La historia de Cuba ha sido un redoble de tambores continuo entre la guerra y la paz, la libertad y el miedo, entreverado con la relación amor versus odio más intensa que haya tenido país alguno en los últimos 120 años con los Estados Unidos de Norteamérica.
Este pueblo ayudó a mis padres en su vejez, a mí me permitió triunfar en los negocios y enseñó la profundidad que encierra la palabra democracia. Mis tres hijos y dos nietos son yanquis. Sólo un malintencionado puede acusarme de ser antinorteamericano. Amo esta tierra con el alma pero recelo de sus gobiernos. Aunque admito con desconcierto que hemos estado más unidos a ellos de la cuenta, como dice la canción, más unidos que la hiedra a la pared. Washington lleva entrometiéndose en nuestros asuntos desde la voladura del Maine, pero una multitud de desencuentros no han aminorado la dependencia entre ambos pueblos, tanto la política como la emocional. Y soy un ejemplo de ello.
Desde hace años los cubanos nos juzgamos políticamente, no por nuestros proyectos económicos y sociales, sino por la distancia a que estemos de Washington. El patriotismo para muchos en Miami no está basado en un historial de servicios a la patria, sino por nuestro apoyo al embargo, a la restricción de los viajes a Cuba y al resto de la agenda de Washington con respecto a la isla. El gobierno de George Bush provocó la guerra de Irak, ha beneficiado a la industria petrolera rebajándole impuestos, ha dañado la imagen de este país ante el mundo, y el caso cubano, lo ha manejado de un modo autoritario y agresivo. Quien en Miami pide respeto para la soberanía de Cuba es un izquierdista. Quien no está de acuerdo con la Comisión de Ayuda para una Cuba Libre es un traidor. Y quien piensa que la solución al problema cubano está en dialogar en vez de establecer sanciones más fuertes contra el enemigo comunista, debe ser fusilado sin juicio debajo del semáforo de LeJeune y la Calle 8. Si naciste en la mayor de las Antillas tienes que estar a favor o en contra de los planes de Washington. En los presentes y en los futuros. Nada de medias tintas. Nada de titubeos. Tienes que ver las cosas blancas o negras, sin grises, o te parte un rayo. Esas son las leyes del cubano bushista de tomo y lomo.
Aunque tampoco, por favor, me entiendan mal. Se actúa correctamente cuando se coincide con el actual gobierno y su política norteamericana hacia Cuba. Es absolutamente correcto y digno apoyar las medidas de George Bush. Todos los exiliados tienen el derecho a pensar como les dé la gana, pero le ronca el mamey que ese derecho no lo tenga todo el mundo. Que no se deje pensar a la gente como le dé la gana. Y se insulte y desacredite. Lo que me hace pensar que compañeros de lucha no actúan como demócratas respetuosos de la opinión ajena, sino como censores castristas.
Hubo alguien que quiso exorcizar esta maldición tan matizada de intereses bastardos y emotividad de folletín. Alguien intentó romper con este destino manifiesto, esta dependencia enfermiza entre metrópoli y colonia. Fue Manuel Márquez Sterling. Uno de los cubanos más ilustres de su tiempo y uno de los padres de nuestra nacionalidad, que nos dio una lección magistral que nunca los cubanos supimos aprovechar, cuando durante el gobierno de Mario García Menocal, y criticando fuertemente un memorando del gobierno norteamericano, nos recomendó: ``Contra la injerencia extranjera, la virtud doméstica''.
Pero no escarmentamos, seguimos permitiendo la injerencia sin una gota de virtud. Seguimos siendo demócratas o republicanos antes que cubanos. Seguimos con los lamentos sobre la traición yanqui a la clandestinidad, al Escambray y a la Brigada 2506, cuando la verdad es otra. Ellos no nos traicionaron, nosotros dejamos que nos traicionaran. Ellos no nos compraron, con las honrosas excepciones que confirman la regla, nosotros nos vendimos. Por lo que en este caso hay que volver a escribir las Redondillas de Sor Juana Inés de la Cruz, pues en mi criterio, es mucho peor el que peca por la paga vendiendo a su patria, que el que paga por pecar defendiendo la suya.
¿Dónde estamos hoy?, en el banco de la paciencia. Sin planes para entrar en La Habana a tiros o a negociaciones. Esperando que Washington como siempre nos saque las castañas del fuego, inmediatamente se coma todas las castañas y raspe hasta el plato.
Finalmente una necesaria aclaración sobre los Estados Unidos y su ayuda a una disidencia que tanto la necesita. Estoy de acuerdo se acepte. Pero que el exilio no olvide que ayudar a la isla es un problema nuestro, no de la Casa Blanca. Y además, que se pique la naranja al medio entre los que piensan y no piensan como George Bush. Que no se entregue un centavo exigiendo obediencia, ni se acepte un centavo renunciando a la libertad de conciencia. Esas deben ser reglas del juego inviolables, a ver si nos libramos de un plattismo que no es inclinación nacional ni destino antipatriótico, sino karma.
Tomado de: El Nuevo Herald
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