jueves, 31 de julio de 2008

ARTE Y LITERATURA: Sara y el gavilán, (cuento), Juan González Febles

Mi amiga Sara es un espíritu libre, una mujer franca, fuerte e independiente. Administra un puesto en que vende artículos para las prácticas de hechicería. Oferta palos, yerbas, piedras, crucifijos, oraciones, plumas de aura, de lechuza, de colibrí o de zunzún. Ocasionalmente vende colmillos y garras de león, de tigre, de oso, de cocodrilo o de lobo. Los atributos de animales exóticos y más caros como pueden serlo, colmillos de tiburón, de jabalí y cuernos de venado y fragmentos de cuerno de búfalo, los consigue y los tiene en existencia. Vende todo lo necesario para la práctica de la hechicería como a Dios o a su carnal del infierno le acomoden.

Sara no practica ningún culto sincrético de origen africano. Sus soluciones espirituales se resuelven con agua clara, incienso y alguna vela o alguna lámpara de aceite. No precisa hechiceros, gurues o sacerdotes. Su patio es frondoso y hermoso con grandes árboles frutales y de sombra. Allí se puede beber el mejor café del mundo traído desde Oriente, desde Santiago de Cuba para ser más exactos. Forma parte de la ganancia que obtiene por prestar su patio para guardar mercancía de contrabando.

Con el café, puede disfrutarse además de la conversación interesante con una agradable, bella e inteligente mujer. Nieta de una bruja libanesa, comprada allá en mil novecientos treinta y tantos por un súbdito inglés. El hombre ancló en La Habana y no regresó a Inglaterra. Hay quien dice que por problemas con la justicia. Aquel inglés se quedó en La Habana con su libanesa y la pasó muy bien, fue el abuelo de Sara.

La libanesa enseñó a Sara a leer en las tazas vacías de té. Le contagió la fobia contra los curas católicos. Lo que la abuela jamás consiguió fue que Sara aceptara que Ala es Dios y Mahoma su profeta. Mahoma, para ella fue un chulo con mucha suerte y sólo eso. Si le daban a escoger, prefería a Changó.

Para sus vecinos, la cuestión de las nacionalidades fue resuelta de forma simple y expedita. Desde que llegó a Cuba, comprada y amada por su inglés, la abuela de Sara fue: la polaca. A la madre de Sara la llamaron la “turquita”. A Sara que sería una honrosa tercera generación, le permitieron ser Sara a secas. Los más allegados le decían “Lalo”. Esto no tenía connotaciones sexuales de ningún tipo. Lalo quería decir simplemente: la loca.

Con Sara todo no era perfecto. Mantenía en cautiverio un majá de Santa Maria, un cocodrilo de poco más de un metro de longitud y un gavilán. Fuera de esto, era la mejor entre todas las personas, para mí y para todos los hombres que la amábamos. Ningún hombre normal entre todos los que conocí, dejó de estar un poco o muy enamorado de Sara.

Ella vivía en Lawton y era una de las pocas personas que conseguía abstraerse de la presencia de Fidel Castro. Era tan especial que lo ignoraba y además ignoraba la política. Era una ceramista consumada. Lo hacía por afición y ganaba muy buen dinero cuando quería, con las piezas que fabricaba.

Hasta su casa tenía esa atmósfera tan especial heredada de su abuela y mantenida por sus padres, fallecidos cuando era una niña. Como elementos ornamentales, mantenía pirámides y representaciones en yeso de dioses egipcios. La sala de su casa sin incurrir en el mal gusto, remedaba la sala egipcia de algún museo modesto. Mantenía en un lugar de honor, en su espacio para meditar, el escarabajo de jade que un enamorado robó de la sala de un museo, para obsequiárselo. El próximo aspecto a destacar en su espacio era la vegetación: la presencia de plantas ornamentales presidiéndolo todo. Las tenía de todo tipo y conocía sus propiedades. Eso y la afirmación del sexo, podían decirlo casi todo sobre mi amiga Sara.

Una tarde de invierno adecuada para el amor, los chocolates calientes y las confesiones, bebía ron barato mezclado con excelente café en el patio arbolado de Sara y en su compañía. Poco antes, valiéndome de la persuasión y el crédito que me daban mi ascendiente sobre Sara, logré que el cocodrilo fuera liberado en la Ciénaga de Zapata. En aquella empresa, fue liberado también el maja. A pesar de lo que Sara repetía continuamente, aquello sobre la conveniencia del contacto humano con los animales, ninguno de los dos se despidió. Salieron sin mirar atrás, con toda la velocidad que fueron capaces. Como si temieran que en un último momento nos arrepintiéramos y los regresáramos a sus jaulas. Evidentemente no apreciaron las ventajas que para su evolución superior les aportaba el contacto con los humanos, aun en la condición de cautivos. ¡Decepcionantes los animalitos!

Con el gavilán la cosa era más difícil. Sara lo mantenía en su jaula y lo alimentaba con ratones que capturaba con trampas.

Esa tarde, mi paciencia fue recompensada. Cuando se dirigía a la cocina con el propósito de hacer más café, Sara me dijo:
-Si quieres, suelta al gavilán…
Triunfal y con la satisfacción especial que uno encuentra cada vez que consigue hacer lo correcto, mucho más si lo correcto es lo que a uno le viene en ganas hacer, fui hasta la jaula, la abrí y le dije al gavilán: - Vete al carajo, eres libre, ¡vuela!

El pájaro ni se movió. Me miró con esa expresión de desdén, altanería y superioridad propia de las rapaces. Luego cambió la vista y se quedó mirando al frente. La portezuela de la jaula permanecía abierta.

Quise terminar con todo antes que Sara volviera con el café. Tomé un palo y golpeé con el la jaula para obligarlo a salir. El pajarraco ni se movió. Miró con una expresión casi humana, que ya no era desdén ni altanería, sólo miedo. Tenía miedo de salir afuera y ser libre. Así de sencillo.

Empecinado y determinado a pasar por encima de un miedo que me ofendía, colé el palo entre los barrotes y le golpeé, empujándole hacia fuera. El animal obligado a salir, cedió y voló hasta posarse en la rama más alta del aguacate más viejo y más alto del patio. Satisfecho, boté el palo y ensayé la mejor y más convincente expresión de inocencia que encontré, para beber el café y continuar la velada en paz con Sara.

Asombrada, me dijo: -¡Conseguiste que saliera!
Sin darle importancia le respondí con cara de ingenuidad, que abrí la jaula y salió. Supo que mentía, pero sonrió y ese día no volvimos con el tema del gavilán.

Días después, Sara me llamó y me pidió que fuera por su casa. Cuando llegué me dijo que nuestro liberado gavilán, andaba depredando su gallinero y los de algunos vecinos. Me hice el tonto y salí del paso con algunos comentarios intrascendentes sobre cosas intrascendentes. Me despedí y decidí dejar pasar unos días antes de volver.

Cuando lo hice, Sara me dijo: -Tú lo obligaste a salir de la jaula. Yo lo había intentado, pero rehusó salir.- Dudé unos instantes antes de responderle, pero ella continuó…
-Hiciste bien. Un biólogo amigo me dijo que andará por alguna parte buscando comida y apareamiento. Pronto su miedo será volver a perder la libertad.
Ahora Sara sonreía con picardía.
-Bueno- dije- esto cierra el capítulo de los gavilanes, ¿no?
-Sí. ¿Sabes? Alguna gente por ahí se parece a los gavilanes. Hay que romperles las jaulas y empujarlos afuera con mucha ternura, para que no se dañen y pierdan el miedo de ser libres. Cuando aprendan, nadie volverá a enjaularlos.
- Hay mujeres que por el contrario andan demasiado libres para mi gusto. Tienen miedo al compromiso igual que los gavilanes a la libertad. Son libres por fuera, la jaula la llevan dentro.
-¿Tú crees eso de veras?-sonreía con toda la malicia del mundo
Miró en derredor sin fijar la vista en ningún sitio específico.
-Necesito arreglar una de los tomacorrientes del cuarto, ¿sabes algo de electricidad?

Aunque no sé nada de electricidad o de plomería o de cosa útil alguna, como me reprocha mi madre, respondí con toda la seguridad del mundo.

-Algo…

-Vamos- dijo ella- Luego prepararé algo delicioso para la comida. ¿Te gusta Crosby, Stills and Nash? Tengo un CD a mano con sus grandes éxitos. Mientras lo arreglas pondré agua a hervir. Comeremos espaguetis.

Y aquí estoy. Corro el riesgo de electrocutarme en aras de que quede satisfecha esta mujer franca, fuerte, independiente y adorable. Yo lo ignoro todo sobre la electricidad, las conexiones y las cosas de ese estilo. Aspiro a dormir bajo su pirámide esta noche y ofrecerle amorosamente mis jugos de varón, bendecidos por la magia de todos los mundos. Quien sabe si las cosas cambian. Falta que hace.
2005-11-29

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