Prisión Combinado del Sur, Matanzas, diciembre 11 de 2008, (SDP) El agua es un elemento esencial para la vida. No sólo para los seres humanos. Las plantas, los animales, todos necesitamos el agua y nos beneficiamos de ella. Hay animales, plantas y humanos que disfrutan del preciado líquido con más liberalidad que los confinados en la Prisión Combinado del Sur de Matanzas.
A los más de 700 reos hacinados en el referido penal nos llega el llamado ‘oro blanco’ tan sólo 30 ó 40 minutos cada día. Por esta razón, debemos almacenarla en cubetas plásticas de 20 litros o muy excepcionalmente en tanques de 55 galones, generalmente suministrados por nuestros familiares. También en latas, pomos o en lo que podamos.
En muchas otras prisiones de Cuba ocurre algo igual o parecido. La pregunta es: ¿Por qué tanta insensibilidad de quienes gobiernan con los sancionados? La mayoría de los sancionados somos ciudadanos pobres, jóvenes y de la raza negra. En el Combinado del Sur, los reclusos enfrentamos de forma cíclica, una crisis que involucra al preciado líquido, que puede durar entre tres y siete días. Durante esas crisis, las tuberías se secan por la rotura de una turbina o por cualquier otra razón. Cuando esto sucede, las autoridades, como por acto de magia, hacen aparecer un camión cisterna que sacan de quien sabe donde, con el preciado H2O.
Digo magia, porque extensas zonas y barrios en la ciudad de Matanzas, situadas a menos de tres kilómetros de distancia del penal, también se ven privadas por idénticas razones del preciado líquido. Allí, en Matanzas, hay tuberías que fueron instaladas en la primera mitad del pasado siglo XX.
De vuelta a la prisión, digamos que los prisioneros, cuando falta el agua, son abastecidos de mala gana con dos cubetas de agua de 20 litros por celda. Esto es muy poco. En algunas celdas, viven tres reclusos, en otras, seis y en algunas otras, hasta trece o más. Hay quienes por obligación usan el piso como cama.
Si se tiene en cuenta que con tan poca agua, los reclusos debemos limpiar el piso de la celda, el pasillo de la galera o destacamento, los servicios sanitarios o baños turcos, lavar la ropa y fregar las bandejas y los cubiertos después de cada comida y que debemos emplearla además para beber durante 24 horas, debemos concluir que eso fue una crueldad. Sobre todo durante el verano, por el intenso calor y la necesidad de higiene.
Hay que subrayar, para que se tenga una idea más exacta de esta crueldad, que el agua, cuando llega al penal, lo hace contaminada. Por esto, en el último año, veintenas de reclusos nos hemos contagiado con parásitos como la ameba, que según investigaciones científicas, se adquiere a partir de la contaminación del agua o de los alimentos con heces fecales.
El colmo de esta tragedia es que, aún antes del paso de los huracanes, nos dicen que Cuba es una potencia médica, campeona mundial de medicina preventiva y el régimen totalitario no sólo es miembro del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, sino que preside además, su Consejo Jurídico Asesor.
primaveradigital@gmail.com
A los más de 700 reos hacinados en el referido penal nos llega el llamado ‘oro blanco’ tan sólo 30 ó 40 minutos cada día. Por esta razón, debemos almacenarla en cubetas plásticas de 20 litros o muy excepcionalmente en tanques de 55 galones, generalmente suministrados por nuestros familiares. También en latas, pomos o en lo que podamos.
En muchas otras prisiones de Cuba ocurre algo igual o parecido. La pregunta es: ¿Por qué tanta insensibilidad de quienes gobiernan con los sancionados? La mayoría de los sancionados somos ciudadanos pobres, jóvenes y de la raza negra. En el Combinado del Sur, los reclusos enfrentamos de forma cíclica, una crisis que involucra al preciado líquido, que puede durar entre tres y siete días. Durante esas crisis, las tuberías se secan por la rotura de una turbina o por cualquier otra razón. Cuando esto sucede, las autoridades, como por acto de magia, hacen aparecer un camión cisterna que sacan de quien sabe donde, con el preciado H2O.
Digo magia, porque extensas zonas y barrios en la ciudad de Matanzas, situadas a menos de tres kilómetros de distancia del penal, también se ven privadas por idénticas razones del preciado líquido. Allí, en Matanzas, hay tuberías que fueron instaladas en la primera mitad del pasado siglo XX.
De vuelta a la prisión, digamos que los prisioneros, cuando falta el agua, son abastecidos de mala gana con dos cubetas de agua de 20 litros por celda. Esto es muy poco. En algunas celdas, viven tres reclusos, en otras, seis y en algunas otras, hasta trece o más. Hay quienes por obligación usan el piso como cama.
Si se tiene en cuenta que con tan poca agua, los reclusos debemos limpiar el piso de la celda, el pasillo de la galera o destacamento, los servicios sanitarios o baños turcos, lavar la ropa y fregar las bandejas y los cubiertos después de cada comida y que debemos emplearla además para beber durante 24 horas, debemos concluir que eso fue una crueldad. Sobre todo durante el verano, por el intenso calor y la necesidad de higiene.
Hay que subrayar, para que se tenga una idea más exacta de esta crueldad, que el agua, cuando llega al penal, lo hace contaminada. Por esto, en el último año, veintenas de reclusos nos hemos contagiado con parásitos como la ameba, que según investigaciones científicas, se adquiere a partir de la contaminación del agua o de los alimentos con heces fecales.
El colmo de esta tragedia es que, aún antes del paso de los huracanes, nos dicen que Cuba es una potencia médica, campeona mundial de medicina preventiva y el régimen totalitario no sólo es miembro del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, sino que preside además, su Consejo Jurídico Asesor.
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