jueves, 24 de julio de 2008

ARTE Y LITERATURA Luís Miguel nació para ser feliz (cuento) Luís Cino


No me gusta la escuela. Mi peor parte del día es levantarme para ir a clases, ponerme el uniforme y la pañoleta y sin desayunar, luego de la caminata, empujarme el matutino y repetir todos los días la misma candanga: “Pioneros por el comunismo, seremos como el Ché”.

Tengo 10 años y estoy en quinto grado. En mi aula hay 25 alumnos, un televisor Panda y una maestra emergente. La maestra tiene 16 años y está buenísima. Lo único malo que tiene es que se pone brava y castiga cuando le haces una pregunta y no te sabe contestar. Además, siempre nos pide que compartamos con ella la merienda.

De verdad que no me gusta la escuela. Prefiero jugar con mis amigos o ver la televisión. No sé para qué sirve estudiar. Me parece que es perder el tiempo. La asignatura que menos me gusta es Español. No acabo de aprender cuando una palabra lleva tilde y no adivino con las h. Tampoco sé si usar b o v, ni c o s. La maestra me regaña cuando digo asere, pura o qué volá, pero yo la he oído hablar chabacano cuando está con los otros profesores.

La historia de Cuba tampoco me gusta, pero es más fácil. Me cuesta mucho trabajo aprenderme de memoria las fechas y los nombres, pero eso no es grave. Lo importante es saber que Cuba siempre estuvo luchando contra el imperialismo yanqui. Con Fidel al frente. Antes que él, estaba Martí, que era su amigo y su maestro y el que planeó el ataque al Cuartel Moncada.

La maestra se queja a mi mamá de que tengo problemas disciplinarios y con el aprendizaje. Verdad que me cuesta trabajo concentrarme, cualquier cosa me distrae. No retengo lo que aprendo en las clases. Prefiero cualquier cosa antes que hacer la tarea. La directora me amenaza a cada rato con mandarme para una escuela de niños con problemas de conducta.

Mi mamá siempre me defiende. Dice que no soy malo y que tengo muy buenos sentimientos. Yo creo que es verdad. Sólo se queja de que soy muy inquieto. Dice que me afectó la separación de mi papá y la muerte de mi abuela. Era muy buena conmigo y yo la quería mucho.

Mi padrastro me pelea mucho. Dice que los varones necesitan mano dura, pero no me pega. Sabe que no puede. Mi mamá se lo come si me levanta la mano. Mi papá, cuando aparece, si no está borracho, habla poco y no se mete en nada. Lo único que quiere es que no le peguen a su chama.

Me las veo negra con la jama. La comida en el comedor de la escuela es poca y mala. Pero dice mi mamá que es un alivio que yo esté semi internado.






Ella y mi padrastro trabajan. No sé para qué si nunca tienen dinero. No me gusta estar en la casa. Allí no hay quien viva. Mi mamá y su marido se pasan la vida quejándose de todo. De lo que les falta, de lo caro que está todo, de que no les alcanza el dinero. El hambre los pone belicosos. El alcohol, peor todavía. Cuando discuten, los gritos se oyen en todo el barrio. A veces, se entran a golpes. Después, se revuelcan en la cama como si no hubiera pasado nada. Mi abuelo dice que en el fondo, ellos se quieren mucho, que la situación es la que los tiene así. En el patio tengo un machete escondido, por si acaso. La próxima vez que mi padrastro le pegue a mi mamá, lo pico.

Hace días que no discuten. Parece que mi padrastro ganó en la bolita o “hizo el pan” con la gente del frigorífico.

De todos modos, no paro mucho en la casa para que no se reprendan conmigo. A las cinco de la tarde, cuando llego de la escuela, me como el pan que me toca (porque siempre llego volao del hambre), me quito el uniforme (que me tiene que durar hasta sexto grado), me pongo un pantalón corto y unos zapatos rotos y me voy a jugar. No regreso hasta que empieza a oscurecer y el hambre me aprieta.

En mi casa no hay tranquilidad ni de noche. Duermo en un cuarto con mi abuelo y mi hermana. Separado por un tabique, está el cuarto de mi mamá. Antes era un solo cuarto grande. Me duermo todas las noches oyendo crujir la cama de mi mamá. Hablan, pelean y suspiran hasta tarde. Pero casi nunca entiendo de que hablan. Sólo entiendo las malas palabras.

Extraño a mi hermana en la cama. Ya no duerme conmigo ni se desnuda delante de mí. Dice que ya estoy muy grande. Ella ya cumplió los quince, pero no pudieron hacerle fiesta. Ya casi no duerme en casa. Está “en la lucha”. Cary, la vecina, que es una gorda envidiosa, dice que le tiene lástima porque es una puta sin porvenir.

Cuando abuelo se muera, el cuarto será para mí solito. Abuelo morirá pronto. Tiene 68 años, ya casi no camina y está muy flaco y no para de toser, pero no quiere dejar de fumar. Dice que se quiere morir, que así no vale la pena vivir.

Dice que nos adaptamos a vivir en la mierda y la chusmería. No entiendo por que extraña tanto el capitalismo. Le pregunto si no había explotación, miseria, analfabetismo y enfermedades. Dice que todo eso es mentira. Para mí que le está patinando la cabeza.

En casa de algunos de mis amiguitos también hablan mal del gobierno. No hay quien entienda a los mayores. ¿Por qué tanta gente se quiere ir de aquí? En otros países están peor porque hay guerra, drogas y los explotan los yanquis.

En Cuba, todo se reparte entre todos, aunque toquemos a poquitos. Parece que a algunos les toca más que a otros. Por eso, algunos niños usan tenis Reebok, llevan buena merienda a la escuela, tienen Play- Station y disk-man para oír música con audífonos. Sus papás andan en carros y tienen fulas. Pero dice la profesora que cuando se acabe el bloqueo y los pueblos derroten al imperialismo, los cubanos tendremos de todo y viviremos muy bien.

¡Son tantas las cosas que no entiendo¡ No sé si es bueno casarse y tener hijos y trabajar. Por lo que veo en mi casa, parece que nada de eso conviene si uno quiere vivir bien.

A veces, tengo ganas de rezar. Mi abuela, que en paz descanse, rezaba todas las noches antes de acostarse. Pero, ¿para qué? No sé quien es Dios ni si hay Dios. Para mí que está muerto. ¿O será el elegguá que mi padrastro tiene detrás de la puerta y por el que no deja que uno chifle? En la escuela dicen que Dios no existe. Y bueno, si no existe, ¿Cómo lo pudieron matar en la cruz? Abuela me llevaba a la iglesia algunos domingos. El cura hablaba del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Explicaba que Dios era tres personas. Como un tres en uno, que es radio, grabadora y tocadiscos. No entiendo nada.

Creo que fue Martí, o Fidel, no me acuerdo, el que dijo que los niños nacen para ser felices. Entonces debo ser feliz. Tengo hospital y escuela gratis, tarjeta de menor y una libreta que me asegura los mandados de cada mes. ¿Qué más falta para ser feliz?

Cuando sea grande seré deportista. Pelotero. Ganaré muchas medallas para dedicarlas a Fidel. Podré viajar. Traeré ropa de marca, un buen equipo de música para oír reggaeton y una moto para ir con jevitas a la discoteca. Todos me envidiarán.

Podré ayudar a mi mamá. Para entonces, ya mi padrastro habrá reventado como un sapo. Le traeré muchos fulas a la pura para que no le falte nada. Para que haya bastante comida en el refrigerador. Quiero que mi mamá desayune leche y se pueda lavar la cabeza con shampoo.

El abuelo, pobrecito, ya estará muerto. Mi hermana no necesitará nada. Ya se habrá buscado un extranjero o un marido maceta.

Soy feliz soñando todo lo que tendré cuando sea grande. Tan feliz que me río solo aunque piensen que me volví loco.
Arroyo Naranjo, 2005.

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