jueves, 17 de julio de 2008

Mentalidades Rogelio Fabio Hurtado



Marianao, La Habana, julio 17 de 2008, (SDP) En la Cuba de hoy pueden identificarse con relativa facilidad varias mentalidades, que coexisten entre sí, concediéndole el predominio natural a la más escasa: la mentalidad de Señor, a la que se subordinan las restantes, a saber: de siervo (esclavo), de prójimo (ciudadano), de sano (bobo o gil) y de vivo (bicho).

La mentalidad de Señor se corresponde, durante la era colonial, con la de Amo, quien se convierte en Dueño, ya en la primera mitad del Siglo XX. Es por lo común un carácter enérgico y activo, sensible a la ambición, de riqueza o de gloria, o incluso de ambas. Para realizarse, requiere concentrar poder, económico en primer lugar y luego social y político. Cuentan con audacia, valor, inteligencia innata y disposición para luchar y vencer, sin escatimar esfuerzos ni reparos de índole religiosa. Saben manejar y mandar a los demás hombres de acuerdo con sus propios fines. Pueden inspirar admiración, envidia, pero, sobre todo, miedo. Son extremadamente hábiles para impedir que los demás perciban en ellos mismos emociones humanas, similares a las suyas.

Una nación con cierto número de Señores puede descollar por sobre las demás. Si el número de los mismos excede los dominios materiales disponibles, el resultado será necesariamente catastrófico, porque se devorarían los unos a los otros.

Cuando impera un solo Señor, las consecuencias a largo plazo también serán adversas, aunque por mucho tiempo parezca ese el orden sociopolítico ideal, pues hay un mando único al que el resto de las categorías humanas acata sin chistar.

La mentalidad del esclavo o siervo está en las antípodas de la primera. El esclavo se limita a obedecer y a trabajar porque no le queda más remedio. Apenas desarrolla cualidades que no se vinculen con la necesidad inmediata de sobrevivir. Está vitalmente supeditado al Amo, pero no comparte los intereses ni las ambiciones de este. El esclavo come, duerme (lo más que puede) y fornica (cuando puede). La posibilidad de reducir el tiempo de trabajo ocupa y agota su horizonte vital. Estar sin hacer nada, oculto o enroscado como el majá, se convierte en su ideal. Es inmediato y sensual. Esto obliga al Señor a procurarse servidores capaces de meter en cintura a los vagos, así sea a bocabajo limpio. Claro que esto ya no se estila, y ahora los procedimientos para inculcar el amor al trabajo son más sutiles, acaso hipócritas.
La mentalidad del hombre sano, perseverantemente identificada por los cubanos con la del Bobo (no seas bobo tú, decimos cuando alguien está equivocado o confundido) es por lo general la del trabajador honrado, incapaz de sustraer nada para sí ni de meterse, por su cuenta, un kilo en el bolsillo. El sano, también llamado Gil, es el que no aprovecha la ocasión ni mucho menos la provoca. Conoce su oficio y tampoco engaña a quien contrata sus servicios. Mientras fue parte de la mayoría de los trabajadores, todo marchó bien. Cuando se ha visto reducido a minoría, ha sido incluso víctima de intrigas y chanchullos para quitarlo del medio. En muy raras ocasiones y contextos, ha podido llegar a dirigente, porque no suele ser simpático, ni adulón, ni oportunista. Por tanto, no ha contado con poder para hacer favores, que es requisito primario para aspirar a recibirlos. El hombre sano ha seguido siendo entre nosotros el mismo comemierda de siempre, por desgracia.
El bicho es al sano lo que el señor al siervo. Por lo general, no trabaja, en la era republicana se le llamaba chulo, aún cuando no todos estos bichos viviesen de la trata de blancas, negras o mulatas. Bajo el llamado socialismo, a menudo se ha visto obligado a morder el cordobán pero siempre se las ha ingeniado para no matarse pinchando, pues el curralo bruto no es lo suyo y bien se ha buscado una pega suave o, mejor aún, se ha colado, de una forma u otra, en las abnegadas filas de los cuadros sindicales y administrativos, siempre ascendiendo en ese orden. El bicho no es bobo a nada y se las sabe todas, a él, no hay quien lo joda.
A medida que el valor del dinero fue haciéndose sentir, es decir, a lo largo de la larga última década del siglo XX, el Bicho, que es un tipo dialéctico y está siempre puesto para las cosas, fue deslizándose del contexto de la producción, hacia los prometedores sectores emergentes de nuestra economía, y se puso de lleno para el turismo, las corporaciones o el trabajo por cuenta propia, según su edad y sexo. Eso sí, nada de pasmar su porvenir con los disidentes, que a él en política, le da lo mismo Juana que su hermana porque, a la hora de la verdad, eso no da nada. El mata la jugada con la presidenta del CDR, sacude su banderita, levanta la mano y sigue de largo. De vez en cuando, le pone una pata a la cábala y si lo liga está hecho. El Bicho es el esclavo que se zafó el grillete, aprendió las cuatro reglas y bebió la filosofía de la calle directa de boca de Formell y sus Van Van. Nunca se ha calentado el moropo con la jerigonza marxista.
Sus antecedentes históricos son los negros curros, los caleseros zalameros que pintara Landaluce y los criollos jugadores de naipes y de gallos, merodeadores del hampa habanera, garzones de navaja y colorido pañolón al cuello, cuyo héroe fue Manuel García, el Rey de los Campos de Cuba El Bicho es dicharachero y resuelto, nada aburrido ni cargante. No tiene madera de mártir, pero puede fabular a gusto las hazañas de estos. El apotegma que afirma que en Cuba lo que no se puede ser es pesao, tiene que haberlo inventado uno de ellos.
Durante la primera mitad de la República, los Señores habían establecido un orden social donde los pobres aceptaban su condición adornándola con la virtuosa honradez. A menos que algún carpintero, zapatero o tipógrafo revoltoso no le metiera por los ojos un folleto rojo, casi siempre impreso en Cataluña, el obrero podía aceptar la desigualdad social a condición de no quedarse sin comer. Sin embargo, aquella conformidad de ser pobres pero honrados se vino abajo a partir de 1959.
Un Señor en el mejor sentido de la palabra, virtuoso, ilustrado honorable y con una imaginación ilimitada se rebeló contra el resto de los hasta entonces Señores (Dueños), puso de relieve sus pecados y los expulsó no sólo del templo, sino del propio país, despojándolos primero de las propiedades malversadas y después de cualquier otro tipo de propiedad, en nombre de los desposeídos, con cuyo apoyo contó entonces para ejercer esa violencia. En menos de 5 años, el orden republicano y las clases sociales que lo sustentaban, se hicieron añicos. Así, comenzamos a configurar un nuevo país, llamado La Revolución.

Al cabo de casi 50 años de haber exterminado a la clase de los Señores, para unificar todas las capacidades y los talentos del país bajo la rectoría de un solo Líder, acontece que el desproporcionado aumento de las mentalidades de Siervo (esclavo) y del Bicho (vivo) respecto a la de Sanos (bobos) y la virtual extinción de los Señores (dueños) , quienes a partir de 1959 no han contado con las mínimas condiciones para desarrollarse en la Isla, espacio incluso insuficiente para el despliegue de las potencialidades del Máximo Líder, ha traído por resultado una sociedad fláccida, donde el orden, la disciplina y el afán productivo brillan por su ausencia. El poder absoluto del Estado es cada vez menor en la realidad: la herencia del Líder desborda por doquier las posibilidades ejecutivas de su medio creó una burocracia.

¿Estamos atrapados en una entropía sin fin? Todavía me resisto a creerlo, en mi próximo artículo intentaré convencerlos de que la mentalidad de prójimo y de ciudadano obrará el milagro.
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