Decía recientemente Eliades Acosta, jefe de cultura del Comité Central del Partido Comunista, que los muchos problemas materiales, de salarios y de derecho de los cubanos, son "como bombillos rojos que indican la necesidad de cambios".
Serían muy útiles los bombillos rojos. 1 200 000 planteamientos críticos recogidos por el Partido en asambleas por todo el país, hicieron que se encendieran. No se encendieron muchos bombillos rojos más porque de los cinco millones de personas que según cifras oficiales participaron en las asambleas, la mayoría sintieron temor de hablar o estimaron que no valía la pena hacerlo.
No obstante, que más de un millón de personas, observadas por el Partido Único, se quejen de los males de la sociedad cubana, es un hecho significativo.
Nada es perfecto. En las actuales circunstancias, nada puede serlo. Los bombillos rojos funcionan de modo intermitente. Se encienden y se apagan al compás de una caprichosa marea. Cuando viene el reflujo, los retranqueros del inmovilismo se encargan de apagar los bombillos.
La entrevista con Eliades Acosta del día 29 de noviembre en el portal electrónico Cubarte, donde hablaba de los dichosos bombillos rojos, la censuraron. Sólo se puede leer en kaosenlared. Las respuestas de Acosta a una entrevista que aparecen ahora mismo en Cubarte, son totalmente distintas y datan de hace dos años.
En ese entonces, Acosta dirigía la Biblioteca Nacional y participaba en actos de repudio contra disidentes. Ahora dicen que optó por los "cambios revolucionarios" y es "un hombre que sabe escuchar". Tal vez por eso, algunos no quieren que se escuche su opinión, que creíamos autorizada.
La censurada entrevista y el hecho de que no hayan nominado a Eliades Acosta a la Asamblea Nacional, hacen temer a David Perdomo (¿Empezó la cacería de brujas?, kaosenlared, diciembre 4) que el comisario cultural del Comité Central del Partido Comunista cayó en desgracia.
Perdomo cree que los que ponen las retrancas raptaron la entrevista "para evitar malestar entre nuestros siempre triunfantes e infalibles dirigentes".
De la entrevista con Eliades Acosta, ¿qué pudo causar malestar a "los siempre triunfantes e infalibles dirigentes"?
Sospecho que sea el párrafo más sustancial de la entrevista, en el que Acosta expresó:
"Aspiramos a una sociedad que hable de sus problemas en voz alta, sin temor, en la que los medios reflejen la vida sin triunfalismo, en la que los errores sean ventilados públicamente para buscar soluciones, en la que la gente pueda expresarse honestamente, donde la economía funcione, donde los servicios funcionen, donde los cubanos no se sientan ciudadanos de menor categoría en su propio país por algunas medidas que en su momento fueron imprescindibles pero que hoy son obsoletas e insostenibles"…
¿Sería tan mala una sociedad así para "nuestros infalibles dirigentes"? ¿Es pedir demasiado? ¿Serán tan soberbios y egoístas que no logran vencer la inercia y los recelos? ¿De qué cambios revolucionarios hablan entonces?
Suelo ponerme paranoico. Me da entonces por acordarme de ciertos tipejos como Stalin y Mao Zedong .
En 1956, el Camarada Mao lanzó la política de Las Cien Flores: un insólito llamado a la crítica. Iba dirigido especialmente a los intelectuales. Todo terminó en más represión. El Gran Timonel, que solía ponerse cínicamente poético, confesó luego que su objetivo era separar las flores de las hierbas venenosas. Hacer que las alimañas salieran de sus cuevas.
David Perdomo se pregunta: "¿Tendrán razón los que dijeron que la convocatoria a criticar fuertemente era sólo para que nos desahogáramos o como escribió alguien, para estirarnos la lengua y podérnosla arrancar mejor?"
No quisiera ser pesimista, pero me temo que algo de eso hay. Si los "infalibles dirigentes" o los mandantes que temen ofender sus enfermizas sensibilidades, apagan los bombillos rojos o pretenden no verlos, será lo peor para todos.
Arroyo Naranjo, 2007-12-10
luicino2004@yahoo.com
http://prolibertadprensa.blogspot.com/
1 comentario:
Los bombillos rojos siempre han sido emblemáticos de zonas de tolerancia, sea en Amsterdam, Bangkok o la Habana. Los cubanos, por lo menos los que yo conozco, no quieren que se les tolere nada, sino que por el contrario se les reconozcan todos los derechos inherentes a su humanidad. El viejo chocho y decrépito, así como su crapuloso hermanisimo, son los verdaderos culpables de los males que sufrimos. El comienzo del fin es llamar las cosas por su verdadero nombre. Donde único existe libertad de pensamiento y de expresión es en el Gulag cubano. Allí se sabe quien es quien. Tiremos de la cadena del mono, pero no para que se mueva, sino para estrangularlo.
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