Playa, La Habana, enero 29 de 2009, (SDP) Los parqueadores vienen siendo muy criticados por los medios de comunicación nacionales en el contexto de la actual campaña contra el robo y otras ilegalidades.
El aparcamiento como actividad de servicio a la población resurgió con el llamado “periodo especial”. Sus bondades como forma simple de buscarse la vida carente de riesgos de inversión, proveedora de ingresos y exenta de mayores esfuerzos físicos y mentales la hacen atractiva. Su provecho se torna imprescindible en un país donde el robo y la delincuencia, en general, campean por su respeto. O sea el cuidador de autos es la única seguridad de que no se roben el coche. No hay que darle más vueltas al asunto.
Por eso nuestra capital está colmada de estos “luchadora”, fáciles de distinguir por el chaleco rojo que visten con el emblema del ron Havana Club. Debido a que en un sistema como el nuestro no pueden haber “cabos sueltos” y todo ha de estar controlado existe una entidad estatal, la Empresa Provincial de Aseguramiento a los Servicios, cuya tarea básica consiste en el control sobre la actividad, mediante la fiscalización a cargo de un cuerpo de inspectores.
Pero como la realidad cubana deja bien chiquita a cualquier elucubración el parqueador se las ingenia para vivir a su manera y no del modo en que quiere encasillarlo la empresa.
Así pues una cosa dice la empresa y otra la realidad, una ordenanza dispone el papel y otra el imperativo concreto de subsistir. Por tanto el parqueador se posesiona de su área y allí instaura su minúsculo feudo en armonía y complicidad con inspectores y policías. Marca y defiende su territorio, cual buen sabueso, contra delatores, envidiosos y competidores. Aquí fija su tarifa de precios, obvia la estatal y extiende los servicios al fregado y lavado de autos a 20 pesos o a dos pesos convertibles, dependiendo de la categoría del aparcamiento.
Un reportaje del mes de agosto del pasado año publicado por el periódico Granma aborda el tema del parqueo y los parqueadores con fuertes recriminaciones hacia éstos. El equipo los censura por cobrar hasta dos pesos convertibles por el lavado de un auto sin aportar nada al estado, a pesar de que se utiliza el agua pública. Se denuncia a aquellos que “emplean, de manera ilegal, áreas libres de empresas y centros de trabajo como parqueos nocturnos”. Arremete contra los que “en ocasiones vociferan desarreglados e incluso luego de haber ingerido bebidas alcohólicas”, a pesar de que “están en la obligación de lucir correctamente”.
A los reporteros parece irritarles de modo especial el hecho de “la ganancia que los cuidadores llevan a sus bolsillos cada noche la cual oscila, como promedio, entre diez y 25 pesos por carro”.
A pesar de todo, los parqueadores siguen su rutina sin tomar en cuenta la ojeriza de algunos que les reprochan ganar mucho sin hacer nada. Estos críticos a ultranza no reparan en que estos hombres brindan un servicio de inestimable valor social como es la custodia de los automóviles. Eso bien lo aquilatan los dueños de coches.
Es cierto, que les gusta tomarse su traguito, pero siempre fue igual. Me acuerdo de muchacho que, antiguamente, también gustaban de “chuparle el rabo a la jutía”.
Por lo demás, que sigan con su rumba, su cubo y su bayeta, en la busca de sus pesos sin reparar en envidiosos y detractores. Según su filosofía personal: “Al que Dios se lo dio San Pedro se lo bendiga”
osmagon@yahoo.com
El aparcamiento como actividad de servicio a la población resurgió con el llamado “periodo especial”. Sus bondades como forma simple de buscarse la vida carente de riesgos de inversión, proveedora de ingresos y exenta de mayores esfuerzos físicos y mentales la hacen atractiva. Su provecho se torna imprescindible en un país donde el robo y la delincuencia, en general, campean por su respeto. O sea el cuidador de autos es la única seguridad de que no se roben el coche. No hay que darle más vueltas al asunto.
Por eso nuestra capital está colmada de estos “luchadora”, fáciles de distinguir por el chaleco rojo que visten con el emblema del ron Havana Club. Debido a que en un sistema como el nuestro no pueden haber “cabos sueltos” y todo ha de estar controlado existe una entidad estatal, la Empresa Provincial de Aseguramiento a los Servicios, cuya tarea básica consiste en el control sobre la actividad, mediante la fiscalización a cargo de un cuerpo de inspectores.
Pero como la realidad cubana deja bien chiquita a cualquier elucubración el parqueador se las ingenia para vivir a su manera y no del modo en que quiere encasillarlo la empresa.
Así pues una cosa dice la empresa y otra la realidad, una ordenanza dispone el papel y otra el imperativo concreto de subsistir. Por tanto el parqueador se posesiona de su área y allí instaura su minúsculo feudo en armonía y complicidad con inspectores y policías. Marca y defiende su territorio, cual buen sabueso, contra delatores, envidiosos y competidores. Aquí fija su tarifa de precios, obvia la estatal y extiende los servicios al fregado y lavado de autos a 20 pesos o a dos pesos convertibles, dependiendo de la categoría del aparcamiento.
Un reportaje del mes de agosto del pasado año publicado por el periódico Granma aborda el tema del parqueo y los parqueadores con fuertes recriminaciones hacia éstos. El equipo los censura por cobrar hasta dos pesos convertibles por el lavado de un auto sin aportar nada al estado, a pesar de que se utiliza el agua pública. Se denuncia a aquellos que “emplean, de manera ilegal, áreas libres de empresas y centros de trabajo como parqueos nocturnos”. Arremete contra los que “en ocasiones vociferan desarreglados e incluso luego de haber ingerido bebidas alcohólicas”, a pesar de que “están en la obligación de lucir correctamente”.
A los reporteros parece irritarles de modo especial el hecho de “la ganancia que los cuidadores llevan a sus bolsillos cada noche la cual oscila, como promedio, entre diez y 25 pesos por carro”.
A pesar de todo, los parqueadores siguen su rutina sin tomar en cuenta la ojeriza de algunos que les reprochan ganar mucho sin hacer nada. Estos críticos a ultranza no reparan en que estos hombres brindan un servicio de inestimable valor social como es la custodia de los automóviles. Eso bien lo aquilatan los dueños de coches.
Es cierto, que les gusta tomarse su traguito, pero siempre fue igual. Me acuerdo de muchacho que, antiguamente, también gustaban de “chuparle el rabo a la jutía”.
Por lo demás, que sigan con su rumba, su cubo y su bayeta, en la busca de sus pesos sin reparar en envidiosos y detractores. Según su filosofía personal: “Al que Dios se lo dio San Pedro se lo bendiga”
osmagon@yahoo.com
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