolo en los clásicos) que la vida en el socialismo era muy fácil, puesto que todo lo que no estaba prohibido, era obligatorio.

Una de las actividades menos recomendables para el buen vivir cotidiano es el ejercicio de la crítica sin prefijo alguno, pues cuando se le encaja delante el de auto se troca en un hara-kiri que los superiores consideran muy loable, pues el indefenso les ahorra el trabajo sucio. Con esta supresión de la discordia creen haber logrado el ideal social, desde el punto de vista de los que la gobiernan. Lo que sucede es que todos estos ciudadanos obedientes y calladitos son cada vez menos productivos y están cada vez más desesperanzados. Prueba de ello es que agitan públicamente las banderitas, pero cuando se quedan en la intimidad de sus lechos, ya no desean procrear.

Otra consecuencia de esa unanimidad invariable es la desaparición de toda tensión dentro de la propia sociedad. Al constituirse el Partido-Estado como el patrón único, que no puede competir ni criticarse a sí mismo, las fuerzas que podrían traer con los cambios la prosperidad y el desarrollo, virtualmente desaparecen y el inmovilismo se reproduce a sí mismo hasta el infinito, asfixiando a la sociedad, que se enferma de corrupción y violencia.
Leía hace poco, en la excelente Historia de la Filosofía del italiano Nicolás Abbagnano, un fragmento que me parece muy a propósito: “El gran descubrimiento de Heráclito consiste, pues, en que la unidad del principio creador no es una unidad idéntica, y no excluye la lucha, la discordia, la oposición…darse cuenta que de todos los opuestos brota la unidad, y de la unidad manan los opuestos”.

Así, Heráclito contradice a Homero, que había dicho en versos inmortales
Pueda la discordia desaparecer entre los Dioses y entre los hombres, a lo que el filósofo replica: “Homero no advierte que ruega para la destrucción del Universo, si su ruego fuese escuchado, todas las cosas perecerían. (pàgina 19, Editorial Félix Varela, La Habana 2005)

Me gustaría que estos antiquísimos criterios fuesen debatidos en alguna de las Mesas Redondas vespertinas de nuestra TV, o, al menos, en algún Pasaje a lo Desconocido dominical.
primaveradigital@gmail.com

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