Llegue a casa de Alina una noche que soplaba fuerte el viento de Cuaresma. Me llevó Archie, un amigo que me habló de sus poemas. Me dijo que me gustaría conocerla. No tuvo que insistirme mucho. Siempre me gustó conocer poetas. Más aún si son mujeres.
Además, esa noche hubiera ido a cualquier parte. Al fondo de un crematorio nazi. Al mismísimo carajo. Mi matrimonio se caía a pedazos. Mi casa se había convertido en un infierno de reproches, discusiones, telarañas y pañales cagados.
Cuando Alina abrió la puerta, olía a papas fritas. Los Bee Gees cantaban en el tocadiscos. Lamentaban que se hubiera ido la luz en Massachussets. En La Víbora, ya había venido. Cosa rara. La luz vino temprano. Hablaba Fidel en televisión. Eso explicaba la brevedad del apagón. Por sobre la voz de Barry Gibbs anunciando que pensaba volver a San Francisco, llegaban palabras sueltas del Comandante. O creía oírlas, que siempre eran las mismas: victoria, imperialismo, mártires, muerte…
Alina estaba cocinando. Sus hijos la apuraban con la comida porque se iban para la calle. Los dos rubios, flacos, adolescentes. La hembra a verse con su novio freakie en El Vedado. El varón (es un decir, se veía más femenino que su madre y su hermana juntas) nunca decía donde. Nadie le preguntaba tampoco.
La mujer me dio la mano y me miró como si me conociera de algún lugar y no consiguiera recordar de donde. Nos puso en las manos sendos vasos con el peor alcohol de la comarca y nos dijo que nos acomodáramos, que enseguida terminaba en la cocina.
No había mucho donde acomodarse. Era una habitación con barbacoa de madera. Los únicos muebles eran una mesa con cuatro sillas y dos improvisados estantes hechos de tablones sin pintar, atiborrados de libros. Sobre ellos, descansaba un tocadiscos ruso. En una esquina, sobre el suelo, una enorme estera vietnamita hacía las veces de sofá-cama de bambú.
Alina acabó en la cocina justo cuando terminó el disco de los Bee Gees. Sirvió a los muchachos y puso el álbum Help de los Beatles. Se sentó en una esquina de la estera, se sirvió un vaso de alcohol y anunció que estaba lista para atendernos.
Para entonces, se habían sumado al grupo dos personas más. Una mulata joven, pasada de libras que entró sin tocar ni saludar, con cara de pocos amigos. Y un tipo flaco y velludo, rapado, con barba canosa y cara de maricón críptico. Alina lo presentó como un amigo de su pueblo, también poeta, que estaba de paso por La Habana.
Alina era de Jovellanos. Se fue del pueblo para Matanzas con el que sería el padre de sus hijos. Tenía 16 años y estaba embarazada. La hembra fue la primera. El varón nació en La Habana, dos meses después del divorcio.
Llegó a La Habana cargada de sueños, con dos niños, sin marido, y con sus libros empacados en cajas de cartón. Fue a dar a una cuartería en la Calzada de 10 de Octubre. Se puso a vivir con un tipo que bebía ron como si fuera agua y escribía novelas “para publicar afuera” que nunca terminaba. Estuvieron juntos más de siete años y la ayudó a criar los niños. Cuando la relación empezaba a agriarse, el hombre se largó por Mariel y Alina se quedó con el cuarto.
En 1980, cuando su marido se fue, Alina llevaba casi un año en una micro brigada. Trabajaba doce horas diarias y dos domingos al mes. Sus manos se encallecieron, su piel se oscureció y su cabello perdió el brillo. No le importaba. Estaba decidida a hacer lo que fuera preciso con tal de ganarse un apartamento de dos o tres habitaciones y salir del cuarto en el solar.
De todo eso, me fui enterando sobre la marcha. Poco a poco. Tras un rato de conversación, apagó el tocadiscos, sacó dos libretas de poemas y empezó a leer.
La rabia y la ternura se equilibraban como podían en sus versos. También escribía literatura infantil, le habían publicado un libro en la editorial Gente Nueva, pero ella prefería escribir poemas. Aunque no se los publicaran.
Había pedido, sin muchas esperanzas, ayuda a sus amigas escritoras. Sabía que podía contar con ellas. No le fallaron. Hicieron lo que pudieron. Cada una a su manera. Como Frank Sinatra.
Carilda Oliver, en su casona matancera de la calzada de Terry, esquivaba los sablazos de su marido de turno, aún no recuperada del susto que le dieron aquellos muchachos tan revolucionarios, apuestos y combativos. Le recomendó escribir un poemario dedicado al Comandante.
Reina María Rodríguez la invitó a almorzar arroz con pescado y le dijo que todos los jueves por la noche, su azotea estaba abierta para ella (en su zona no quitaban la luz).
María Elena Cruz Varela la invitó a unirse a un grupo disidente y le recomendó que tuviera cuidado al salir porque vigilaban la casa (en Alamar hay muchos chivatos, le advirtió).
Excilia Saldaña la ayudó a publicar un libro de cuentos para niños en la editorial Gente Nueva, además de exhortarla a que se templara un mulato (nada mejor para sacar a una poetisa de la depresión).
Alicia siguió los consejos, excepto el del poemario con dedicatoria al Máximo. Asistía a las tertulias en la azotea de Reina María, se hizo disidente sin pregonarlo mucho y se templó, no a uno, sino a varios mulatos.
Además, vagaba desolada por peñas, talleres literarios y casas de la cultura. Aspirantes a comisarios culturales municipales la consideraban irritante, inadecuada e inconveniente. Evitando mirarle la cara, le hacían severos señalamientos formales e ideológicos a su poesía.
Nos contó sus cuitas entre poemas. Entre uno y el próximo, se metía un trago largo. A veces explicaba sus versos y otras contaba pedazos de su vida. O me preguntaba de la mía. Cuando le dije que me habían botado de la universidad, que llevaba casi 10 años en la construcción y que sólo allí me daban trabajo, me alargó la botella y me dijo:
-Así que tu también eres un náufrago. Un machucado. Claro, por eso viniste a parar a esta casa. Aquí solo vienen náufragos y escachados. Todos lo somos. No cojas lucha. Uno lo que no puede ahogarse, Ernesto…
-No, yo me llamo Luis…
-Como te llames, no cojas lucha, el lío de naufragar es no ahogarse. Hay que buscar el lado positivo de las cosas. Dicen que no hay mal que por bien no venga. Trabajar en la construcción tiene sus cosas buenas. Mira, yo aprendí a azulejar baños y cocinas. A veces hago trabajitos que no sean muy grandes y me gano los pesos. La vida está dura y mis hijos no pueden pasar hambre. Y a ti la construcción te asienta, Ernesto… Estás flaco, pero fuerte como un mulo y mira que color tan lindo has cogido –dijo y me acarició el brazo.
-Luis, no Ernesto…
-Ay, es que te pareces tanto a Ernesto, un amigo mío que se fue. Idéntico, cagadito a ti. No jodas, que mas da. ¿Te molesta que te llame Ernesto? Quiero que esta noche seas Ernesto- dijo acercándose más a mí. Apoyó el brazo en mi muslo y empezó a leer otro poema mientras la pinga se me empezaba a poner dura.
La mujer era un poco mayor que yo. Yo tenía 28 años y ella, poco más de 35 años. Se veía maltratada y poco femenina, pero atraía. Era su voz, la mirada, el modo de fumar… ¿Quién dijo que las mujeres inteligentes necesitan ser bellas además?
Mi amigo Archie había ido a buscar otra botella. La mulata, medio dormida, cabeceaba en la mesa. El calvo barbudo, con cara de maricón serio, registraba en el librero. En el tocadiscos sonaban Las Estaciones de Vivaldi.
-¿Te gusta Vivaldi?-me preguntó Alina, ya con la cabeza en mi hombro.
-Sí, mucho…
-Te pregunté porque tienes facha de rockero…
-Y Bach y Mozart también…
-¿Y yo, chico, no te gusto yo?- y me metió la lengua en la boca hasta la laringe.
Cuando volvió Archie con la botella, nos encontró revolcados en la estera. Llenó un vaso plástico hasta el tope y se largó. Lo acompañó el de la barba, que dijo iba a buscar cigarros. La mulata gorda dormía en la mesa.
-Vamos para la barbacoa- le dije a Alina cuando me empezó a bajar el zipper del pantalón.
-No te apures, Ernesto, hay tiempo…
-Te dije que yo me llamo Luis, cojones…
-Ay, viejo, que importa, relájate, anda –y me la empezó a mamar con fruición.
No pude venirme. El amigo de Matanzas con cara de misterio había vuelto con los cigarros. Desde la puerta llamaba a Alina:
-Ali, tengo sueño, voy para la barbacoa…¿se puede?
-No, espérate- dijo Alina y se levantó y salió al pasillo con una ligereza insospechada si se tenía en cuenta todo el alcohol que había bebido. La mulata gorda, ligera como una bailarina y desperezada como para dirigir la orquesta sinfónica de Boston, salió tras ella.
Desde el pasillo, por encima de la música del disco de Bob Marley que puse después de Vivaldi, y del discurso de Fidel que seguía todavía en el televisor del cuarto vecino, llegaban a mí las voces.
-Coño, pero tú no me puedes hacer esto…¿donde voy a ir? A esta hora ya no hay guaguas…
…I gotta love you, every day and every night…
…a los imperialistas. Patria o muerte, venceremos…
-Oye, yo no sé, a casa de tu hermano…Aquí no te puedes quedar. Son las 11 y pico. Si te apuras coges la 31.
…if it is love, if it is love what I am feeling…
-Eso es tremenda mierda tuya. Total, por un tipo que acabas de conocer. Coño, que caliente te has vuelto…Ná, pero tú me la pagas…
…I am putting all my cards on the table…
- Oye, repinga, ya Alina te dijo que te fueras. Dale, dale, andando- intervino la mulata.
-
…I gotta love you….
- Coño, que liberada tu te has vuelto… ¿Ya compartes tu compromiso? ¿O van a hacer un cuadro de tortilla con el come mierda ese?
- Tortillera es la resingá de tu madre, tu, maricón. Vete pa la pinga, dale, antes que te caiga arriba, dale…
Cuando Alina volvió a entrar, estaba sola. La mulata salió tras el tipo a la calle, gritándole improperios y no regresó.
- Oye, disculpa esto…Los amigos a veces abusan. Coño, que no se dan cuenta de las cosas…
-Ya, olvídate de eso, volvemos a donde nos quedamos- dije y la abracé- Vamos para arriba…
-¿Dónde nos quedamos? Te estaba diciendo que no te apures, hay tiempo, Ernesto…
-Cojones, que yo soy Luis…
-Tu ves, ahí mismo nos quedamos…Métete otro trago… ¿Tú eres tan apurado para todo? ¿No tienes calor? ¿Por qué no te quitas la camisa?
-Anda, vamos para arriba- dije quitándome la camisa - antes que lleguen tus hijos…
-No hay apuro, la niña se queda a dormir en casa del novio y Joan si viene a dormir, llega de madrugada…Oye, Ernesto, ¿sabes una cosa? Menos mal que tu no tienes muchos pelos en la espalda. La tienes prieta y rica, como tu pinga- dijo mordiéndome- Velludo y con esa barba, pensé que tenías la espalda peluda. No me gustan los tipos con mucho pelo. En eso no te pareces a Ernesto…vamos a ver si en la cama tampoco te pareces…
Cuando subimos a la barbacoa, ya me decía Luis, pero se me cayó la pinga. No sé si por la borrachera o por el trabajo que pasé para convencerla de templar sin preservativo. Desnuda, ya no me gustaba tanto.
Me dijo que no me preocupara, que ella me la volvía a parar. Y me la volvió a parar con lengua experta, mientras tirado en la cama, el cuarto me daba vueltas y trataba de contar las manchas de humedad en el techo. Pero entonces no quería que se la metiera. Decía que estaba borracha, que le había bajado la regla, que le iba a doler…Que sé yo cuantas cosas decía…
-Todos ustedes son muy toscos, no saben tratar a las mujeres-protestó cuando al fin se la metí. Al rato, se empezó a menear, pero sin mucho entusiasmo. Su mano se deslizó por mi espalda hasta posarse en mis nalgas.
-Dime, ¿que quieres que te haga?-preguntó.
-Que no me toques el culo. Menéate y vamos a venirnos…
El vómito de Alina me salpicó el pecho. Saltó de la cama y gritó:
-¿Pero quien coño tú crees que soy?...Yo lo sabía, cojones. Todos son iguales. Dale, arranca, vete pa la pinga…
-Ali, ¿Qué coño te pasa?
-Lo que me pasa, cojones, es que a mí no se me puede tratar así…
-Ali, disculpa, es que estamos borrachos…
-Vete, me das asco, a mí no me gustan los hombres…
-Ah, pero tu no me vas a dejar así, caliente y con dolor de huevos…
-¡Vete¡-gritó y agarró la botella.
-Eh, ¿pero que coño pasa aquí?- dijo la mulata gorda, entrando como una tromba por la puerta.
Poniéndome el pantalón, yo bajaba la escalera de la barbacoa. En el último escalón, la gorda me atizó el primer palazo. El segundo y el tercero me los dieron por la espalda (supongo sería Alina). El quinto golpe, en la cabeza, me desmayó. También presumo que fue Alina. No necesariamente tuvo que ser con algo muy contundente. El alcohol y el hambre no me dejaban seguir en pie.
Lo último que recuerdo antes de caerme es que un adolescente gritaba con voz afeminada:
-Ay, mami, ¿qué te hizo este tipo?
Cuando me desperté, ya se habían ido los policías. Alina y la mulata los convencieron que había sido un pequeño altercado doméstico agravado por la borrachera. Los guardias les advirtieron que la próxima vez, cargaban con todos para la unidad.
Casi amanecía. Estaba acostado en la estera de bambú. La gorda y el muchacho fueron a dormir a la barbacoa tan pronto me vieron abrir los ojos. Todavía estaba mareado. Me dolía todo el cuerpo. La boca me sabía a sangre y a mierda. Alina me apretó la mano y sonrió maternal.
-¿Quieres un trago para que niveles o te preparo algo de comer?
-No, deja, no te preocupes, me voy, que no puedo faltar al trabajo…Donde está mi camisa?
-¿Cómo te vas a ir así?
-¿Y que voy a hacer? ¿Quedarme a vivir aquí?
Alina estaba recién bañada y se había cambiado de ropa.
-Oye, perdóname, no quiero que esto se quede así. Me pasa a veces. Es que me recordaste mucho a Ernesto. No sé que coño me pasó…Es que él me gustaba mucho. Nunca me he vuelto a sentir con nadie como con él.
-No te preocupes…
-Con él, todo acabó mal. En una bronca, le piqué la cara con una botella. Es que me gustaba demasiado. Pero ya estaba empatada con la Cusa. Hay cosas que los hombres no te pueden dar ni aunque quieran. Ernesto no quiso entender lo de nosotras, pero se portó bien. No hizo la denuncia. Se fue por el Mariel. Nunca he vuelto a saber de él. Tú me lo recuerdas tanto…
Me levanté, fui hasta el baño, meé y descolgué de un perchero la camisa. Estaba mojada. Alina la había lavado. Sentir la tela húmeda en la espalda, me reanimó. Encendí un cigarro y me sentí mejor.
-Puedes volver por aquí cuando quieras, pero no me presiones para volvernos a acostar. Me gustas, pero me da roña que un hombre me guste. No quiero enamorarme de ningún tipo, no le puedo hacer esa mariconada a la Cusa…
-Me voy, que se me hizo tarde…
-Sabes, lo que más me gusta de ti es que te haces el duro y eres tan frágil… Es como si todo el tiempo cantaras “Help, I need somebody”. Vete, que me dan ganas de protegerte y nos vamos a complicar.
Nos besamos y me fui. Tampoco yo quería complicaciones. Nunca volví a casa de Alina. Se fue con la Cusa, Archie, el hijo y el maricón serio, en una balsa, en el verano del 94.
Archie me escribió hace poco de Miami. Visita a Alina a menudo. Se emborrachan y leen poemas. Le pregunta por mí. Dice que se acuerda de mí siempre que oye a los Beatles… Yeah, yeah. Sólo que a veces trueca nombres, caras y cuerpos y me confunde con Ernesto. La Cusa no se pone brava. Ella siempre la comprende.
Arroyo Naranjo, 2007-06-08
Además, esa noche hubiera ido a cualquier parte. Al fondo de un crematorio nazi. Al mismísimo carajo. Mi matrimonio se caía a pedazos. Mi casa se había convertido en un infierno de reproches, discusiones, telarañas y pañales cagados.
Cuando Alina abrió la puerta, olía a papas fritas. Los Bee Gees cantaban en el tocadiscos. Lamentaban que se hubiera ido la luz en Massachussets. En La Víbora, ya había venido. Cosa rara. La luz vino temprano. Hablaba Fidel en televisión. Eso explicaba la brevedad del apagón. Por sobre la voz de Barry Gibbs anunciando que pensaba volver a San Francisco, llegaban palabras sueltas del Comandante. O creía oírlas, que siempre eran las mismas: victoria, imperialismo, mártires, muerte…
Alina estaba cocinando. Sus hijos la apuraban con la comida porque se iban para la calle. Los dos rubios, flacos, adolescentes. La hembra a verse con su novio freakie en El Vedado. El varón (es un decir, se veía más femenino que su madre y su hermana juntas) nunca decía donde. Nadie le preguntaba tampoco.
La mujer me dio la mano y me miró como si me conociera de algún lugar y no consiguiera recordar de donde. Nos puso en las manos sendos vasos con el peor alcohol de la comarca y nos dijo que nos acomodáramos, que enseguida terminaba en la cocina.
No había mucho donde acomodarse. Era una habitación con barbacoa de madera. Los únicos muebles eran una mesa con cuatro sillas y dos improvisados estantes hechos de tablones sin pintar, atiborrados de libros. Sobre ellos, descansaba un tocadiscos ruso. En una esquina, sobre el suelo, una enorme estera vietnamita hacía las veces de sofá-cama de bambú.
Alina acabó en la cocina justo cuando terminó el disco de los Bee Gees. Sirvió a los muchachos y puso el álbum Help de los Beatles. Se sentó en una esquina de la estera, se sirvió un vaso de alcohol y anunció que estaba lista para atendernos.
Para entonces, se habían sumado al grupo dos personas más. Una mulata joven, pasada de libras que entró sin tocar ni saludar, con cara de pocos amigos. Y un tipo flaco y velludo, rapado, con barba canosa y cara de maricón críptico. Alina lo presentó como un amigo de su pueblo, también poeta, que estaba de paso por La Habana.
Alina era de Jovellanos. Se fue del pueblo para Matanzas con el que sería el padre de sus hijos. Tenía 16 años y estaba embarazada. La hembra fue la primera. El varón nació en La Habana, dos meses después del divorcio.
Llegó a La Habana cargada de sueños, con dos niños, sin marido, y con sus libros empacados en cajas de cartón. Fue a dar a una cuartería en la Calzada de 10 de Octubre. Se puso a vivir con un tipo que bebía ron como si fuera agua y escribía novelas “para publicar afuera” que nunca terminaba. Estuvieron juntos más de siete años y la ayudó a criar los niños. Cuando la relación empezaba a agriarse, el hombre se largó por Mariel y Alina se quedó con el cuarto.
En 1980, cuando su marido se fue, Alina llevaba casi un año en una micro brigada. Trabajaba doce horas diarias y dos domingos al mes. Sus manos se encallecieron, su piel se oscureció y su cabello perdió el brillo. No le importaba. Estaba decidida a hacer lo que fuera preciso con tal de ganarse un apartamento de dos o tres habitaciones y salir del cuarto en el solar.
De todo eso, me fui enterando sobre la marcha. Poco a poco. Tras un rato de conversación, apagó el tocadiscos, sacó dos libretas de poemas y empezó a leer.
La rabia y la ternura se equilibraban como podían en sus versos. También escribía literatura infantil, le habían publicado un libro en la editorial Gente Nueva, pero ella prefería escribir poemas. Aunque no se los publicaran.
Había pedido, sin muchas esperanzas, ayuda a sus amigas escritoras. Sabía que podía contar con ellas. No le fallaron. Hicieron lo que pudieron. Cada una a su manera. Como Frank Sinatra.
Carilda Oliver, en su casona matancera de la calzada de Terry, esquivaba los sablazos de su marido de turno, aún no recuperada del susto que le dieron aquellos muchachos tan revolucionarios, apuestos y combativos. Le recomendó escribir un poemario dedicado al Comandante.
Reina María Rodríguez la invitó a almorzar arroz con pescado y le dijo que todos los jueves por la noche, su azotea estaba abierta para ella (en su zona no quitaban la luz).
María Elena Cruz Varela la invitó a unirse a un grupo disidente y le recomendó que tuviera cuidado al salir porque vigilaban la casa (en Alamar hay muchos chivatos, le advirtió).
Excilia Saldaña la ayudó a publicar un libro de cuentos para niños en la editorial Gente Nueva, además de exhortarla a que se templara un mulato (nada mejor para sacar a una poetisa de la depresión).
Alicia siguió los consejos, excepto el del poemario con dedicatoria al Máximo. Asistía a las tertulias en la azotea de Reina María, se hizo disidente sin pregonarlo mucho y se templó, no a uno, sino a varios mulatos.
Además, vagaba desolada por peñas, talleres literarios y casas de la cultura. Aspirantes a comisarios culturales municipales la consideraban irritante, inadecuada e inconveniente. Evitando mirarle la cara, le hacían severos señalamientos formales e ideológicos a su poesía.
Nos contó sus cuitas entre poemas. Entre uno y el próximo, se metía un trago largo. A veces explicaba sus versos y otras contaba pedazos de su vida. O me preguntaba de la mía. Cuando le dije que me habían botado de la universidad, que llevaba casi 10 años en la construcción y que sólo allí me daban trabajo, me alargó la botella y me dijo:
-Así que tu también eres un náufrago. Un machucado. Claro, por eso viniste a parar a esta casa. Aquí solo vienen náufragos y escachados. Todos lo somos. No cojas lucha. Uno lo que no puede ahogarse, Ernesto…
-No, yo me llamo Luis…
-Como te llames, no cojas lucha, el lío de naufragar es no ahogarse. Hay que buscar el lado positivo de las cosas. Dicen que no hay mal que por bien no venga. Trabajar en la construcción tiene sus cosas buenas. Mira, yo aprendí a azulejar baños y cocinas. A veces hago trabajitos que no sean muy grandes y me gano los pesos. La vida está dura y mis hijos no pueden pasar hambre. Y a ti la construcción te asienta, Ernesto… Estás flaco, pero fuerte como un mulo y mira que color tan lindo has cogido –dijo y me acarició el brazo.
-Luis, no Ernesto…
-Ay, es que te pareces tanto a Ernesto, un amigo mío que se fue. Idéntico, cagadito a ti. No jodas, que mas da. ¿Te molesta que te llame Ernesto? Quiero que esta noche seas Ernesto- dijo acercándose más a mí. Apoyó el brazo en mi muslo y empezó a leer otro poema mientras la pinga se me empezaba a poner dura.
La mujer era un poco mayor que yo. Yo tenía 28 años y ella, poco más de 35 años. Se veía maltratada y poco femenina, pero atraía. Era su voz, la mirada, el modo de fumar… ¿Quién dijo que las mujeres inteligentes necesitan ser bellas además?
Mi amigo Archie había ido a buscar otra botella. La mulata, medio dormida, cabeceaba en la mesa. El calvo barbudo, con cara de maricón serio, registraba en el librero. En el tocadiscos sonaban Las Estaciones de Vivaldi.
-¿Te gusta Vivaldi?-me preguntó Alina, ya con la cabeza en mi hombro.
-Sí, mucho…
-Te pregunté porque tienes facha de rockero…
-Y Bach y Mozart también…
-¿Y yo, chico, no te gusto yo?- y me metió la lengua en la boca hasta la laringe.
Cuando volvió Archie con la botella, nos encontró revolcados en la estera. Llenó un vaso plástico hasta el tope y se largó. Lo acompañó el de la barba, que dijo iba a buscar cigarros. La mulata gorda dormía en la mesa.
-Vamos para la barbacoa- le dije a Alina cuando me empezó a bajar el zipper del pantalón.
-No te apures, Ernesto, hay tiempo…
-Te dije que yo me llamo Luis, cojones…
-Ay, viejo, que importa, relájate, anda –y me la empezó a mamar con fruición.
No pude venirme. El amigo de Matanzas con cara de misterio había vuelto con los cigarros. Desde la puerta llamaba a Alina:
-Ali, tengo sueño, voy para la barbacoa…¿se puede?
-No, espérate- dijo Alina y se levantó y salió al pasillo con una ligereza insospechada si se tenía en cuenta todo el alcohol que había bebido. La mulata gorda, ligera como una bailarina y desperezada como para dirigir la orquesta sinfónica de Boston, salió tras ella.
Desde el pasillo, por encima de la música del disco de Bob Marley que puse después de Vivaldi, y del discurso de Fidel que seguía todavía en el televisor del cuarto vecino, llegaban a mí las voces.
-Coño, pero tú no me puedes hacer esto…¿donde voy a ir? A esta hora ya no hay guaguas…
…I gotta love you, every day and every night…
…a los imperialistas. Patria o muerte, venceremos…
-Oye, yo no sé, a casa de tu hermano…Aquí no te puedes quedar. Son las 11 y pico. Si te apuras coges la 31.
…if it is love, if it is love what I am feeling…
-Eso es tremenda mierda tuya. Total, por un tipo que acabas de conocer. Coño, que caliente te has vuelto…Ná, pero tú me la pagas…
…I am putting all my cards on the table…
- Oye, repinga, ya Alina te dijo que te fueras. Dale, dale, andando- intervino la mulata.
-
…I gotta love you….
- Coño, que liberada tu te has vuelto… ¿Ya compartes tu compromiso? ¿O van a hacer un cuadro de tortilla con el come mierda ese?
- Tortillera es la resingá de tu madre, tu, maricón. Vete pa la pinga, dale, antes que te caiga arriba, dale…
Cuando Alina volvió a entrar, estaba sola. La mulata salió tras el tipo a la calle, gritándole improperios y no regresó.
- Oye, disculpa esto…Los amigos a veces abusan. Coño, que no se dan cuenta de las cosas…
-Ya, olvídate de eso, volvemos a donde nos quedamos- dije y la abracé- Vamos para arriba…
-¿Dónde nos quedamos? Te estaba diciendo que no te apures, hay tiempo, Ernesto…
-Cojones, que yo soy Luis…
-Tu ves, ahí mismo nos quedamos…Métete otro trago… ¿Tú eres tan apurado para todo? ¿No tienes calor? ¿Por qué no te quitas la camisa?
-Anda, vamos para arriba- dije quitándome la camisa - antes que lleguen tus hijos…
-No hay apuro, la niña se queda a dormir en casa del novio y Joan si viene a dormir, llega de madrugada…Oye, Ernesto, ¿sabes una cosa? Menos mal que tu no tienes muchos pelos en la espalda. La tienes prieta y rica, como tu pinga- dijo mordiéndome- Velludo y con esa barba, pensé que tenías la espalda peluda. No me gustan los tipos con mucho pelo. En eso no te pareces a Ernesto…vamos a ver si en la cama tampoco te pareces…
Cuando subimos a la barbacoa, ya me decía Luis, pero se me cayó la pinga. No sé si por la borrachera o por el trabajo que pasé para convencerla de templar sin preservativo. Desnuda, ya no me gustaba tanto.
Me dijo que no me preocupara, que ella me la volvía a parar. Y me la volvió a parar con lengua experta, mientras tirado en la cama, el cuarto me daba vueltas y trataba de contar las manchas de humedad en el techo. Pero entonces no quería que se la metiera. Decía que estaba borracha, que le había bajado la regla, que le iba a doler…Que sé yo cuantas cosas decía…
-Todos ustedes son muy toscos, no saben tratar a las mujeres-protestó cuando al fin se la metí. Al rato, se empezó a menear, pero sin mucho entusiasmo. Su mano se deslizó por mi espalda hasta posarse en mis nalgas.
-Dime, ¿que quieres que te haga?-preguntó.
-Que no me toques el culo. Menéate y vamos a venirnos…
El vómito de Alina me salpicó el pecho. Saltó de la cama y gritó:
-¿Pero quien coño tú crees que soy?...Yo lo sabía, cojones. Todos son iguales. Dale, arranca, vete pa la pinga…
-Ali, ¿Qué coño te pasa?
-Lo que me pasa, cojones, es que a mí no se me puede tratar así…
-Ali, disculpa, es que estamos borrachos…
-Vete, me das asco, a mí no me gustan los hombres…
-Ah, pero tu no me vas a dejar así, caliente y con dolor de huevos…
-¡Vete¡-gritó y agarró la botella.
-Eh, ¿pero que coño pasa aquí?- dijo la mulata gorda, entrando como una tromba por la puerta.
Poniéndome el pantalón, yo bajaba la escalera de la barbacoa. En el último escalón, la gorda me atizó el primer palazo. El segundo y el tercero me los dieron por la espalda (supongo sería Alina). El quinto golpe, en la cabeza, me desmayó. También presumo que fue Alina. No necesariamente tuvo que ser con algo muy contundente. El alcohol y el hambre no me dejaban seguir en pie.
Lo último que recuerdo antes de caerme es que un adolescente gritaba con voz afeminada:
-Ay, mami, ¿qué te hizo este tipo?
Cuando me desperté, ya se habían ido los policías. Alina y la mulata los convencieron que había sido un pequeño altercado doméstico agravado por la borrachera. Los guardias les advirtieron que la próxima vez, cargaban con todos para la unidad.
Casi amanecía. Estaba acostado en la estera de bambú. La gorda y el muchacho fueron a dormir a la barbacoa tan pronto me vieron abrir los ojos. Todavía estaba mareado. Me dolía todo el cuerpo. La boca me sabía a sangre y a mierda. Alina me apretó la mano y sonrió maternal.
-¿Quieres un trago para que niveles o te preparo algo de comer?
-No, deja, no te preocupes, me voy, que no puedo faltar al trabajo…Donde está mi camisa?
-¿Cómo te vas a ir así?
-¿Y que voy a hacer? ¿Quedarme a vivir aquí?
Alina estaba recién bañada y se había cambiado de ropa.
-Oye, perdóname, no quiero que esto se quede así. Me pasa a veces. Es que me recordaste mucho a Ernesto. No sé que coño me pasó…Es que él me gustaba mucho. Nunca me he vuelto a sentir con nadie como con él.
-No te preocupes…
-Con él, todo acabó mal. En una bronca, le piqué la cara con una botella. Es que me gustaba demasiado. Pero ya estaba empatada con la Cusa. Hay cosas que los hombres no te pueden dar ni aunque quieran. Ernesto no quiso entender lo de nosotras, pero se portó bien. No hizo la denuncia. Se fue por el Mariel. Nunca he vuelto a saber de él. Tú me lo recuerdas tanto…
Me levanté, fui hasta el baño, meé y descolgué de un perchero la camisa. Estaba mojada. Alina la había lavado. Sentir la tela húmeda en la espalda, me reanimó. Encendí un cigarro y me sentí mejor.
-Puedes volver por aquí cuando quieras, pero no me presiones para volvernos a acostar. Me gustas, pero me da roña que un hombre me guste. No quiero enamorarme de ningún tipo, no le puedo hacer esa mariconada a la Cusa…
-Me voy, que se me hizo tarde…
-Sabes, lo que más me gusta de ti es que te haces el duro y eres tan frágil… Es como si todo el tiempo cantaras “Help, I need somebody”. Vete, que me dan ganas de protegerte y nos vamos a complicar.
Nos besamos y me fui. Tampoco yo quería complicaciones. Nunca volví a casa de Alina. Se fue con la Cusa, Archie, el hijo y el maricón serio, en una balsa, en el verano del 94.
Archie me escribió hace poco de Miami. Visita a Alina a menudo. Se emborrachan y leen poemas. Le pregunta por mí. Dice que se acuerda de mí siempre que oye a los Beatles… Yeah, yeah. Sólo que a veces trueca nombres, caras y cuerpos y me confunde con Ernesto. La Cusa no se pone brava. Ella siempre la comprende.
Arroyo Naranjo, 2007-06-08
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