Lawton, La Habana, diciembre 11 de 2008, (SDP) La mayor población penal por motivos políticos en las Américas, es patrimonio del régimen cubano. El lugar de América que cuenta con la mayor cantidad de personas encarceladas por motivos políticos es Cuba.
De acuerdo con cifras aportadas por la ilegal Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional, (CCDHRN) prácticamente ninguno entre los más de 200 prisioneros políticos cubanos, ejecutó algún acto que pudiera calificarse como violento para la obtención de sus fines. Algunos ejercieron el periodismo sin permiso, otros la actividad sindical o política, pero todos sin conspiración y sin violencia, ya sea explícita o implícita.
En las cárceles cubanas, estos hombres y mujeres han sido y son en la actualidad maltratados y vejados. En algunos casos se han convertido en objetos de tortura y en todos sin excepción, de tratos crueles inhumanos y degradantes. Curiosamente, el régimen de los Castro ha conseguido sortear estos escollos y figurar como miembro pleno en los organismos de las Naciones Unidas que se ocupan del tema Derechos Humanos.
Esta crueldad institucional, no es nueva en Cuba. Fue la norma durante largos siglos de colonialismo español. El régimen de Fidel Castro no inventó la crueldad con que inauguró su mandato en 1959. Sólo rescató procedimientos olvidados de la etapa colonial y los aplicó, con aportes tomados de la Unión Soviética, de la Stassi germano oriental (con la memoria fresca de crueldad, rescatada del pasado nazi de algunos de sus instructores) y de otras naciones amigas de la época como China y Viet Nam.
El colonialismo español con una memoria nutrida por esos clásicos del terror que fueron sus inquisidores, implantó o trasplantó a nuestra Isla el llamado garrote vil, las ejecuciones sumarias en Plazas Públicas y aportó a las memoria de la infamia insular, el preciosismo exquisito de ampliar los castigos más allá de los límites naturales que marca la muerte. Algo que reeditó el régimen de Fidel Castro, durante gran parte de la segunda mitad del siglo XX.
Los cadáveres de los ejecutados por los pelotones de fusilamiento que implantó Fidel Castro, no son entregados a sus deudos para que estos les hagan honras y ceremonias fúnebres. La normativa tiene su antecedente en la colonia, en que los ejecutados eran ‘atendidos’ en la muerte por una congregación de esclavos libertos. Esto privaba a la familia del último adiós al familiar supliciado.
Esta crueldad sin límite contra prisioneros es la norma del régimen castrista. Aunque se trata, en su inmensa mayoría objetores de conciencia, disidentes políticos, comunicadores alternativos o activistas sindicales, para el régimen son peligrosos. Pacíficos y peligrosos, estos hombres pagan a la libertad su tributo de dolor, casi en las mismas condiciones implantadas por el colonialismo español en su momento.
Quizás este sea el vínculo invisible que une a Valeriano Weyler y a Fidel Castro: Una crueldad medieval muy ibérica combinada con un odio inocultable contra los cubanos y sus aspiraciones por ser libres. Esto explica la razón de una sinrazón representada en la infinita crueldad en el trato contra hombres pacíficos, que la dictadura considera peligrosos. También aclara la extraña afinidad con el castrismo de españoles con poder político, tan distantes desde el punto de vista ideológico como pudieran serlo Francisco Franco y Felipe González o Rodríguez Zapatero y Manuel Fraga Iribarne.
El gobierno de la Isla, insiste en que nuestros hermanos encarcelados son peligrosos para la estabilidad de la dictadura. Aceptan que son pacíficos, porque es algo que no pueden negar, pero enfermos de odio y temor se enquistan en que son peligrosos. Va y hasta tienen razón y llenan ambas condiciones: Pacíficos y peligrosos. Pero hay que decir que además muy temidos. Esto confirma lo que decía Martí. “Sólo la opresión debe temer al pleno ejercicio de la libertad”. Ellos oprimen; entonces temen. No importa que esos que les infunden pavor sean pacíficos, para ellos sólo son peligrosos.
jgonzafeb@yahoo.com
De acuerdo con cifras aportadas por la ilegal Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional, (CCDHRN) prácticamente ninguno entre los más de 200 prisioneros políticos cubanos, ejecutó algún acto que pudiera calificarse como violento para la obtención de sus fines. Algunos ejercieron el periodismo sin permiso, otros la actividad sindical o política, pero todos sin conspiración y sin violencia, ya sea explícita o implícita.
En las cárceles cubanas, estos hombres y mujeres han sido y son en la actualidad maltratados y vejados. En algunos casos se han convertido en objetos de tortura y en todos sin excepción, de tratos crueles inhumanos y degradantes. Curiosamente, el régimen de los Castro ha conseguido sortear estos escollos y figurar como miembro pleno en los organismos de las Naciones Unidas que se ocupan del tema Derechos Humanos.
Esta crueldad institucional, no es nueva en Cuba. Fue la norma durante largos siglos de colonialismo español. El régimen de Fidel Castro no inventó la crueldad con que inauguró su mandato en 1959. Sólo rescató procedimientos olvidados de la etapa colonial y los aplicó, con aportes tomados de la Unión Soviética, de la Stassi germano oriental (con la memoria fresca de crueldad, rescatada del pasado nazi de algunos de sus instructores) y de otras naciones amigas de la época como China y Viet Nam.
El colonialismo español con una memoria nutrida por esos clásicos del terror que fueron sus inquisidores, implantó o trasplantó a nuestra Isla el llamado garrote vil, las ejecuciones sumarias en Plazas Públicas y aportó a las memoria de la infamia insular, el preciosismo exquisito de ampliar los castigos más allá de los límites naturales que marca la muerte. Algo que reeditó el régimen de Fidel Castro, durante gran parte de la segunda mitad del siglo XX.
Los cadáveres de los ejecutados por los pelotones de fusilamiento que implantó Fidel Castro, no son entregados a sus deudos para que estos les hagan honras y ceremonias fúnebres. La normativa tiene su antecedente en la colonia, en que los ejecutados eran ‘atendidos’ en la muerte por una congregación de esclavos libertos. Esto privaba a la familia del último adiós al familiar supliciado.
Esta crueldad sin límite contra prisioneros es la norma del régimen castrista. Aunque se trata, en su inmensa mayoría objetores de conciencia, disidentes políticos, comunicadores alternativos o activistas sindicales, para el régimen son peligrosos. Pacíficos y peligrosos, estos hombres pagan a la libertad su tributo de dolor, casi en las mismas condiciones implantadas por el colonialismo español en su momento.
Quizás este sea el vínculo invisible que une a Valeriano Weyler y a Fidel Castro: Una crueldad medieval muy ibérica combinada con un odio inocultable contra los cubanos y sus aspiraciones por ser libres. Esto explica la razón de una sinrazón representada en la infinita crueldad en el trato contra hombres pacíficos, que la dictadura considera peligrosos. También aclara la extraña afinidad con el castrismo de españoles con poder político, tan distantes desde el punto de vista ideológico como pudieran serlo Francisco Franco y Felipe González o Rodríguez Zapatero y Manuel Fraga Iribarne.
El gobierno de la Isla, insiste en que nuestros hermanos encarcelados son peligrosos para la estabilidad de la dictadura. Aceptan que son pacíficos, porque es algo que no pueden negar, pero enfermos de odio y temor se enquistan en que son peligrosos. Va y hasta tienen razón y llenan ambas condiciones: Pacíficos y peligrosos. Pero hay que decir que además muy temidos. Esto confirma lo que decía Martí. “Sólo la opresión debe temer al pleno ejercicio de la libertad”. Ellos oprimen; entonces temen. No importa que esos que les infunden pavor sean pacíficos, para ellos sólo son peligrosos.
jgonzafeb@yahoo.com
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