jueves, 11 de diciembre de 2008

EL VIEJO DE LA MONTAÑA, (cuento), Ramón Díaz-Marzo

Habana Vieja, La Habana, diciembre 11 de 2008, (SDP) El Viejo de la Montaña emitió la orden. El Clan de los asesinos comenzó la búsqueda de lo necesario. Primero había que registrar la zona más lógica y antigua del planeta: los sueños. Los Asesinos entraron a un torrente de sueños grandes y pequeños, sueños inútiles y secretos. Y durante miles de años viajaron de noche, bajo la lluvia que borraba la visión de los Caminos. Y cuando retornaron a la Montaña no tenían una memoria capaz de sujetar la brevedad de los sueños. Y el Viejo les ordenó quedarse en la montaña y dejó el Trono al cuidado de su primer pensamiento, tomó doce disfraces y se confundió entre los hombres. El Viejo tuvo suerte para encontrarse lo necesario. El Viejo era un cabrón y bajó al sitio más hondo de la soledad humana y encontró a millones de niños jugando con el Hondo Olvido. El Viejo, casi Dios no pudo llorar, quizás reír, pero tampoco. Más importante que la brevedad de los llantos personales y la risa efímera de la tonta ignorancia sería el sacrificio de generaciones totales y amplios trozos de la Historia en la búsqueda de lo necesario. El Viejo era inmortal dentro de los límites del Sistema Solar. Ahora, los miles de años que faltaban para la muerte del Sol, eran minutos. Su única ventaja era pensar más rápido que el Hacedor. Lo aprendió cuando se rebeló. El Hacedor era más lento porque tenía que pensarlo todo y disponía de la eternidad. El Viejo calculaba si tendría tiempo para salir de la Jaula de Oro antes del Amanecer y fundar su propia Oscuridad. El Viejo era un cabrón. Les trasmitió a los hombres su conocimiento mediante la sangre. Nada de encuentros personales. Sabía que el más tonto, en posesión del secreto haría lo mismo: buscar libertad. Rehabilitó los nexos sanguíneos para su humanidad y regresó a la Montaña. Doce hilos rojos subió el Viejo a lo alto del Mundo. Reunió a sus mejores asesinos y a cada uno entregó un hilo. Les ordenó sentarse en círculo y él, en el Centro. Los secuaces, con sus poderosos brazos criminales, iban halando los doces hilos del Mundo, mientras el Viejo tenía una visión diferente frente al crepúsculo. La última oportunidad duraría doce mil años: poco tiempo. Los asesinos cantaban la canción: “El Viejo de la Montaña”. Ninguno de los pensamientos recordó el antiguo nombre de su Dios, Adán.
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