jueves, 11 de diciembre de 2008

RENÉ ARIZA Y REINALDO ARENAS, Rogelio Fabio Hurtado


Marianao, La Habana, diciembre 11 de 2008, (SDP) Actor, dramaturgo, cuentista y poeta, Ariza fue un artista integral, a tiempo completo, sin opción para escoger ningún otro destino. Al triunfo de la insurrección contra Batista, le calculo entre 18 y 20 años, ya con las lecturas suficientes para estrenar su nombre en el suplemento Lunes de Revolución con un breve relato. Para 1963, mi condiscípulo Carlos Luís Morales del Castillo Toirac y yo coincidimos con él en una mesa de la sala de lectura de la Biblioteca Nacional José Martí. René, brillante, seguro de su condición de escritor, nos leyó o nos contó enseguida una tanda de historias familiares que nos pasmaron. Maravillaron a adolescentes que empezábamos a querer ser escritores como Hemingway. Claro que a René, el viejo alcohólico del Floridita no le decía ya nada. Volvimos a vernos allí otras veces, pero cuando él mostró su homosexualidad nos asustamos y dejamos de verlo. Además, nosotros estábamos prematuramente intoxicados de compromiso social y René cazaba ya en cotos mayores.

Volví a verlo tres o cuatro años después, en una esquina de la calle Línea, repartiéndole generosamente pastillas Maico a quien se las pidiese, mientras hablaba a la vez con todo el grupo de sus grandes temas de entonces: el Grupo Teatro Estudio, donde trabajaba como actor y las peripecias eróticas propias y ajenas, con lengua viva y filosa. Poco después, una obra suya, ¨ La Vuelta a la Manzana¨ le arrebató el Premio anual de Teatro nada menos que a una pieza de Virgilio Piñera. El futuro parecía pertenecerle por entero al locuaz René Ariza.

El libro con la obra se publicó, pero La Vuelta a la Manzana nunca subió a escena. Por motivos que desconozco, René fue expulsado del Grupo. Entonces, quizás desilusionado del Teatro, comenzó a escribir unos cuentos muy imaginativos, que acontecían entre insectos y que él leía, con todo su don teatral, dondequiera, sin precauciones. La necesidad de expresarse anulaba en René toda cautela. Los cuentos eran más que buenos y cuando le confió a un diplomático una copia del libro para que la sacase del país, el hombre, ya en el aeropuerto, optó por entregarla a las autoridades, cobardía que provocó una orden de arresto contra René, nefasto hecho que se efectuó con inesperada espectacularidad, porque René no se entregó mansamente y tuvieron que correrle detrás por las callejuelas de La Habana Vieja, aún no restaurada entonces por Eusebio Leal.

Todavía el buen James Carter no había sacado a colación el punto de los Derechos Humanos y a René le dedicaron una larga temporada en la Villa, con las mejores intenciones reeducativas. Al parecer, su recalcitrante rebeldía puso en crisis su salud y los pedagogos a cargo optaron por mandarlo para el hospital y luego el Tribunal por delitos contra la seguridad del estado valoró su Insectivario como prueba de diversionismo ideológico y premió al autor con una beca de varios años en las cárceles del pueblo.

Amnistiado en 1978, deambulaba solo, le temblaban las manos al tratar de encender el cigarro y si llegaba de noche al parquecito de la Funeraria Rivero en Calzada y K, se sentaba en un banco y no tardaba en quedarse dormido. Apenas conservaba algo en los ojos del joven apuesto y audaz que Carlos Luís y yo habíamos conocido en la Biblioteca Nacional. Sin embargo, todavía le alcanzaron la rebeldía y el genio literario para escribir el inmortal soneto que comienza:

Que trampa tan bien hecha nos han hecho
Que somos el ratón y la carnada
La pared, la punta de la espada
El embudo y su cono más estrecho

¡Qué modo de torcernos tan derecho
Que resultamos crimen y coartada,
Se escucha en la atmósfera enlutada
Un ronronear de gatos satisfechos

Y un dolor que penetra por el pecho
Y un veneno que a gotas destilado
Baja de la ancha miel de otros provechos

¡Qué trampa tan bien hecha y adornada
Con nuestro propio estilo contrahecho!

Reinaldo Arenas.

A diferencia de Ariza y de casi todos estos escritores perdidos, Arenas alcanzó reconocimiento en vida y goza de celebridad póstuma. Publicó numerosos libros y pudo desarrollar su creación literaria, pese a los obstáculos que le opusieron el medio y las circunstancias históricas.

Reinaldo fue un poeta lírico que se expresó mediante la prosa narrativa. Su tema principal fue siempre él mismo, su propia vida. Nacido en una familia rural propietaria de tierras en los alrededores de la Ciudad de Holguín, tuvo acceso desde niño a la lectura y a las novelas y episodios radiales, en la casa familiar, llena de mujeres. En realidad, Arenas es un escritor formado por y dentro del proceso revolucionario, cuya autenticidad como artista lo conduce irremediablemente a chocar con la burocracia estatal, conservadora y en realidad, pequeño burguesa bajo disfraz proletario.

No fue nunca un escritor contrarrevolucionario, en el sentido en que podría afirmarse esto de Guillermo Cabrera Infante, por ejemplo. Su contradicción con el Régimen ocurre en el contexto de la política sexual. Arenas expresa su rebeldía a través del cuerpo. En ese terreno, Arenas actúa y reclama como un revolucionario frente a los funcionarios estatales celosos de conservar las barreras homofóbicas. La organización oficial de escritores y artistas no pronuncia una palabra en su defensa cuando se ve envuelto en un trivial incidente gay en la playa de Santa María del Mar, entonces conocida como Sodomaville

Sale de Cuba durante el Exodo del Mariel y despliega un intenso esfuerzo literario, que culmina con la publicación póstuma de El Color del Verano . En Cuba sólo se publicó su primer libro, Celestino antes del Alba. Aunque actualmente su ciudad natal, Holguín, auspicia un certamen de cuentos denominado Premio Celestino, sus obras permanecen rigurosamente ausentes de las librerías.
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