jueves, 19 de junio de 2008

ARTE Y LITERATURA: Los sueños de Landín, (cuento), Luís Cino

Landín busca su suerte en el mundo onírico. Vive más los sueños que la vida. Se acuesta cada noche en su desvencijado lecho como quien emprende una aventura. Nadando en las aguas imprecisas de los sueños busca su peje grande. El premio mayor. El número que lo salvará.

Tiene fama de ser un tipo con suerte en la bolita. En el barrio, en las colas o por el parque, la gente lo busca para que le cuente sus sueños. De ellos depende, para muchos el número que jugarán. Sólo falta que el viejo esté de humor para contarlos. A veces, se pone pesado y se niega a hablar para que no le roben la suerte.

Landín sueña cualquier cosa, excepto con mujeres. Eso era antes. Ya no. A los 70 años y con hambre, no se piensa mucho en las mujeres. No se te acercan ni en los sueños.

En la cama, a su hundido pecho de asmático sólo se arrima la espalda huesuda y deforme de su esposa. Ella es la primera en enterarse de sus sueños. Lo interroga ansiosa al despertar. No prepara el café de la mañana sin saber que soñó su marido. De sus sueños depende que algún día pueda comprar sus zapatos ortopédicos y reparar el colchón y el techo de la cocina.

Landín sueña casi siempre con muertos o animales. Bestias y difuntos acuden en tropel en cuanto pone la cabeza en la almohada. Cuando despierta, lo aturde pensar que quizás anduvieron por la casa. Que más da. Lo que importa es que le den el número.

A los muertos hay que saberlos entender. Con sus ademanes torpes, andando con los pies despegados del suelo, se enredan con sus palabras. Se pierden en los vericuetos de sus recuerdos averiguando por otros muertos. La mayoría de las veces sólo anuncian problemas y desgracias. Lo peor es que te despierten del susto.

Landín tiene paciencia con ellos. Los echa de menos cuando alguno de ellos pasa tiempo sin mostrarse. Se alegra cuando lo ve venir, perdido por la casa, tropezando con los muebles y hablando sin sentido en jerga de difuntos.

Cuando la vieja lo siente conversando con muertos, se persigna y se aparta respetuosa hacia el otro lado de la cama antes de volverse a dormir.

Con los animales, todo es diferente. Cuando el sueño se llena de bichos, las perspectivas mejoran. La interpretación del sueño es más fácil. Pueden haber ratones, majases, jicoteas o tiñosas. 29, 21, 6 y 33. Le gusta jugar el 48, cucaracha. Las que sueña y las que le caminan por encima en la cama. El 48, fijo o corrido. Pero no se casa con ningún número.

A veces, se levanta en plena noche y apunta en la libreta. Antes que se le olvide el sueño. Tiene hojas repletas de cálculos y combinaciones que sólo él entiende.

Su hijo, que viene a almorzar los domingos, le reprocha que gaste el dinero en la bolita. Dice que es más lo que pierde que lo que gana. No entiende que él no hace más nada. Ya ni fuma. Los cigarros le empeoraban el asma. Ahora vende la cuota de cigarros y tose menos. Sólo le queda el juego.

No se cansa de regañarlo y eso que no sabe que el mes pasado tuvo que empeñar la olla arrocera a un garrotero para pagar sus deudas. Por suerte, la pudo recuperar con un parlé que se ganó. El 12, mujer santa. Se lo dio una rubia ciega, una noche de apagón que se perdieron las estrellas. Se lanzó por el balcón en el mismo momento que despertó.

Landín y su mujer se enteran cada mañana de qué número salió la noche anterior. No necesitan tener radio. El de ellos es viejo, ruso y defectuoso. Para saber que salió sólo tienen que asomarse a la calle.

Todo el barrio sabe que número tiraron. Antes, oían la lotería de Venezuela. Cuando se cayó la de Táchira, empezaron a escuchar la de Miami. La oyen, con más o menos ruido, los que tienen buenos radios. Luego, pasan la voz. Al amanecer, toda Cuba conoce los números que salieron.

Los vocean de una acera a la otra. Sin miedo ni disimulos. No hay líos. Casi todo el mundo juega. Hasta el jefe de sector. Cuando no se gana nada, no se pone majadero. Listeros y apuntadores siempre “lo tocan”. Es el precio que pagan por su silencio.

Cada tarde, cuando habla con el apuntador, ya Landín decidió qué número jugará. Se lo dieron los sueños o el televisor. Puede ser el 1, caballo. El Máximo está otra vez en pantalla. La bronca en la bodega puede ser un indicio para que juegue el 84, tragedia.

Si estuvo de buen humor, ya les habrá dado “la cábula” a algunos pocos afortunados. Les contó, de prisa y sin detalles, su sueño de anoche. Con muertos o animales. Grandes o chiquitos. Para que escojan su número. Landín les hace el favor. No lo hace con cualquiera. Le pueden robar la suerte.

Esta noche, si el asma lo deja, volverá a soñar. Casi dormido aún, anotará el 32, el 21 o el 48. Cualquiera de ellos puede ser el número que lo salve.
Fin, 2006-02-21

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