Arroyo Naranjo, La Habana, enero 15 de 2009 (SDP) Un artículo de Juan González Febles (Semanario Digital Primavera) y la respuesta que motivó por parte de Jorge Luís García Pérez “Antúnez” (Miscelánea de Cuba) hacen volver a reflexionar sobre una de las cuestiones más controvertidas de la oposición cubana: las conveniencias e inconveniencias de ganar las calles al régimen.
A estas alturas del juego, parecería obvio que el gobierno cubano hace mucho tiempo que perdió las calles. Sólo basta con escuchar los acres comentarios de la población. Es sólo otro espejismo. Aún subsisten el miedo y en mayor medida, la más apática indefensión. Por tanto, la calle, digan lo que digan, sigue bajo el control del régimen. De un modo precario y volátil, pero la controla.
La culpa no es sólo del accionar de la Seguridad del Estado y las brigadas de respuesta rápida. La oposición tiene su parte de responsabilidad por la indolencia y la incapacidad ciudadana. Apenas comienza a articular un discurso coherente capaz de llegar al agobiado hombre de la calle y hablarle, no de abstracciones, sino de los temas que lo golpean a diario.
Es un trabajo paciente que requiere tenacidad e inteligencia para hurgar en los reducidos resquicios de la legalidad totalitaria (valga el oxímoron) y abrir espacios de libertad. Involucra a líderes, activistas de derechos humanos, periodistas y bibliotecarios independientes y a cada uno de los integrantes de la incipiente sociedad civil.
Por ejemplo, la campaña “Por una sola moneda” de la FLAMUR implica actos de desobediencia civil capaces de ser apoyados por la población. Las marchas de las Damas de Blanco logran fácilmente sensibilizar a personas que habitualmente dicen “no meterse en política”.
Hablar de paciencia luego de 50 años parece excesivo, pero inevitablemente es así. Todo tiene su momento. Dice un refrán popular que quien esperó mucho, puede esperar un poco más. Sólo lo suficiente para ganarse completamente las conciencias y los corazones de la gente de a pie y entonces sí, tomar la calle.
La disidencia no puede estar encerrada en un coto cerrado. Los actos de desobediencia civil en la calle son indiscutiblemente necesarios, pero requieren de determinadas condiciones para que resulten provechosos. Sólo la madurez política y el sentido común pueden evitar que se conviertan en fiascos con un alto costo represivo.
Hubo protestas callejeras antigubernamentales desde principios de los años 60. Recordemos los cacerolazos de Cárdenas, la sublevación de Imías y los tanques T-34 que fueron precisos para declarar a El Cano como “el primer pueblo socialista de Cuba”. De entonces a acá, la situación ha cambiado bastante.
Algunos creen que el Maleconazo del 5 de agosto de 1994 comenzó como una maniobra de agentes provocadores del régimen. Tenía el objetivo de imponer a los Estados Unidos un éxodo masivo que aliviara la presión social. Sólo que se le fue de las manos y se convirtió en una explosión popular. La disidencia, para bien o para mal, no estuvo allí.
Hoy, en las particulares condiciones que vive el país, las protestas callejeras, salvo casos excepcionales, no pueden dejarse a la irreflexión, el apasionamiento y la improvisación. Las autoridades, lo han demostrado, no dudarán en recurrir a la represión. Si lo hacen, deben pagar un alto costo político por ello. Fue lo que ocurrió cuando reprimieron a las Damas de Blanco en la Plaza de la Revolución.
No es ese el caso si el saldo de la represión es sólo un puñado de opositores golpeados. Algunos pueden ir a parar a la cárcel. Los represores suelen actuar rápido, vestidos de civil y sin testigos. El espectáculo represivo contra unos pocos disidentes contribuye a coaccionar y amedrentar más a la población.
Sin embargo, hay ocasionales estallidos espontáneos (motivados por desalojos, arbitrariedades, abuso policial, etc.) que, a pesar de los riesgos, pueden y deben ser capitalizados por los opositores.
Antúnez y Febles, cada uno, a su modo, tiene sus razones. Por el medio, entre los dos, debe andar la razón. Conforta saber que están libres y luchan por la democracia. Vale la pena tener el privilegio de escucharlos y reflexionar. Por acá, por estar sobre el terreno, sabemos de esas cosas un poco más que ciertos come candela de la radio de Miami y algunas organizaciones del exilio que confunden deseos con realidades.
Los hombres y mujeres que hoy dan el ejemplo de valentía y dignidad no deben despilfarrar ni dispersar sus fuerzas en actos aislados, inconsultos, riesgosos y de poco resultado práctico. No está lejos el momento que necesitarán esas energías para ponerse al frente de la multitud. Para entonces, deben estar en la calle y no en prisión.
luicino2004@yahoo.com
A estas alturas del juego, parecería obvio que el gobierno cubano hace mucho tiempo que perdió las calles. Sólo basta con escuchar los acres comentarios de la población. Es sólo otro espejismo. Aún subsisten el miedo y en mayor medida, la más apática indefensión. Por tanto, la calle, digan lo que digan, sigue bajo el control del régimen. De un modo precario y volátil, pero la controla.
La culpa no es sólo del accionar de la Seguridad del Estado y las brigadas de respuesta rápida. La oposición tiene su parte de responsabilidad por la indolencia y la incapacidad ciudadana. Apenas comienza a articular un discurso coherente capaz de llegar al agobiado hombre de la calle y hablarle, no de abstracciones, sino de los temas que lo golpean a diario.
Es un trabajo paciente que requiere tenacidad e inteligencia para hurgar en los reducidos resquicios de la legalidad totalitaria (valga el oxímoron) y abrir espacios de libertad. Involucra a líderes, activistas de derechos humanos, periodistas y bibliotecarios independientes y a cada uno de los integrantes de la incipiente sociedad civil.
Por ejemplo, la campaña “Por una sola moneda” de la FLAMUR implica actos de desobediencia civil capaces de ser apoyados por la población. Las marchas de las Damas de Blanco logran fácilmente sensibilizar a personas que habitualmente dicen “no meterse en política”.
Hablar de paciencia luego de 50 años parece excesivo, pero inevitablemente es así. Todo tiene su momento. Dice un refrán popular que quien esperó mucho, puede esperar un poco más. Sólo lo suficiente para ganarse completamente las conciencias y los corazones de la gente de a pie y entonces sí, tomar la calle.
La disidencia no puede estar encerrada en un coto cerrado. Los actos de desobediencia civil en la calle son indiscutiblemente necesarios, pero requieren de determinadas condiciones para que resulten provechosos. Sólo la madurez política y el sentido común pueden evitar que se conviertan en fiascos con un alto costo represivo.
Hubo protestas callejeras antigubernamentales desde principios de los años 60. Recordemos los cacerolazos de Cárdenas, la sublevación de Imías y los tanques T-34 que fueron precisos para declarar a El Cano como “el primer pueblo socialista de Cuba”. De entonces a acá, la situación ha cambiado bastante.
Algunos creen que el Maleconazo del 5 de agosto de 1994 comenzó como una maniobra de agentes provocadores del régimen. Tenía el objetivo de imponer a los Estados Unidos un éxodo masivo que aliviara la presión social. Sólo que se le fue de las manos y se convirtió en una explosión popular. La disidencia, para bien o para mal, no estuvo allí.
Hoy, en las particulares condiciones que vive el país, las protestas callejeras, salvo casos excepcionales, no pueden dejarse a la irreflexión, el apasionamiento y la improvisación. Las autoridades, lo han demostrado, no dudarán en recurrir a la represión. Si lo hacen, deben pagar un alto costo político por ello. Fue lo que ocurrió cuando reprimieron a las Damas de Blanco en la Plaza de la Revolución.
No es ese el caso si el saldo de la represión es sólo un puñado de opositores golpeados. Algunos pueden ir a parar a la cárcel. Los represores suelen actuar rápido, vestidos de civil y sin testigos. El espectáculo represivo contra unos pocos disidentes contribuye a coaccionar y amedrentar más a la población.
Sin embargo, hay ocasionales estallidos espontáneos (motivados por desalojos, arbitrariedades, abuso policial, etc.) que, a pesar de los riesgos, pueden y deben ser capitalizados por los opositores.
Antúnez y Febles, cada uno, a su modo, tiene sus razones. Por el medio, entre los dos, debe andar la razón. Conforta saber que están libres y luchan por la democracia. Vale la pena tener el privilegio de escucharlos y reflexionar. Por acá, por estar sobre el terreno, sabemos de esas cosas un poco más que ciertos come candela de la radio de Miami y algunas organizaciones del exilio que confunden deseos con realidades.
Los hombres y mujeres que hoy dan el ejemplo de valentía y dignidad no deben despilfarrar ni dispersar sus fuerzas en actos aislados, inconsultos, riesgosos y de poco resultado práctico. No está lejos el momento que necesitarán esas energías para ponerse al frente de la multitud. Para entonces, deben estar en la calle y no en prisión.
luicino2004@yahoo.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario