jueves, 10 de enero de 2008

Dignidad en el buzón de los recuerdos, Yoel Espinosa Medrano, Cubanacán Press


La dignidad es una cualidad necesaria en todos los seres humanos. Vivir sin ella resulta como estar preso, o tal vez inmerso en un callejón sin salida. Sólo en una sociedad democrática, en la cual se respete los derechos de cada ciudadano y gocen por igual en deberes, es posible sentirse enteramente digno.
En las naciones donde los pueblos no disienten con los gobernantes y no se respete la propiedad privada o el pluripartidismo esté ausente, sus ciudadanos son reprimidos y encarcelados, y hasta anulados, por criticar las lagunas del sistema imperante. Por tanto, la dignidad humana no existe. Vivir en un país donde su presidente llegó al poder violando la Constitución de la Republica, para implantar un gobierno totalitario, constituye una razón fehaciente de la inexistencia de principios democráticos. En ese sentido persiste un sistema político marcado por la indignidad.
En Cuba, los hermanos Castro, hace casi 50 años, tomaron el poder a la fuerza. Desde entonces los habitantes de este país son sometidos a férreo yugo, del tipo arbitrario y totalitario dirigido por una cúpula gobernante que impone sus designios más descabellados y a cualquier costo con el propósito de mantener las riendas y el control estatal.
Aunque Fidel Castro Ruz, el longevo líder, ahora en un silencioso reposo tras sufrir varias operaciones quirúrgicas, trata de demostrar a la opinión pública internacional que los isleños viven en una nación libre y soberana, pero la realidad de aquí acontece de manera diferente.
Cada día los habitantes del verde caimán, dispuestos a suplir las necesidades básicas (infiérase: alimentación, atención médica, vestimenta y recreación, entre otras), tienen que despojarse de muchos valores que constituyen orgullo de la dignidad de cualquier ser humano.
El régimen cubano, durante el transcurso de su historia, propicia que la honestidad, la sinceridad, el amor y el respeto, entre otros valores positivos, se vayan al buzón de los recuerdos.
En Cuba no existe manera digna de vivir. Todos los días sus ciudadanos están obligados a cometer actos indeseables. El engaño, la mentira y hasta el hurto, se institucionalizan, como si fueran una práctica cotidiana, con el solo ánimo de satisfacer las necesidades más perentorias de la familia. Es como si fuera un sálvese quien pueda.
Un trabajador estatal percibe al mes un salario promedio de 225 pesos en moneda nacional, mientras cualquier profesional con títulos universitarios no rebasa los 450. En una simple transferencia a pesos convertibles, con los que sólo se pueden adquirir los elementales productos de aseo personal en las llamadas shopping, las cifras quedan por debajo de 20 pesos. No queda para el natural cubano otra opción que corromper sus históricos principios de honestidad ante la familia y la sociedad.
Aún las cacareadas reformas salariales, establecidas en los últimos años, no satisfacen las necesidades más perentorias del cubano. El folklore popular deja su huella: entre salario y realidad no juega la lista con el billete.
La subida de las tarifas eléctricas y de los créditos bancarios que se "otorgan" tras la adquisición de equipos electrodomésticos, trajo otro quebradero de cabeza al cubano urgido ante el endeudamiento económico familiar a "echarle mano", solapadamente o no, a cuanto objeto material o alimenticio esté a su alcance.
Unos destinan lo "hurtado" al sustento de su familia, otros surten el mercado negro, mientras los altos dirigentes, sin mucho esfuerzo físico y mental, se alimentan y divulgan en el exterior que la dignidad de los cubanos es piedra angular de la sociedad que hoy construyen.
Entonces, de qué valores y dignidad se alardea, sí hasta los niños, desde las edades más tempranas, aprenden a mentir.
Villa Clara, 12/12/2007
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