jueves, 4 de diciembre de 2008

UN PARQUE JAULA HABANERO, Juan González Febles




Lawton, La Habana, diciembre 4 de 2008, (SDP) Ahí está y parece que ha estado siempre. Fue erigido cuando la joven nación cubana decidió en las primeras décadas del pasado siglo XX, homenajear a sus padres fundadores con monumentos consagrados a su memoria en la capital y las ciudades de mayor importancia.

En su concepción original, el parque fue un regalo para todos los habaneros. Cómodos bancos de madera y metal y espacio. Mucho para montar en bicicleta y patinar. Para empinar papalotes o para correr y respirar sin peligro de frente al mar. Parecía uno de los regalos de libertad y felicidad que la herencia libertadora de Maceo entregó a La Habana. Un buen día, el gobierno militar de la familia Castro decidió cercarlo. Los bromistas dijeron: Maceo está preso.

De frente al mar, en el Malecón habanero, con la calle San Lázaro al fondo y Belascoaín en uno de sus flancos, Maceo desde su corcel, con el machete liberador desenvainado contempla la ciudad. Lo novedoso es, que los castristas lo pusieron entre rejas. Los equipos multi disciplinarios de tanques pensantes que se encargan de planificar represiones y dolor por encargo del Ministerio del Interior (Minint), encontraron peligroso al Parque Maceo.

El decir oficial atribuye la idea de enjaular a Maceo a la Oficina del Historiador de la Ciudad. Según esta versión, el Sr. Historiador y próspero empresario, Eusebio Leal Spengler, encerró a Maceo para ‘que estuviera más bonito y más seguro’. Para ‘aportar grandeza y majestuosidad’ al monumento consagrado al más grande héroe militar cubano. Pero lo real es, que a partir del ‘Maleconazo’ en 1994, Maceo está preso.

Fueron tantos los habaneros, negros y mestizos que gritaron libertad en él durante las jornadas de 1994, que decidieron privar de una tribuna libre a un pueblo que eventualmente, puede, en cualquier momento volver a gritar y exigir libertad. Pero esta vez sin el guión de los equipos multidisciplinarios del Minint. Porque la primera vez, hubo su trampita y su manipulación. Había que descompresionar y enviarles unos cuantos miles de indeseables a los queridos y necesarios enemigos del Norte, por la vía expedita y en aquel entonces segura del éxodo masivo. Entonces organizaron una fiesta que se les fue de las manos.

El parque concebido por el Minint castrista, prohíbe entre otras cosas, montar en bicicleta, entrar con pelotas, entrar con mascotas, etc. Sería mejor un cartel que diga claramente: No pueden entrar niños, ni personas que amen o se amen. Mirta A. vecina de la calle Soledad, en esa barriada, nos dice: “Es un elefante blanco que no sirve para nada. Una mierda como todo lo que hace esta gente…”. Otro transeúnte se refirió a que quizás pondrían dentro a los turistas. –Sabe-dijo-para que nadie los ‘acose’.

El Maleconazo asustó a Fidel Castro. Si los incidentes de 1980 vinculados a la embajada del Perú y el éxodo por Mariel le decepcionaron, el Maleconazo le asustó. Por primera vez, pudo palpar la creciente impopularidad de su persona y del régimen que encabezó. Por tanto, la reacción lógica de alguien que moviliza miles de personas entrenadas para proteger su vida e inventó hacer la guerra de guerrillas armado con un fusil de mira telescópica, tiene que haber sido de pánico en primer lugar. Después, sólo se trató de dar rienda suelta al odio que siente contra todos los cubanos y contra los habaneros, de forma muy especial.
La manía que poseyó al Comandante con los atentados y su miedo a ser asesinado, dio un giro inesperado e indeseable a la vida del país. Este detalle trajo aparejado, entre otras medidas, que los equipos multi disciplinarios del Minint privaran a los no confiables, (léase a la mayoría) de la posibilidad de vivir en pisos altos. Es decir, si usted no es un castrista probado, no podrá vivir en el décimo piso de un edificio o para ser algo más exacto: No más allá de un modesto 5to piso.

Por suerte, nadie puede protegerse de Dios. Sobre este particular, le escuché decir en una oportunidad a un guerrero verdeolivo borracho, en una de esas reuniones festivas de cerveza, ron, carne de cerdo y gallos matándose, a las que son tan afines: “Yo no creo en Dios, pero le tengo mucho miedo”. Parece ser que la Justicia Divina, con su incierto y sagrado humor, castigó al precursor del racionamiento alimenticio en el estómago y a quien ensució el alma nacional, en el ano.

Por eso, entre otras cosas, nos quitaron al Parque Maceo. Cuando Cuba recupere su libertad, quizás lo primero que haga la alcaldía de la ciudad sea devolverlo a los habaneros y borrar la triste memoria de este anacrónico parque jaula de la capital.
jgonzafeb@yahoo.com

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