jueves, 10 de enero de 2008

Entre témpanos y pingüinos, Oscar Mario González



Confieso haber desconocido que un grupo de cubanos permaneciera 9 meses en la Antártica o Polo Sur, como comúnmente se le conoce.
Sí conozco, como todo cubano, que en este casi medio siglo, los isleños, con equipaje o sin él, representando al gobierno o por cuenta propia, se han asentado en los más recónditos parajes de la geografía mundial.
Incluso, que con el viaje de Tamayo, habían traspasado los límites terrestres para adentrarse en el mismísimo Cosmos. Lo del coronel y cosmonauta guantanamero es comprensible por su relación con la propaganda que como sabemos es asunto de máxima prioridad.
Porque oiga, amigo, del oso polar a la jutía conga, o del pingüino al cocodrilo hay una diferencia como del día a la noche, como de la gimnasia a la magnesia.
Pues bien, un colectivo de científicos del Instituto de Meteorología incursionó en el continente blanco como parte anexa de un equipo homólogo comandado por los ex camaradas soviéticos, todo lo cual lo reseña el periódico Granma a página completa.
Al parecer, el proyecto expedicionario (1983-1985) se estuvo cocinando durante algún tiempo en la cocina de la burocracia criolla, pero sin aprobación hasta que llegó el Comandante y mandó a viajar.
Según uno de los expedicionarios, el viaje de ida fue molestísimo y agotador, pues siguieron una ruta con escalas en varias ciudades de Rusia, del norte y sur de África, y de Asia, hasta llegar al destino final luego de 7 días.
Llegaron el 14 de febrero de 1983, Día de los Enamorados, fecha en que, por lo general, las esposas guardan lo mejorcito de lo que viene por la libreta para disfrutarlo en pareja o con la familia.
Según palabras del propio relator: "Al llegar y abrirse la puerta de la aeronave, se sobrecogieron. El cielo estaba completamente nublado, la temperatura era de 4 grados bajo cero y el intenso viento levantaba la nieve depositada en la superficie y esparcía la que se precipitaba".
En otra parte del relato, dice: "Casi siempre soportábamos de 25 a 30 libras de ropa y la alimentación era a base de carne con mucha grasa. Escuchar emisiones internacionales era nuestra principal fuente de información. Nada de TV o recibir periódicos."
En el trabajo periodístico, aparecen 4 de los 9 expedicionarios. No se ven a los cinco restantes. Como los periodistas somos gente curiosa, uno piensa que quien quita que alguno le haya cogido el gusto al frío y a la carne y le haya dicho adiós a la islita del desencanto, yéndose a un lugar menos caliente, por cuenta propia y sin pedir permiso. ¡El diablo son las cosas!
El relato pretende destacar la omnipresencia de la revolución cubana, no sólo en selvas y desiertos, sino también en el mundo de las focas y las ballenas. No se habla del costo de estas expediciones ni de su utilidad práctica o de la incidencia en la economía nacional.
Sabemos que estos quehaceres son muy costosos, por cuya razón, los países participantes son los más ricos y desarrollados y alguno que otro impulsado por la cercanía geográfica.
Cuando, y es nuestro caso, la despensa está vacía y el estómago quejoso, cabe perfectamente la pregunta: ¿Cuántas latas de carne rusa o cuantos faroles chinos se habrían podido comprar con el dinero empleado en esas expediciones?
La pregunta es válida en momentos que se les reprocha a ingleses y norteamericanos, los gastos en la construcción de submarinos nucleares y en la producción de armamentos.
La Habana, 01/01/2008
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