La Habana, junio 19 de 2008 (SDP) Pensarán en el perro, ese canino manso al dueño con su lealtad apoyada en nuestras piernas. Pero no. Se trata de un objeto común, cotidiano, necesario y que vive nuestras alegrías y tristezas como mudo testigo del diario cotidiano.
Él es imprescindible por su utilidad, fiel y como el animalito, es incondicional. A él le agradecemos nuestras necesidades, aunque nos inquieta sí está en falta. Por ello lo cuidamos y protegemos con recelo.
No los canso. Se trata de la jaba. Ese recipiente flexible con asa que tiene una voz indígena americana. Su uso es trasportar cosas. Desde muy antiguo, nuestras comunidades aborígenes la fabricaron con tejido de fibra vegetal. En época moderna, se utilizó de papel, plástico, cuero... En otras partes le llaman bolsa, bolso, jolongo. Pero en Cuba le decimos jaba y jabita, en el diminutivo.
Entre cubanos, la jaba es el atributo diario, casi una identificación popular y personal. También un símbolo de los malos tiempos. Usted, literalmente, puede perder el dinero e incluso la cabeza. Pero no pierda la jaba. No exagero.
En Cuba, jaba es sinónimo de garantía y seguridad. Los cubanos tomamos en serio ese asunto de la jaba. Antes no pero desde hace cerca de veinte años, la jaba es la preocupación y subsistencia de cada familia porque en ella llevas a casa tus necesidades.
“Uno no puede vivir sin ella”, afirman la mayoría. Donde vayas, va la jaba. Visitas el cine o la playa, va también la jaba. Sin ella no adquieres lo que buscas. Cinco de cada diez cubanos la usamos. Si a la bodega llegaron los espaguetis, arroz, galletas o cualquier cosa, el bodeguero indagará por su jaba. Por el mismo estilo, cuando acudes al dulcero, al panero, el carnicero, o al agro mercado…
Antes de 1990, el propio comercio de servicios garantizaba al cliente, envase y embalaje de artículos adquiridos. Esto no era una preocupación de la población. E incluso en mercados y tiendas se empleaba un tiempo en preparar las envolturas de ciertas mercancías que oferta el mercado a granel o en unidades. Por ello, dueños o administradores exigieron a sus dependientes máxima calidad en la envoltura.
Pero todo cambió radicalmente. Fue en 1990. Se inició un largo periodo de escasez con el derrumbe de nuestro principal abastecedor, el campo socialista. El comercio cubano se interrumpió. La economía colapsó, se detuvieron las industrias, desaparecieron de la red de servicios los envoltorios de todo tipo. El cartucho de papel de estraza, sustituto de las jabas, de una a treinta libras, en bodegas y mercados, se esfumó. También lo hicieron los envases de nylon, sacos de mercancías. Hasta los sobres de correos, se ausentaron por más de una década.
¿Qué hacer? Fue la pregunta que nos hicimos.
Bajo el precio de las carencias, se impone la ingeniosidad criolla. Por las calles, en medio de las fatalidades, no pocos ciudadanos con maletas y bolsos de viaje trasladan sus necesidades. Incluso las despreciables cajas de cartón y sacos de todo tipo sirven para trasladar cosas. La caja por excelencia quedo como sustituto de maletas y todavía una parte de la población oriental del país la utiliza.
La vieja tradición de la jaba se retomó a falta de telas fuertes para su confección. Y como fue difícil adquirirlas en el mercado clandestino, no fue la persecución policial contra vendedores ambulantes de jabas, sino la escasez de hilo para coserlas lo que atentó contra el nivel de vida humano.
Hasta que un día de 1993 se despenalizó el dólar. A los cubanos se nos permitió comprar en tiendas de moneda convertibles. Y es cuando se produjo un descubrimiento pasional. Los ciudadanos en la isla en la isla vislumbraron las bolsas de nylon. Adquiridas en tiendas de divisas, fueron un signo de lujo, cuando uno de cada cien cubanos, antes de los años 90 del pasado siglo, llegó a portar una de ellas.
Desde entonces, ellas son la eterna acompañante. Están en cada cola del barrio; se les lleva a las prisiones, escuelas, hospitales. El valor de una jaba es indescriptible. Usada como bolsas o carteras porque la población no tiene como pagarla en divisas. Cuando se rompen, sirven en tiras para sellar escapes de agua en tuberías; además, como aislador de corriente a falta de teipe; envoltorio de desechos, sellador de rajaduras. Derritiéndolas sobre cubos plásticos, da un excelente pegamento.
Centenares de ancianos y discapacitados con escasas pensiones viven hoy del negocio de la jaba o bolsas de nylon. Están en todas partes, donde los necesita uno. Su precio oscila de cincuenta centavos a un peso en el mercado negro.
Aunque añoran el viejo sabor del cartucho y el papel apropiado de empaquetadura, los cubanos resisten y hacen revolución a golpe de jabitas Shopping.
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