Arroyo Naranjo, La Habana, julio 24 de 2008, (SDP) Luego de más de 28 años de desgobernar Zimbabwe y arrastrar el país al despeñadero, Robert Mugabe volvió a hacerse reelegir presidente. Sólo que en segunda vuelta electoral y con una votación un poco menor (sólo un poco) que en anteriores ocasiones que fue casi del 100 %. Para conseguir el 85% de los votos, no dudó en recurrir al fraude y al asesinato.
Mugabe desconoció los resultados de la primera vuelta electoral en marzo. Luego admitió que había vencido el Movimiento por el Cambio Democrático pero exigió la segunda vuelta porque el margen de ventaja le pareció insuficiente. Para la segunda ronda, en junio, sus matones lograron que el terror disuadiera a los opositores de votar en su contra.
¿Alguien creyó seriamente que Mugabe aceptaría la derrota, entregaría el poder a Morgan Tsvangirai y se retiraría a escribir sus memorias?
No es su estilo. Robert Mugabe es un elefante canalla. Así lo calificó, hace unos años, el escritor nigeriano y Premio Nóbel de Literatura Wole Soyinka en un artículo sobre la crítica situación del periodismo en África.
Soyinka, nada sospechoso de complicidades con Occidente, incluyó a Mugabe entre los principales depredadores de la libertad de prensa en el continente. Los periodistas que aspiren a escribir al margen del control oficial en Zimbabwe tienen que enfrentar “acosos constantes, golpizas, torturas, estratagemas para acusarlos por cargos falsos y sentencias de cárcel absurdamente largas”, denunció Soyinka.
Mugabe es uno de los principales amigos africanos del gobierno cubano. Ha sido huésped de honor en La Habana en varias ocasiones. Las más recientes fueron en septiembre del 2005 y durante la Cumbre de los Países No Alineados, que se celebró en la capital cubana en septiembre del 2006.
La amistad no es casual. Mantener a la prensa independiente amenazada a punta de pistola es sólo una de las cosas que tienen en común los regímenes de Harare y La Habana.
Cada año, en Ginebra, antes en la Comisión de Derechos Humanos, ahora un poco más resguardados en el nuevo Consejo, comparten el banquillo de los acusados .Desde él, culpan a los países ricos del Norte de politizar el tema de los derechos humanos.
Tras perder el padrinazgo soviético, ambos gobiernos repiten las mismas coartadas como estribillos para justificar sus descalabros económicos y la miseria de sus pueblos
La Cuba oficial culpa al bloqueo norteamericano. Mugabe cuenta con más culpables. Derrumbado el apartheid y con Nelson Mandela como presidente, todavía Mugabe insistía en culpar de todos los problemas a Sudáfrica. Ahora reparte las culpas entre la “conjura mediática internacional”, la oposición “financiada por Occidente”, la sequía, los granjeros blancos y las manadas de elefantes vagabundos que devoran y aplastan las cosechas.
Ambos gobiernos, tratan de aprovechar las ventajas del capitalismo sin renunciar al socialismo. Critican a las transnacionales y a la globalización, pero buscan con afán las inversiones extranjeras.
En Cuba y Zimbabwe, la colectivización al estilo koljosiano arruinó la agricultura y condenó al hambre a sus pueblos.
Fidel Castro, el Comandante en Jefe. Robert Mugabe, el Chef. Un caguairán y un elefante. Dos héroes trágicos, que se aferraron testarudamente al poder absoluto, aún después que el mundo se tornó cada vez más adverso a sus designios.
Ambos encabezaron movimientos guerrilleros con amplio respaldo popular. Al triunfar, se desembarazaron de los antiguos compañeros de armas que se convirtieron en rivales. Los procesos revolucionarios, tanto en Cuba como en Zimbabwe, enfermaron de paranoia, voluntarismo y culto de la personalidad.
Los más firmes pilares de ambos gobiernos son sus policías políticas. En Cuba, el Departamento de Seguridad del Estado, con técnicas, tomadas prestadas del manual de la KGB. En Zimbabwe, la Organización Central de Inteligencia, entrenada por la Stassi y los sicarios de la Securitate de Nicolae Ceausescu. En Zimbabwe, como en Cuba, la policía política chequea con temor y suspicacia a los intelectuales, casi tanto como a los disidentes.
La única prensa la conforma el laudatorio antiperiodismo oficial. El Herald en Harare. Granma en La Habana. Ambos reminiscentes del Pravda y tan aburridos como el periódico moscovita.
En los dos países, una elite acomodada y egoísta, que se escuda en la retórica de Marx, disfruta sus privilegios.
Ambos pueblos, sumidos en la desesperanza, tratan de consolar sus vidas precarias haciendo blanco de sus chistes prohibidos a sus gobernantes. Cuando en los años 90, Mugabe implantó su nueva política económica, que denominó Ajuste Estructural de la Economía (por entonces, los camaradas cubanos despenalizaban el dólar y autorizaban paladares y cuentapropistas), el pueblo tradujo sus siglas en inglés, ESAP, como “Sufrimiento Extra para los Pobres”: Extra suffering against the poor.
En Cuba, el Partido Comunista. En Zimbabwe, es el ZANU-PF. Tras el desplome del bloque soviético, el camarada Mugabe abandonó formalmente el comunismo e instauró la democracia parlamentaria. Comparado con sus amigos cubanos, Robert Mugabe es un demócrata convencido. No crea mucho en las apariencias. El Chef gobierna autoritariamente, recurriendo con frecuencia al asesinato de opositores, desde abril de 1980.
El saldo para Zimbabwe de las casi 3 décadas del régimen de Mugabe es aterrador. Los libros de Doris Lessing y las canciones del cantautor disidente Thomas Mafumo no exageran. 80% de desempleo, más del 585 % de inflación, una deuda externa de 5 170 millones de dólares. Las hambrunas son frecuentes. Es el país con mayor incidencia de VIH en el mundo: la cuarta parte de la población adulta está infestada de SIDA.
No obstante, Robert Mugabe, el anciano elefante canalla de Harare, sigue aferrado al poder. Sus amigos cubanos, tan afines, siguen fervorosamente solidarios con él. Juntos en la misma trinchera, prestos a rechazar sanciones o condenas internacionales. Si hay dudas, pueden preguntar al canciller Felipe Pérez Roque.
luicino2004@yahoo.com
Mugabe desconoció los resultados de la primera vuelta electoral en marzo. Luego admitió que había vencido el Movimiento por el Cambio Democrático pero exigió la segunda vuelta porque el margen de ventaja le pareció insuficiente. Para la segunda ronda, en junio, sus matones lograron que el terror disuadiera a los opositores de votar en su contra.
¿Alguien creyó seriamente que Mugabe aceptaría la derrota, entregaría el poder a Morgan Tsvangirai y se retiraría a escribir sus memorias?
No es su estilo. Robert Mugabe es un elefante canalla. Así lo calificó, hace unos años, el escritor nigeriano y Premio Nóbel de Literatura Wole Soyinka en un artículo sobre la crítica situación del periodismo en África.
Soyinka, nada sospechoso de complicidades con Occidente, incluyó a Mugabe entre los principales depredadores de la libertad de prensa en el continente. Los periodistas que aspiren a escribir al margen del control oficial en Zimbabwe tienen que enfrentar “acosos constantes, golpizas, torturas, estratagemas para acusarlos por cargos falsos y sentencias de cárcel absurdamente largas”, denunció Soyinka.
Mugabe es uno de los principales amigos africanos del gobierno cubano. Ha sido huésped de honor en La Habana en varias ocasiones. Las más recientes fueron en septiembre del 2005 y durante la Cumbre de los Países No Alineados, que se celebró en la capital cubana en septiembre del 2006.
La amistad no es casual. Mantener a la prensa independiente amenazada a punta de pistola es sólo una de las cosas que tienen en común los regímenes de Harare y La Habana.
Cada año, en Ginebra, antes en la Comisión de Derechos Humanos, ahora un poco más resguardados en el nuevo Consejo, comparten el banquillo de los acusados .Desde él, culpan a los países ricos del Norte de politizar el tema de los derechos humanos.
Tras perder el padrinazgo soviético, ambos gobiernos repiten las mismas coartadas como estribillos para justificar sus descalabros económicos y la miseria de sus pueblos
La Cuba oficial culpa al bloqueo norteamericano. Mugabe cuenta con más culpables. Derrumbado el apartheid y con Nelson Mandela como presidente, todavía Mugabe insistía en culpar de todos los problemas a Sudáfrica. Ahora reparte las culpas entre la “conjura mediática internacional”, la oposición “financiada por Occidente”, la sequía, los granjeros blancos y las manadas de elefantes vagabundos que devoran y aplastan las cosechas.
Ambos gobiernos, tratan de aprovechar las ventajas del capitalismo sin renunciar al socialismo. Critican a las transnacionales y a la globalización, pero buscan con afán las inversiones extranjeras.
En Cuba y Zimbabwe, la colectivización al estilo koljosiano arruinó la agricultura y condenó al hambre a sus pueblos.
Fidel Castro, el Comandante en Jefe. Robert Mugabe, el Chef. Un caguairán y un elefante. Dos héroes trágicos, que se aferraron testarudamente al poder absoluto, aún después que el mundo se tornó cada vez más adverso a sus designios.
Ambos encabezaron movimientos guerrilleros con amplio respaldo popular. Al triunfar, se desembarazaron de los antiguos compañeros de armas que se convirtieron en rivales. Los procesos revolucionarios, tanto en Cuba como en Zimbabwe, enfermaron de paranoia, voluntarismo y culto de la personalidad.
Los más firmes pilares de ambos gobiernos son sus policías políticas. En Cuba, el Departamento de Seguridad del Estado, con técnicas, tomadas prestadas del manual de la KGB. En Zimbabwe, la Organización Central de Inteligencia, entrenada por la Stassi y los sicarios de la Securitate de Nicolae Ceausescu. En Zimbabwe, como en Cuba, la policía política chequea con temor y suspicacia a los intelectuales, casi tanto como a los disidentes.
La única prensa la conforma el laudatorio antiperiodismo oficial. El Herald en Harare. Granma en La Habana. Ambos reminiscentes del Pravda y tan aburridos como el periódico moscovita.
En los dos países, una elite acomodada y egoísta, que se escuda en la retórica de Marx, disfruta sus privilegios.
Ambos pueblos, sumidos en la desesperanza, tratan de consolar sus vidas precarias haciendo blanco de sus chistes prohibidos a sus gobernantes. Cuando en los años 90, Mugabe implantó su nueva política económica, que denominó Ajuste Estructural de la Economía (por entonces, los camaradas cubanos despenalizaban el dólar y autorizaban paladares y cuentapropistas), el pueblo tradujo sus siglas en inglés, ESAP, como “Sufrimiento Extra para los Pobres”: Extra suffering against the poor.
En Cuba, el Partido Comunista. En Zimbabwe, es el ZANU-PF. Tras el desplome del bloque soviético, el camarada Mugabe abandonó formalmente el comunismo e instauró la democracia parlamentaria. Comparado con sus amigos cubanos, Robert Mugabe es un demócrata convencido. No crea mucho en las apariencias. El Chef gobierna autoritariamente, recurriendo con frecuencia al asesinato de opositores, desde abril de 1980.
El saldo para Zimbabwe de las casi 3 décadas del régimen de Mugabe es aterrador. Los libros de Doris Lessing y las canciones del cantautor disidente Thomas Mafumo no exageran. 80% de desempleo, más del 585 % de inflación, una deuda externa de 5 170 millones de dólares. Las hambrunas son frecuentes. Es el país con mayor incidencia de VIH en el mundo: la cuarta parte de la población adulta está infestada de SIDA.
No obstante, Robert Mugabe, el anciano elefante canalla de Harare, sigue aferrado al poder. Sus amigos cubanos, tan afines, siguen fervorosamente solidarios con él. Juntos en la misma trinchera, prestos a rechazar sanciones o condenas internacionales. Si hay dudas, pueden preguntar al canciller Felipe Pérez Roque.
luicino2004@yahoo.com
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