Managua, La Habana; enero 15 de 2009. (SDP). Durante los más de cuatro siglos que duró la época colonial en Cuba, hubo exterminio de los aborígenes, esclavitud y muerte contra los que osaran conspiran contra los intereses de la Madre Patria. La mano era de hierro.
Claro, también existieron cosas positivas. Pero al parecer la cadena era demasiado pesada. Carlos Manuel de Céspedes, considerado luego el Padre de la Patria, afirmó en agosto de 1868: “La hora es solemne y decisiva. El poder de España está caduco y carcomido. Si aun nos parece fuerte y grande, es porque hace más de tres siglos que lo contemplamos de rodillas. ¡Levantémonos!”.
Dos meses después comenzó la primera de las dos guerras emancipadoras. Desafiar los poderes omnímodos trae problemas sin ningún tipo de cuentos.
Hubo grandes excesos. Entre ellos uno que ha quedado para siempre en la historia, el fusilamiento de ocho inocentes estudiantes de medicina.
El sacrificio fue de todos los quilates, familias enteras perdieron todas sus propiedades, familias completas pasaron a subsistir en lo que luego fue conocido como la Manigua Redentora.
Modesto Fornaris, un general que acompañó a Antonio Maceo en la Protesta de Baraguá, narró en sus memorias sobre el momento en que encontró el cuerpo de su pequeño hermano de doce años, asesinado por las tropas españolas, medio comido por las aves de rapiña.
Los criollos tampoco fueron muy comedidos. Partir cabezas a machetazos no era un espectáculo de fuegos artificiales.
Tras una tregua de diecisiete años, se inició en 1895 la segunda guerra de emancipación. Esta vez organizada por José Martí. Y aunque el Apóstol dijo que era una guerra necesaria, las guerras en cuanto se inician pierden su halo romántico.
Los independentistas aplicaron la política de la tea incendiaria para destruir las plantaciones de caña, principal sustento económico de la isla, y los gobernantes españoles la de la reconcentración de una parte de la población campesina para evitar cualquier tipo de ayuda a los combatientes enemigos.
Se asegura hoy en día de forma oficial que la reconcentración dejó un saldo de más de trescientas mil muertes, la cifra es en extremo dudosa por que eso hubiera significado casi la cuarta parte de la población total que tenía Cuba en esa época. De todas formas los excesos de las pasiones políticas tuvieron otra vez tierra fértil para su desarrollo.
Toda esa etapa terminó, como es bien conocido, con la intervención militar estadounidense y con la independencia de Cuba.
Pero en cuatrocientos años de colonialismo en Cuba hubo algo que fue imbatible o espiritualmente indiscutible, el sentido de pertenencia a su país de los nacidos en Cuba, el amor a Cuba.
Esto queda de forma nítida reflejado en el código penal colonial, donde el segundo gran castigo, después de la pena de muerte, era la deportación.
Con la llegada de los Castro al poder en 1959, y la pronta implantación del comunismo, eso cambió de manera radical. A partir de esa fecha, los cubanos han partido hacia cualquier punto geográfico del mundo en un éxodo incontenible.
Ahora mismo, hay miles o cientos de miles hurgando en el árbol genealógico para tratar de encontrar algún abuelo español que brinde la posibilidad de obtener la ciudadanía española para poder regresar al regazo de la Madre Patria.
¿Qué responderían los próceres de esa situación si fuera posible preguntarles? Da un poco de temor pensar en la respuesta.
Entre los representantes de las distintas tendencias políticas de aquella época ¿quienes eran los abanderados de la razón: autonomistas, integristas, independentistas o anexionistas?
Las dudas existen. Quizás en algún momento sea preciso y oportuno, tratando de ser lo más honesto posible, acercarnos a esa verdad de nuestra historia.
En lo que si parece que las dudas son poca o no existen, es en que la imposición del comunismo en la isla ha dañado de manera inconmensurable el espíritu de la nación cubana.
fornarisjo@yahoo.com
Claro, también existieron cosas positivas. Pero al parecer la cadena era demasiado pesada. Carlos Manuel de Céspedes, considerado luego el Padre de la Patria, afirmó en agosto de 1868: “La hora es solemne y decisiva. El poder de España está caduco y carcomido. Si aun nos parece fuerte y grande, es porque hace más de tres siglos que lo contemplamos de rodillas. ¡Levantémonos!”.
Dos meses después comenzó la primera de las dos guerras emancipadoras. Desafiar los poderes omnímodos trae problemas sin ningún tipo de cuentos.
Hubo grandes excesos. Entre ellos uno que ha quedado para siempre en la historia, el fusilamiento de ocho inocentes estudiantes de medicina.
El sacrificio fue de todos los quilates, familias enteras perdieron todas sus propiedades, familias completas pasaron a subsistir en lo que luego fue conocido como la Manigua Redentora.
Modesto Fornaris, un general que acompañó a Antonio Maceo en la Protesta de Baraguá, narró en sus memorias sobre el momento en que encontró el cuerpo de su pequeño hermano de doce años, asesinado por las tropas españolas, medio comido por las aves de rapiña.
Los criollos tampoco fueron muy comedidos. Partir cabezas a machetazos no era un espectáculo de fuegos artificiales.
Tras una tregua de diecisiete años, se inició en 1895 la segunda guerra de emancipación. Esta vez organizada por José Martí. Y aunque el Apóstol dijo que era una guerra necesaria, las guerras en cuanto se inician pierden su halo romántico.
Los independentistas aplicaron la política de la tea incendiaria para destruir las plantaciones de caña, principal sustento económico de la isla, y los gobernantes españoles la de la reconcentración de una parte de la población campesina para evitar cualquier tipo de ayuda a los combatientes enemigos.
Se asegura hoy en día de forma oficial que la reconcentración dejó un saldo de más de trescientas mil muertes, la cifra es en extremo dudosa por que eso hubiera significado casi la cuarta parte de la población total que tenía Cuba en esa época. De todas formas los excesos de las pasiones políticas tuvieron otra vez tierra fértil para su desarrollo.
Toda esa etapa terminó, como es bien conocido, con la intervención militar estadounidense y con la independencia de Cuba.
Pero en cuatrocientos años de colonialismo en Cuba hubo algo que fue imbatible o espiritualmente indiscutible, el sentido de pertenencia a su país de los nacidos en Cuba, el amor a Cuba.
Esto queda de forma nítida reflejado en el código penal colonial, donde el segundo gran castigo, después de la pena de muerte, era la deportación.
Con la llegada de los Castro al poder en 1959, y la pronta implantación del comunismo, eso cambió de manera radical. A partir de esa fecha, los cubanos han partido hacia cualquier punto geográfico del mundo en un éxodo incontenible.
Ahora mismo, hay miles o cientos de miles hurgando en el árbol genealógico para tratar de encontrar algún abuelo español que brinde la posibilidad de obtener la ciudadanía española para poder regresar al regazo de la Madre Patria.
¿Qué responderían los próceres de esa situación si fuera posible preguntarles? Da un poco de temor pensar en la respuesta.
Entre los representantes de las distintas tendencias políticas de aquella época ¿quienes eran los abanderados de la razón: autonomistas, integristas, independentistas o anexionistas?
Las dudas existen. Quizás en algún momento sea preciso y oportuno, tratando de ser lo más honesto posible, acercarnos a esa verdad de nuestra historia.
En lo que si parece que las dudas son poca o no existen, es en que la imposición del comunismo en la isla ha dañado de manera inconmensurable el espíritu de la nación cubana.
fornarisjo@yahoo.com
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¡Ya es hora de romper el corojo!
Por Pablo Felipe Pérez Goyry*
Premio José María Heredia de Periodismo 2008
Quizá por una ironía del destino, sin demeritar sus refrendadas muestras de heroicidad, la Nación cubana carga sobre sus espaldas cincuenta años de precariedad y vergüenza pública, a causa de la dictadura castro comunista y de nacionales que sólo hinchan sus estómagos y faltriqueras. Parece una aventura caballeresca inacabable, atiborrada de lujuriosas y quiméricas parábolas sórdidas.
No pretende este columnista, explayarse en razonamientos sempiternos, sólo, por los motivos ya apuntados, hacer un alto en el camino e invitar al excelso leedor a pensar: En los cubanos, que en interminables peregrinaciones han tenido que desperdigarse por el planeta, como ingeniosos peregrinos, como caballeros y doncellas errantes, y los otros, que residen en el archipiélago, que están agarrotados en la desesperanza y la esclavitud.
Por estos días, en los diferentes medios de comunicación y en tertulias académicas, a uno y otro lado del estrecho de la Florida , se ha platicado, hasta el cansancio, disimilitudes de argumentos sobre el pasado, presente y futuro en Cuba. No obstante, las respetables ambigüedades y las socarronerías sutiles, que son múltiples, dan fe de la indudable ausencia de consenso y discernimiento que lleven a buen puerto los destinos de la Nación cubana.
Es innegable la verdad vivida por aquellos cubanos que han desafiado con dignidad plena las mazmorras castro-comunista; los que dentro y fuera del archipiélago, sufren la ausencia de seres queridos porque murieron frente a los paredones de fusilamiento o en el presidio político; o porque su hijo, hija, esposo, esposa, madre, padre..., desaparecieron en la hondura del mar, al intentar escapar de la isla cárcel o alcanzar el “sueño americano”. Asimismo, los que hoy día, después de cincuenta años, acarician un imaginario de contradicciones apocalípticas o fastuosas, morales o vengativas, el “maleconazo final” o la intervención directa del gobierno estadounidense, los que creen en cambios sustanciales, por parte del régimen de La Habana , y, aquellos que defienden los argumentos del “cucarachismo y la robolución”. Olvidan que “la patria puede fiar más de un crítico que trabaja, que de un entusiasta que vocifera” (D’ors, Eugenio).
A todas luces, el sufrimiento y sangre derramada, por miles de cubanos, ha clamado justicia a una sociedad nacional e internacional que ha contemplado con cinismo, parsimonia e hipocresía los acontecimientos en el archipiélago. Qué decir, de algunos “gobernantes”... La desventura sobrevenida durante estos cinco decenios, a los cubanos, es lamentable y consterna el espíritu... Ciertamente, es irrebatible y burdo el legado de la dictadura castro comunista. Sin embargo, la solución a las diferencias históricas entre nacionales está en sus propias manos y corazón. Porque al final del camino, la Nación será artífice de su prosperidad, y Dios dará remedio a sus desventuras..., si más allá de los dogmas, prevalecen el perdón y el amor, la buena voluntad y el compromiso, y, los cubanos acepten que son hermanos y parte de un todo que se llama ¡Cuba!
Por todas estas razones, es esencial desistir de las riñas caprichosas, a diestra y siniestra..., más bien, es menester vigorizar la intuición y con pundonor tratar de cicatrizar las heridas físicas y del alma misma... ¡Todos los cubanos, sin excepción, somos parte integral de la Nación cubana!
Finalmente, un nuevo año a comenzado y con él todos pedimos salud, paz y prosperidad. De ahí que, con la sinceridad que caracteriza a éste periodista, quiera con el ilustrísimo lector compartir un sueño, un deseo: que en el 2009, todos los cubanos razonemos con sabiduría en la “mesa conciliadora” (de no ruin madera y sin buzcorona), para articular un proyecto trascendente y encauzado a buscar solución al “problema cubano”... Vale la pena, por el bien de la Patria.
Cubanos, para la Reconciliación y la Concordia : ¡Ya es hora de romper el corojo! Estoy presto..., ¿y ustedes? ¡Alea iacta est! ¡Dios salvaguarde a la Nación cubana, y a mí no me olvide!Ω
*Pablo Felipe Pérez Goyry. Analista y Periodista. Premio José María Heredia de Periodismo 2008. Miembro del Instituto Nacional de Periodismo Latinoamericano (INPL). Miembro de la Federación Internacional de Periodistas Digitales (FIPED). Web: http://es.geocities.com/libertadeopinion/. Blog: http://contextuspablofeliperezg.blogspot.com/
Enero de 2008.
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