Marianao, La Habana, 31 de julio de 2008, (SDP) A diferencia del Capitalismo, el llamado Socialismo destina no pocos fondos para financiar la cultura, campos cuyo control interesa mucho a los dirigentes totalitarios. Así, tanto el literato como el científico social devienen empleados estatales. Los pintores y los músicos de géneros populares, actualmente han conseguido liberarse de las nóminas burocráticas, y operan como profesionales de hecho independientes, excepto por la obligación anual de satisfacer cierto impuesto por sus ingresos en moneda libremente convertible. Pero para los intelectuales consagrados al estudio de la historia o la literatura, esta alternativa no existe. Si no constan en las plantillas correspondientes, no existen como tales. Esta condición de asalariados del Estado parece convertirlos por fuerza en sujetos dóciles al designio oficial. Esto no es necesariamente así.
Excepto quienes hacen carreras políticas como dirigentes de los respectivos sectores, el resto sufre las limitaciones y prohibiciones inherentes a su actividad, aplicadas por censores y vigilantes solapados que pululan en las instituciones oficiales de cultura.
Una de las contradicciones más dolorosas del llamado socialismo estriba en las relativamente amplias posibilidades de estudio que ofrece a los jóvenes, sobre todo a aquellos cuyo cociente intelectual sobresale. Una vez graduados, con las mayores ilusiones, cuando les toca adentrarse en la vida real de su profesión, chocan sin falta con la omnipresente y omnipotente Voluntad Política, factor este del que ningún profesor había juzgado prudente hablarle. Lo ilustraré con el caso de mi amigo M.A. graduado como abogado por los cursos para trabajadores, en la década del 70, se le ubicó como Asesor Legal de la Presidencia del Poder Popular en la Isla de la Juventud. Inmediatamente se consagró a la cuidadosa lectura de cuanta Ley, Decreto Ley, Disposición o Reglamento tuviese relación con su adquirida responsabilidad. Recibió un salario decoroso para la época y se le facilitó un apartamento pequeño, pero suficiente para un hombre aún soltero. No tenía asignado carro aún, pero tampoco eso estaba excluido. El caso fue que comenzaron a llegar a su buró Acuerdos y Resoluciones de todo tipo, a las cuales él debía darles el apropiado fundamento jurídico. Más de una de estas Disposiciones, no sólo carecían de basamento legal, sino que violentaban normas vigentes. El joven legista inmediatamente las mandaba de regreso a la oficina presidencial, con las recomendaciones pertinentes. A la semana de estar cumpliendo estrictamente con su deber como guardián de la legalidad socialista, fue llamado a presentarse ante su Jefe. El diálogo fue parco, pero claro. El compañero Presidente tenía sobre su buró colocado en abanico todas las Disposiciones objetadas por su joven asesor. Indicándoselas con un ademán, le dijo: Podrías explicarme qué mierdas son estas... Mi amigo, persona muy racional, le contestó que, como asesor, él no podía aprobar nada que violase las leyes; a lo que el asombrado Jefe le aclaró que, en todo caso, lo necesitaba para que encontrase en las dichosas leyes, los vericuetos que legitimaran y defendieran sus decisiones, y que no era incumbencia suya rechazar ni sugerir cambiar ninguna. El joven graduado presentó al día siguiente su renuncia, regresó a la Capital, guardó el Título y se dedicó, por un tiempo al menos, al contrabando de café y otras substancias desde las provincias orientales, faena para la cual tanto el maletín como el respetable aspecto de Doctor le resultaban harto favorables.
Sin embargo, no todos los casos son tan abruptos ni felices como el de mi amigo. A la mayoría les lleva cierto tiempo percatarse de la existencia de esta V.P. para la cual no cuentan ni las teorías ni los precedentes ni, en general, ningún criterio que no la confirme inmediata y absolutamente. Cuando lo hacen, pueden elegir entre unas pocas alternativas, a saber:
- Revirarse indignados (reacción loca): Es Despedido.
- Resignarse indignados (reacción normal): Queda congelado en la plantilla.
- Coincidir con la V.P. (reacción cínica): Se le incluye en la Cantera de Cuadros.
Que yo recuerde, esta problemática del trabajador intelectual cubano sólo
ha sido reflejada en el excelente corto metraje de Fernando Pérez titulado Madagascar. La mayoría opta por la segunda alternativa, cancelan sus expectativas profesionales y se apasionan en el mejor de los casos por la filatelia, sino les da por el alcohol y no paran hasta la Tribuna de Alcohólicos Anónimos, también en el mejor de los casos.
Cuando algún núcleo ha conseguido hacerse localmente fuerte, se les presiona extraoficialmente primero, pero después la escalada de amenazas se torna cada vez más impositiva. Tal han sido los casos del grupo de intelectuales Paidella, en los primeros años de la última década del pasado siglo; de un grupo de economistas graduados de prestigiosas facultades del campo socialista, quienes presentaron un paquete de medidas económicas, con vistas a reordenar la economía nacional, a quienes se les exhortó a olvidarse de todo eso y cancelar sus reuniones de trabajo.
Quién sabe cuantas imposiciones de esta índole han ocurrido y están ocurriendo actualmente en nuestra aparentemente anodina vida laboral, mientras no cesan las consignas triunfalistas. Cuantas carreras de jóvenes talentosos se han visto abortadas, en nombre de reglamentos y orientaciones excluyentes, como les ocurrió a mis amigas Guadalupe Suárez del Villar y Silvia Espino, expulsadas ambas del Instituto de Historia por el gravísimo pecado de ser creyentes y practicantes católicas y haber tenido la descabellada osadía de reconocerlo públicamente. Ambas jóvenes, por cierto, presentaron sus casos entonces ante el Arzobispo y excepto algún gesto de consolación, nada comprometedor, no recibieron otra cosa. Hoy, una de ellas trabaja como dependiente en una farmacia cubana de Tampa y la otra es inspectora escolar en el Condado de Dade.
También hay casos de intelectuales que perseveran en las instituciones, sin rendirse, haciendo caso omiso de las postergaciones, trabajando de manera silenciosa y fecunda, por la conservación y el provecho de la cultura nacional, mermando, en todo lo posible la nocividad de la V.P. y aprovechando, con astucia de serpientes, las posibilidades que se presentan para obrar el bien, rescatar el precioso ejemplar de un libro prohibido o difundir la buena nueva del éxito de cualquier innombrable. Para ellos, genuinos héroes anónimos, herederos del coraje civil de la bibliotecaria Olga Andreu y el orgulloso viejo comunista remediano Héctor Pedreira, mi permanente respeto.
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