jueves, 10 de julio de 2008

CULTURALES: Refutar al crítico daltónico, Rogelio Fabio Hurtado



Marianao, La Habana, julio 10 de 2008, (SDP) El 30 de enero de 2007 el crítico literario Ambrosio Fornet pronunció una conferencia en la Casa de las Américas de La Habana titulada El Quinquenio Gris: revisitando el término, que, en términos formales, inauguraba un ciclo acerca de la política cultural del periodo revolucionario pero sirvió en realidad para cancelar la prometedora protesta de los intelectuales cubanos conocida como la guerra de los e-mails.

Como era previsible, la versión presentada por este complaciente crítico adolece de omisiones graves e incluso de tergiversaciones cronológicas perpetradas con toda intención para exonerar de responsabilidad política a los rectores de aquella barbarie cultural, a la que su ingeniosa retórica reduce a sólo 5 años de relativa mediocridad, por demás pasajera. En nombre no de los miembros de la Generación del 50 a la que pertenece Fornet, sino de mi propia generación, apenas adolescentes en 1959 quienes fuimos víctimas mayormente anónimas de aquellas represiones mediante las UMAP, primero y luego de las nunca abolidas y ni siquiera criticadas Leyes de la Vagancia y del diversionismo ideológico, amén del rosario de persecuciones ridículas por el atuendo o los cabellos largos, quienes vamos ya entrando en la tercera edad con muchas penas y ninguna gloria, frustrados muchos, suicidados los más brillantes (Arenas, Hernández Novás, Guillermo Rosales) echados otros al duro exilio, (Eddy Campa Bacallao, Benjamín Ferrera, Alejandro Lorenzo, Esteban Luís Cárdenas, Carlos Victoria) victimados todos por lo que este crítico exquisito, que nos ignora, prefiere llamar “ingenuo o estúpido voluntarismo”.

Respecto a las eufemísticamente llamadas Unidades Militares de Ayuda a la Producción, Fornet procura convertirlas en una cuestión de rigor educativo burgués para muchachos blanditos (Testigos de Jehová y homosexuales) sin mencionar para nada que todos los jóvenes políticamente poco confiables, por haber presentado solicitudes de salida del País o por manifestarse políticamente críticos o simplemente apáticos fueron sometidos a ese régimen de castigo, del cual han dejado testimonio literario algunas de sus víctimas, (El Ciervo Herido, novela de Félix Luís Viera) como seguramente conoce el muy informado crítico de la narrativa cubana.

Respecto a indagar por los rectores de la malhadada política cultural que se instauró en Cuba a partir de la primavera de 1971, Fornet prefiere sobredimensionar al Sr. Luís Pavón Tamayo, quien no fue más que el funcionario escogido para aplicarla como presidente del Consejo Nacional de Cultura, pero evita reconocerle al Sr. Pavón sus grados de Teniente de las FAR, hecho que se torna relevante cuando lo declara ahijado político de un alto dirigente del Partido. La maniobra encubridora le hubiese quedado perfecta al crítico si los artículos del tal Leopoldo Avila hubiesen sido publicados en la difunta Carta Semanal del PSP y no precisamente en la hoy también difunta Revista Verde Olivo. Respecto a quién se ocultó tras el seudónimo, opta por identificarlo con el propio Teniente Pavón, pero yo siempre he preferido sospechar de Félix Pita Rodríguez, persona mucho mejor enterada de las entretelas del mundillo literario y pluma más filosa y ácida que la del tristemente célebre teniente y funcionario holguinero, detalle regional este que tampoco le parece pertinente consignar al daltónico Fornet.

Adentrándose ya en el tema, hace gala de una objetividad impecable cuando le toca referirse a los premios Uneac de teatro y poesía de 1968, concedidos contra la voluntad expresa de la institución a Antón Arrufat y a Heberto Padilla, `pues Fornet nos deja sin saber a derechas si él simpatizaba con los indios o con los ...milicianos. Inmediatamente, se excusa de pronunciarse, remitiéndonos a una “especie de mesa redonda donde él, Fernández Retamar y Edmundo Desnoes junto a Roque Dalton, René Depestre y Carlos María Gutiérrez se pronunciaron acerca del tema...en mayo de 1969. No tengo la menor duda de que los jóvenes oyentes y lectores de Fornet salieron disparados hacia las (pocas) hemerotecas disponibles para enterarse de lo que el conferencista pensaba sobre esto hace apenas 38 años atrás. Debo reconocer que Fornet parece contarse a sí mismo entre los inmortales del famoso cuento de Borges.

Enseguida, incurre en un curioso desliz cronológico, cuando le atribuye a la demonizada revista Mundo Nuevo, del uruguayo Emir Rodríguez Monegal, surgida alrededor de 1970, cierta responsabilidad con la inopinada y pretenciosa carta que buen número de intelectuales cubanos le dirigieron nada menos que al gran poeta y comunista chileno Pablo Neruda, indignados porque este había compartido un té en la Casa Blanca con la esposa de Richard Nixon, documento del que parece sentirse muy ufano el Sr.Fornet, aunque Neruda no le haya hecho el honor de llamarlo sargento, como a Retamar, o al menos Cabo.


No puede evitar referirse a “lo que ocurrió con Fuera del Juego después de su publicación, pero veamos como lo hace. Comienza afirmando, respecto a Padilla que “este siguió haciendo una vida más o menos normal e inclusive dio un recital en la Uneac con los poemas de un libro en preparación que llevaría el sugestivo título de Provocaciones- no sean mal pensados, aludía a una observación de Arnold Hauser en el sentido de que las obras de arte son eso, justamente, desafiantes invitaciones al diálogo.” Me he tomado el trabajo de citarlo largamente, porque esas líneas reflejan el astuto entretejido de verdades y omisiones que caracteriza a todo el texto. En lugar de precisar con claridad como ocurrieron los hechos, Fornet despacha todas las limitaciones y acosos psicológicos sufridos por Padilla entre octubre de 1968 y enero de 1971, fecha del citado recital, con el sumamente subjetivo “más o menos normal”, a la vez que se agarra del recital, que se cuida de no fechar, como prueba irrefutable de que después de Fuera del Juego, Heberto continuó siendo un cubano como otro cualquiera. Es cierto que Heberto, antes de iniciar aquella memorable lectura, hizo la referencia al historiador del arte Hauser, pero también lo es que el artículo escrito contra él por el tal Leopoldo Avila llevaba por título “Las provocaciones de Heberto Padilla”. Sin embargo, esto es nada comparado con lo que viene a continuación.

Con la alevosa referencia a que “Por un problema de carácter, Padilla no podía mantenerse mucho tiempo en un segundo plano...” introduce otra imprecisión cronológica de mayor calibre cuando refiere la encuesta del Caimán Barbudo en 1966 acerca de la noveleta de Lisandro Otero Pasión de Urbino, como sucedida después de Fuera del Juego, cuando en realidad fue aquella fuerte e insólita intervención de Padilla el primer indicio de lo que acontecería dos años después. Entonces, Heberto calificó a la UNEAC de “cascarón de figurones”, lo que disgustó vivamente a Nicolás Guillén, quien, no obstante, en un esfuerzo que debió haber sido fructífero para nuestra vida cultural, invitó al poeta pinareño a brindar aquella lectura en un pequeño salón de la propia Uneac- Puesta esta arbitraria banderilla, Fornet sigue adelante con sorna: ...”A cada rato oíamos decir que estaba muy activo como consultor espontáneo de diplomáticos y periodistas extranjeros de paso por La Habana, a los que instruía sobre los temas más disímiles: el destino del socialismo, de la revolución mundial, de la joven poesía cubana...y un buen (¿?) día de abril de 1971, nos llegaron rumores lamentables que luego se confirmaron como hechos: que había estado preso – por tres semanas, según unos, por cinco, según otros -, y que iba a hacer unas declaraciones públicas en la UNEAC .Estas resultaron ser un patético mea culpa y un atropellado inventario de inculpaciones a amigos y conocidos, tanto ausentes como presentes”.

Así, según la versión que Fornet tiene a bien suministrarles didácticamente a los jóvenes, Heberto Padilla lejos de ser víctima de un atropello represivo, fue prácticamente el culpable, el irresponsable provocador de todo el desastre cultural que a continuación desataron los detentores del poder en Cuba. Así, se las ha ingeniado para referir parte de la historia, confirmando la imagen negativa del poeta, para complacencia total de las autoridades. Procedimiento similar utilizó hace ya algunos años el caballero católico Cintio Vitier, cuando calzó su vindicación del poeta Zenea con la calificación de canalla para el poeta condenado del Siglo XX, a quien Fornet prefiere liquidar atribuyéndole un “escepticismo incurable, hasta el punto de que aún bajo el sol tropical se sentía asediado por los fantasmas del estalinismo”, sin insinuar siquiera que los lúcidos y apasionados versos de Padilla fueron los únicos entre nosotros que anticiparon la torcedura fatal del burocratizado sistema soviético.

En otro momento, Fornet aprovecha para calumniar tanto a Guillermo Cabrera Infante como a Carlos Franqui adjetivándolos de anticomunistas furibundos. Adulterando arbitrariamente la sucesión de causas y efectos, trata de hacernos creer que una de las cartas de protesta firmadas por numerosos intelectuales europeos y latinoamericanos, fue la causa que “precipitó la decisión de convertir el anunciado Congreso Nacional de Educación en Congreso Nacional de Educación y Cultura” Nótese que no aparece la más mínima censura a aquel verdadero aquelarre anticultural. A continuación, nos prueba su coraje como ensayista cuando cita palabras del discurso de clausura, que le merecen el siguiente juicio: “Vista desde la óptica actual, la reacción puede parecernos desmesurada, aunque consecuente con toda una política de afirmación de la identidad y la soberanía nacionales”.
Si bien empieza ya a cansarme repasar este discurso donde la inteligencia deviene astucia para ocultar la verdad, es imprescindible beber esta cicuta hasta la última gota.

Luego de describir en líneas generales las características más relevantes de la etapa, se da por enterado del virus del diversionismo ideológico ( no hace alusión a la Ley, de la que fueron víctimas jóvenes escritores como el dramaturgo René Ariza, el escritor Manuel Ballagas, el poeta, aún casi adolescente, Néstor Díaz de Villegas y el narrador Rafael Saumel por sólo mencionar a algunos de los que cumplieron, antes de 1980, injustas condenas de cárcel por escribir a contramano del canon oficial. Tampoco dedica ni una línea a la represión sufrida durante estos años por el pintor Juan Gualberto Ibáñez, Yony, por el delito de acoger en su residencia de Mantilla, justo donde vivió hasta su fallecimiento en 1933 su ilustre abuelo, una tertulia literaria en la que participaba el entonces parametrado Virgilio Piñera. Pero, por supuesto que este abigarrado anecdotario hubiese excedido con creces los límites fijados a su conferencia por su amigo Desiderio Navarro.

Quiero concluir pidiéndole al crítico que me aclare qué suerte le cupo durante aquellas décadas. Por su propia referencia a haber sido partícipe de una mesa redonda junto a otras dos figuras poco amigas de Heberto, deduzco que no le tocó la muerte civil, supongo que habrá continuado editando disciplinadamente los libros que le ordenaban Espero no enterarme cualquier buen día que se integró al puñado de mediocres escribas que prestaron servicios como peritos literarios en los procesos contra los aficionados a la literatura llevados a cabo por lo menos hasta 1985 por los tribunales cubanos.
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