Santa Clara, Prisión Provincial, (El Pre) julio 31 de 2008, (SDP) En un escrito anterior, estimé en diez el número de casos sonados de muerte por abandono médico en ésta prisión, el Pre de Santa Clara, desde 1999 hasta el 2007. Pero sólo me fue posible pormenorizar dos decesos. Todo debido al necesario sigilo para poder llevar a cabo la investigación del resto de las defunciones aún no particularizadas. De lo contrario, este intento de denuncia no hubiese llegado a la prensa. Aún así, no albergaba muchas esperanzas de lograr obtener los datos imprescindibles para puntualizar un número mayor de estos fallecimientos. ¡Pero la suerte dio un giro inesperado! Esto me ha hecho creer que una fuerza superior desea ver ésta triste verdad revelada.
A las nueve de la mañana del miércoles 20 de junio de 2007, mientras nos encontrábamos formados en los angostos pasillos que separan las 30 camas existentes, en espera de la inspección diaria surgió el tema de la salud en nuestra charla. “Nosotros tenemos que pedirle mucho a Dios para que nos dé buena salud. ¡Aquí el que enferme de algo incurable, con aspirina o metronidazol, tiene muy buenas probabilidades de morirse” -Fue mi aporte al tema.
-¡Eso es verdad! ¡Dímelo a mí que he visto morirse a dos delante de mis ojos! -Inesperadamente, reveló una voz desde mi retaguardia. -¡Bingo!- gritó mi corazón; pero mis labios fueron cautelosos. -¿Y eso como fue?
-El primero fue Marino; a él lo habían traído del destacamento # 5 para el #3 y se veía fuerte; pero comenzó a sentirse mal un día y a la mañana siguiente vomitó sangre. Lo llevaron a la enfermería. ¡Más al poco rato ya estaba de vuelta! Su malestar continuó y nuevamente, hubo que llevarlo a la enfermería después del almuerzo... La doctora me dijo que mañana me van a llevar al hospital...nos informó tras el regreso. A la hora de la comida, aun sin mostrar mejoría alguna, entró al turco con la intención de darse un baño; pero allí le sobrevino su tercer vómito sanguinolento y la pérdida del conocimiento. Al siguiente día vino una comisión a investigar su muerte, mas nunca vimos resultado alguno... Marino tenía unos 63 años, casado y padre de familia.
-Ven acá: ¿Tú crees que lo hubiesen podido salvar?
-Sí, yo creo que si. Por lo menos hubiera tenido una oportunidad si lo hubieran llevado a un hospital... ¿Y el otro, quien fue...?
-El otro fue un habanero al que llamábamos El Negrón, porque medía más de seis pies y estaba hecho un toro... él fue a ver a la doctora cuando comenzó a sentir una molestia en el área abdominal, y ella optó por curarlo con Sales de Rehidratación y metronidazol. Los primeros días el Negrón se los pasó empeorando sentado en una cubeta; pero ni el deterioro de su salud, ni el incremento del dolor, fueron suficiente para que lo comenzaran a curar a golpe de vista.
Después de una semana de Sales y Metronidazol, sufrimiento y ayuno, quedaba poco del Negrón. No tenía fuerzas para sentarse en la cubeta y simplemente, pasaba el día tumbado en el pasillo. Para entonces había perdido más de veinte libras de masa corporal y tenía la muerte reflejada en el rostro. Al noveno día, más o menos, al ver que llevaba mucho rato inerte, lo levantamos entre cuatro y lo llevamos para el comedor. Nuevamente, vino una comisión a investigar su muerte y aunque se llevaron hasta su ropa, no pasó nada. El Negrón tenía unos 40 años, era casado y padre de dos niños.
-¡No es fácil!
-Dime una cosa, ¿Cuándo ocurrieron estas muertes?
-Los dos murieron en el 2006, Marino en marzo y el Negrón, no recuerdo bien si fue en agosto o septiembre. Pero si se que fue durante el verano....
-A un paisano del Negrón, quien escribía una carta para denunciar lo sucedido, lo aislaron en una celda y después lo desaparecieron- Completó un recluso formado en el pasillo del lado.
-¡Ellos se hacen los buenos, pero eso es de diente pa fuera -dijo otro recluso de ese pasillo, quien a continuación nos narró su odisea para operarse de apendicitis.
No es imposible soñar con el arribo de este trabajo a las manos del "afamado" director de cine norteamericano que responde al nombre de Michael Moore. Este produjo no hace mucho un material fílmico donde alabó las bondades del sistema de salud cubano. Sistema altruista para algunos, pero no para todos. No faltan los que pensamos que el precio pagado por él es muy alto.
Un trabajador cubano gana unos 12 dólares al mes, tras el promocionado aumento salarial. En Haití, el país más pobre de este hemisferio y uno de los más empobrecidos del mundo, un trabajador cualquiera gana cerca de 40 dólares mensuales. Por tanto, no se necesita ser economista renombrado para darse cuenta que a los cubanos, nos cobran hasta la risa.
Pero regresemos al redentor. Si el crítico cineasta norteamericano supiese las atrocidades que aquí se cometen, al ser como es, un ferviente amigo de la tiranía reinante en la Isla, por aquello de que "el enemigo de mi enemigo es mi amigo"; no me cabe la menor duda ¡de que lo menos que hará por nosotros, será pedirle a su amigo el gobernante Fidel Castro que no nos mate así.
¡Que ironía! Si Michael Moore fuese cubano, y yo yanqui, sería él quien pediría mi ayuda o la de cualquier otro ciudadano de un país libre. Porque si a nosotros los bibliotecarios y periodistas independientes, solamente, por escribir y cuidar libros emancipadores, nos condenaron a penas de hasta casi 30 años, ¿Cuántos años de sanción le corresponderían en Cuba a Michael Moore, por filmar una película crítica del régimen castrista?
La cautela me permitió concluir este artículo y para hacerlo llegar a manos amigas debo duplicar la discreción. Al llegar el 7 de agosto de 2007, aun no he tenido la oportunidad de ponerlo en el correo y lamentablemente, esto me permitió agregar un caso mas a la tenebrosa lista de homicidios culposos perpetrados en esta prisión de Guamajal, en la provincia de Villa Clara.
Hace un ratico, a las 8:00am, entró el Timba a nuestro destacamento. Pregonaba la muerte de un recluso en la enfermería del penal. Inmediatamente afiné el oído en espera de los comentarios.
-¿Quién fue?- preguntó Zaza, el loco de Manicaragua (Roberto Martínez Robaina).
-¡No te creo! ¡Pero si yo no hace ni un mes que salí del contingente (Destacamento # 6) y lo dejé hecho un toro! ¿Y de que se murió?
-De hepatitis -Aquí intervino Palacios, quien al igual que el Timba no duerme en este destacamento y simplemente estaba de paso -¡Ah! ¡Entonces eso era lo que tenía! Yo lo vi hace como cuatro días y se moría de flaco.
Le pregunté que le pasaba, y me respondió que no sabía. Grabé sus palabras en mi memoria y me fui.
Se quejaba de dolores abdominales. Mientras me encontraba en el "Turco", entraron dos paisanos del difunto a contar lo sucedido a otro coterráneo, quien aún dormía
-¿Te enteraste quien se murió? -Preguntó uno de los visitantes a su amigo, después de despertarlo.
-No, no se quien se murió...
-¿El Kiki? ¿Qué Kiki es ese? -aquí habló el otro visitante.
El que vive en la cuadra tal y una hermana suya estuvo casada con Owen...-
-!Aah, si!, ¡Ya sé quien es! ¿Y que le paso a ese chamaco...?
- Se murió, amaneció muerto tirado en el piso de la enfermería, dicen que tenía hepatitis. ¡Y caite pa atrás! ¡Ayer mismo el tuvo visita y su hermana metió tremendo bateo para que lo llevaran al hospital!, pero aquí decidieron no llevarlo.
Los jóvenes siguieron su conversación y yo tenía que continuar con mi rutina diaria. Ahora acabo de escribir los comentarios escuchados sobre la muerte del Loco de Manicaragua. Testimonio que habla por sí sólo de lo que sucede aquí y sin dudas, en otras prisiones castristas. Espero que éste escrito llegue a manos de Michael Moore, o de cualquier amigo de la dictadura comunista. Que gracias a su intercesión, se ponga fin a estos homicidios, que de lo contrario, continuarán cada vez que uno de nosotros enferme de un mal, cuya cura no puede esperar a mañana, a un mes, o a un año.
Hace un rato, los reclusos del destacamento asistieron a un encuentro con el mayor Aníbal San Blas, actual jefe de la prisión.
"Aquí hay unos cuantos rajadores que se la pasan criticando la asistencia médica, la alimentación, las condiciones de vida y cuanto se les ocurre, mas le tengo noticias a estos rajadores, nosotros sabemos quienes son y sus acciones no quedaran impunes, ¡Así que aténganse a las consecuencias!” -sentenció el mayor.
Esta amenaza es la síntesis de su intimidatorio discurso en contra de los rajadores. El militar se refería a denuncias como esta. Pero se necesita mucho más que su venganza para silenciar un anhelo tan celestial como La fuerza superior y si hice mención a su ultimátum, fue simplemente porque corrobora mi planteamiento sobre la obligatoriedad de la discreción cuando se quiere lograr completar y hacer llegar a manos libres un escrito de estas características.
Esta discreción es responsable de la imprecisión, en cuanto a apodos de presos, cuyos testimonios hicieron posible el artículo. Con ellos pude trabajar sin necesidad de levantar sospechas. Incluso, muchos de mis colaboradores son inocentes, pues desconocían el destino que van a tomar sus datos.
También tengo la certeza de que los represores van a tomar medidas en su contra, si saben quienes fueron. Esto me ha llevado a dejar en el anonimato a aquellos que aportaron los testimonios mas comprometedores. La amenaza del mayor jefe de la prisión, también justifica con creces mi preocupación.
Aclarado esto continúo la narración de los sucesos que cerraron este artículo.
-Brother, ¡En que gata hemos caído!- Le dije a uno que estaba delante de mi-
¡Fíjate si la gata es grande, que yo que nunca me enfermo, cogí hepatitis!
-Eso fue el agua sucia que tomamos aquí.
Supuse y seguí la lógica…
-¡De agua nada!, ¡La hepatitis me la pegaron ellos!
-¡Ah!, porque lo tuyo fue Hepatitis B
Rectifiqué.
-¡Si! y esa me la pegaron ellos con una inyección o sacándome sangre.
-¡Eso mismo fue!- Nos aseguró un recluso que se encontraba frente a nosotros y quien también se unió a la conversación.
-Se los digo por lo que me sucedió un día que fui a inyectarme vitaminas. Habíamos dos en la enfermería y por ser el segundo y
solapadamente estar atento a la enfermera, me percaté de que en la misma jeringa con que inyectó al primero, cargó mi dosis de Vitaminas B. Cuando me tocó, ella agarró la jeringa en sus manos y me pidió que alistase mis nalgas. –
-Sólo si usted me muestra la aguja con la que inyectó al primero, yo me dejo poner esas vitaminas.- Le dejé saber...
-Yo quisiera que ustedes hubiesen visto lo pálida que se puso. Hoy por hoy, ella me ve y lo único que le falta es besarme, en agradecimiento por no haber dicho nada y guardar el secreto.
Tuve conocimiento de la epidemia de hepatitis que se desató en esta prisión en diciembre de 2005. Erróneamente los reclusos pensaban en aquel entonces que se adquiría a través del agua. Hoy, casi dos años después de la epidemia, pero en el momento crucial, me entero que la mayoría de los casos eran del tipo B y C, variedades cuya transmisión ocurre mediante la sangre al utilizar materiales no esterilizados y por transmisión sexual.
La revelación de estos nuevos datos impone un panorama diferente.
Basándome en que todos los casos se reportaron en un mes, voy a descartar el contacto sexual como vía de contagio y buscaré su origen en la sangre. Esto me aporta dos respuestas lógicas de la epidemia. La primera es que fuimos inoculados contra la Hepatitis B, con una vacuna recientemente patentizada por las autoridades de salud pública de Cuba. Lo cual me hace pensar que el brote pudo ser el resultado de un estudio previo con nosotros para comprobar en el terreno la efectividad de su producto. Si fue eso, sólo ellos saben si la efectividad de su vacuna está dentro de los parámetros. Mi otra conclusión es verdaderamente irritante. Pero tras las pruebas obtenidas, se vislumbra como la de mayor sensatez. La epidemia se desató debido al negligente trabajo del desdoblado personal médico a cargo de la asistencia médica en la prisión.
Esta negligencia es inexplicable, si no fuese por la doble moral del personal médico revolucionario. Este se desvive cuando se encuentra en el extranjero, donde le es permitido adquirir bienes que le están prohibidos en Cuba. Sin embargo, en su tierra lo mismo dejan morir que le provocan la muerte a sus coterráneos. Todo por no tener nosotros dinero, u otros bienes que dar.
La familia del Loco de Manicaragua, del Negrón, de Marino, y de cualquier otro fallecido en una prisión castrista, debería investigar bien la muerte de su ser querido. Es muy probable que no sólo lo hayan dejado morir, sino que también las autoridades médicas de la prisión sean las responsables de haberlo infectado con la enfermedad que le provocó la muerte. Hoy los criminales pueden quedar impunes; pero siempre habrá un mañana.
primaveradigital@gmail.com
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