Playa, La Habana, diciembre 11 de 2008, (SDP) Desde un banco del parque de la Plaza de Armas y a la sombra de sus laureles nos parece estar en cualquier sitio del mundo y no precisamente en Cuba. El lugar es un hervidero de turistas de todas partes que se identifican, más que todo, por un solícito andar mezcla de temor y curiosidad propio del forastero y que contrasta con la pasividad e indiferencia del citadino, para quien todo le resulta habitual y conocido.
Vienen y van. Todo lo quieren conocer. Anhelan pero a la vez rehuyen el contacto con el nacional. Estos últimos son, por lo común, asiduos de la plaza y con razones muy personales para estar allí. La mayoría con permiso o sin él viven de la plaza pues de ella libran el sustento de cada día.
Hay dúos musicales que interpelan al turista y lo acompañan, sin pedir permiso, al tiempo que le interpretan el fragmento de una pieza famosa del folclor nacional. “Lágrimas Negras”, “La Guantanamera”, “Son de la Loma”. A veces la recompensa es una monedita; otras papel moneda. La expresión del rostro del artista buscavida delata la cuantía.
Mulatas y negras, jóvenes, lucen vestidos floreados y llamativos, llevando en las manos una cesta con flores artificiales mientras en la boca humea un tabaco. Pechos abultados y nalgas pronunciadas que se balancean intencionalmente al ritmo de un andar provocativo y sandunguero. El propósito es llamar la atención del forastero para que acceda a tirarse una foto o a quién sabe cuantas cosas más.
De momento aparece una pequeña comparsa formada por bailarines danzando sobre zancos que a ritmo de conga y vestidos de rumberos, vienen arrollando por la calle de Obispo para detenerse frente al antiguo ayuntamiento donde hacen girar sus chirimbolos de colores chillones. La corneta, el tambor y el cencerro suenan y repican, haciendo temblequear los adoquines de las calles aledañas. Una de las bailarinas se pasea entre los espectadores con un sombrero abierto entre las manos, requiriendo una propina o gratificación. “Pasando el cepillo” como decimos por acá.
“Cooperen con el artista cubano” es el lema, la exhortación y la súplica solicitando la bondad ajena. Podría estimarse como poco enaltecedor el hecho de vivir del favor ajeno y podría relacionársele con una forma poco edificante de ganarse la vida. Al menos así lo entendía la señora que estaba a mi derecha cuando reflexionaba mirando a los bailarines. ¡Tan zagaletones y viviendo de la limosna!
Pero nada más equivocado. Son personas que brindan su arte y a cambio esperan una recompensa para poder subsistir. No dañan a nadie. Al contrario entretienen, alegran, hacen reír, deleitan. Ello hace tanta falta a la vida como el vestido y el alimento porque si unos aseguran la existencia otros dan el anhelo de vivir. ¡Dios bendiga a nuestros “chirimboleros” y que sigan bailando por mucho tiempo en la Plaza de Armas!
La plaza es famosa por los vendedores de libros que a lo largo y ancho de toda la periferia levantan sus estanquillos donde muestran libros de uso de las más variadas temáticas. Sin embargo, y por su abundancia, parecen ser los referentes al Che Guevara y a Fidel Castro los de mayor demanda. Otros autores como Fernando Ortiz, Lidia Cabrera y Nicolás Guillen son muy profusos.
Pero esta Plaza no es un lugar muy visitado por los habaneros. Por lo general los cubanos que allí acuden lo hacen con un propósito muy definido y que no siempre se asocia al invento por la subsistencia. Allí también abundan los chivatos y los delatores y la presencia de la policía vestida de civil es notoria. Con razón o sin ella se dice que en su entorno están instaladas cámaras ocultas a través de las cuales se controla al que va y al que viene, al que mira y actúa y al que sin abrir la boca mata la “jugada” callando.
osmagon@yahoo.com
Vienen y van. Todo lo quieren conocer. Anhelan pero a la vez rehuyen el contacto con el nacional. Estos últimos son, por lo común, asiduos de la plaza y con razones muy personales para estar allí. La mayoría con permiso o sin él viven de la plaza pues de ella libran el sustento de cada día.
Hay dúos musicales que interpelan al turista y lo acompañan, sin pedir permiso, al tiempo que le interpretan el fragmento de una pieza famosa del folclor nacional. “Lágrimas Negras”, “La Guantanamera”, “Son de la Loma”. A veces la recompensa es una monedita; otras papel moneda. La expresión del rostro del artista buscavida delata la cuantía.
Mulatas y negras, jóvenes, lucen vestidos floreados y llamativos, llevando en las manos una cesta con flores artificiales mientras en la boca humea un tabaco. Pechos abultados y nalgas pronunciadas que se balancean intencionalmente al ritmo de un andar provocativo y sandunguero. El propósito es llamar la atención del forastero para que acceda a tirarse una foto o a quién sabe cuantas cosas más.
De momento aparece una pequeña comparsa formada por bailarines danzando sobre zancos que a ritmo de conga y vestidos de rumberos, vienen arrollando por la calle de Obispo para detenerse frente al antiguo ayuntamiento donde hacen girar sus chirimbolos de colores chillones. La corneta, el tambor y el cencerro suenan y repican, haciendo temblequear los adoquines de las calles aledañas. Una de las bailarinas se pasea entre los espectadores con un sombrero abierto entre las manos, requiriendo una propina o gratificación. “Pasando el cepillo” como decimos por acá.
“Cooperen con el artista cubano” es el lema, la exhortación y la súplica solicitando la bondad ajena. Podría estimarse como poco enaltecedor el hecho de vivir del favor ajeno y podría relacionársele con una forma poco edificante de ganarse la vida. Al menos así lo entendía la señora que estaba a mi derecha cuando reflexionaba mirando a los bailarines. ¡Tan zagaletones y viviendo de la limosna!
Pero nada más equivocado. Son personas que brindan su arte y a cambio esperan una recompensa para poder subsistir. No dañan a nadie. Al contrario entretienen, alegran, hacen reír, deleitan. Ello hace tanta falta a la vida como el vestido y el alimento porque si unos aseguran la existencia otros dan el anhelo de vivir. ¡Dios bendiga a nuestros “chirimboleros” y que sigan bailando por mucho tiempo en la Plaza de Armas!
La plaza es famosa por los vendedores de libros que a lo largo y ancho de toda la periferia levantan sus estanquillos donde muestran libros de uso de las más variadas temáticas. Sin embargo, y por su abundancia, parecen ser los referentes al Che Guevara y a Fidel Castro los de mayor demanda. Otros autores como Fernando Ortiz, Lidia Cabrera y Nicolás Guillen son muy profusos.
Pero esta Plaza no es un lugar muy visitado por los habaneros. Por lo general los cubanos que allí acuden lo hacen con un propósito muy definido y que no siempre se asocia al invento por la subsistencia. Allí también abundan los chivatos y los delatores y la presencia de la policía vestida de civil es notoria. Con razón o sin ella se dice que en su entorno están instaladas cámaras ocultas a través de las cuales se controla al que va y al que viene, al que mira y actúa y al que sin abrir la boca mata la “jugada” callando.
osmagon@yahoo.com
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