La Habana Vieja, La Habana, enero 28 de 2009 (SDP) Parece que estoy viendo una película, pero una película donde yo participo tan igual como en la vida real. Tampoco, en esta ocasión, puedo comprender que se trata de un sueño. Apenas recuerdo los detalles del sueño. El caso es que hay un hombre de más de 65 años que siembra el terror dentro de su condominio. Hay una escena donde yo estoy oculto en el sótano de la casa. El sótano está repleto de unos anaqueles de metal que llegan hasta el techo. En todos esos anaqueles descansan muchos radios, viejos y nuevos, de todas las marcas, y de todas las épocas. De momento el hombre ha bajado hasta el sótano. Yo estoy oculto entre los recodos de los anaqueles y no puede verme ni saber que estoy allí. Tampoco sé cómo he bajado hasta el sótano, qué hago allí, y que pinto yo en toda esta historia. Es como una amnesia que me impide recordar mi pasado. Creo que en los sueños el pasado y el futuro no existen. Entonces el hombre grita con voz amenazadora y de trueno:
- Yo soy el Amo de todos ustedes.
En esos momentos es que percibo la vida interna de los radios como si fueran personas humanas convertidas en radio, o sencillamente acabo de descubrir que los radios también son seres humanos, y de algún modo me solidarizo con los radios y siento odio hacia el supuesto Amo de los radios.
La otra escena que recuerdo es muy turbia y difícil de explicar. Me encuentro en la gran sala de la casa, pues el lugar tiene el lujo y las proporciones de un palacio. Hay unos jóvenes que no sé cuál parentesco tendrán con el Amo de los radios. Este Amo se encuentra sentado ante una mesa inmensa, cerca de la chimenea. También es de noche, y algunas luces permanecen encendidas. De manera que la poca iluminación hace resaltar, espectralmente algunos contornos fantasmagóricos de los muebles y cortinas y estatuas que adornan la inmensa sala. Los jóvenes que están hacia la parte de la casa que podía ser como un comedor, actúan como si se encontraran conspirando. De hecho están conspirando. Quieren destruir al Amo de los radios, pero no saben cómo hacerlo. Yo recuerdo que de repente he cogido dos mantas y entre una y otra he colocado un polvo, y como los brujos de los cuentos de hadas, comienzo a frotar aquel polvo con las dos mantas hasta que se produce la chispa de una incipiente candela. Cuando las dos mantas están ardiendo las tomo sin que las llamas me alcancen o puedan hacerme daño. Le digo a los jóvenes que se mantengan alejados y me dejen hacer. Yo me incorporo de la mesa donde me encontraba enfrascado en la extraña operación de reproducir fuego, y con las dos mantas encendidas camino hasta el Amo de los radios. Mientras me acerco a él pienso que este reaccionará y habrá una lucha encarnizada. Pero el Amo de los radios parece no percatarse de mi presencia que se le acerca por detrás. Y cuando llego hasta él le arrojo las mantas encendidas y el Amo de los radios trata de quitarse de encima aquellas mantas de donde salen lenguas de fuego, pero es inútil. Se trata de unas mantas mágicas que se le han pegado, como dos serpientes, por todo el cuerpo, y mientras más fuerza haga por quitárselas de encima, más se pegan a su cuerpo que rápidamente comienza a confundirse con la candela, y va desapareciendo en una confusión de trozos de tela y trozos de carne derretida. Y el Amo de los radios desaparece en aquella sala, aplastado por las dos mantas, y junto con su desaparición se extingue el fuego, y todo vuelve a la normalidad.
- Yo soy el Amo de todos ustedes.
En esos momentos es que percibo la vida interna de los radios como si fueran personas humanas convertidas en radio, o sencillamente acabo de descubrir que los radios también son seres humanos, y de algún modo me solidarizo con los radios y siento odio hacia el supuesto Amo de los radios.
La otra escena que recuerdo es muy turbia y difícil de explicar. Me encuentro en la gran sala de la casa, pues el lugar tiene el lujo y las proporciones de un palacio. Hay unos jóvenes que no sé cuál parentesco tendrán con el Amo de los radios. Este Amo se encuentra sentado ante una mesa inmensa, cerca de la chimenea. También es de noche, y algunas luces permanecen encendidas. De manera que la poca iluminación hace resaltar, espectralmente algunos contornos fantasmagóricos de los muebles y cortinas y estatuas que adornan la inmensa sala. Los jóvenes que están hacia la parte de la casa que podía ser como un comedor, actúan como si se encontraran conspirando. De hecho están conspirando. Quieren destruir al Amo de los radios, pero no saben cómo hacerlo. Yo recuerdo que de repente he cogido dos mantas y entre una y otra he colocado un polvo, y como los brujos de los cuentos de hadas, comienzo a frotar aquel polvo con las dos mantas hasta que se produce la chispa de una incipiente candela. Cuando las dos mantas están ardiendo las tomo sin que las llamas me alcancen o puedan hacerme daño. Le digo a los jóvenes que se mantengan alejados y me dejen hacer. Yo me incorporo de la mesa donde me encontraba enfrascado en la extraña operación de reproducir fuego, y con las dos mantas encendidas camino hasta el Amo de los radios. Mientras me acerco a él pienso que este reaccionará y habrá una lucha encarnizada. Pero el Amo de los radios parece no percatarse de mi presencia que se le acerca por detrás. Y cuando llego hasta él le arrojo las mantas encendidas y el Amo de los radios trata de quitarse de encima aquellas mantas de donde salen lenguas de fuego, pero es inútil. Se trata de unas mantas mágicas que se le han pegado, como dos serpientes, por todo el cuerpo, y mientras más fuerza haga por quitárselas de encima, más se pegan a su cuerpo que rápidamente comienza a confundirse con la candela, y va desapareciendo en una confusión de trozos de tela y trozos de carne derretida. Y el Amo de los radios desaparece en aquella sala, aplastado por las dos mantas, y junto con su desaparición se extingue el fuego, y todo vuelve a la normalidad.
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